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La costa de Barcelona lucha para controlar la invasión de turistas de fin de semana

Rosa Cullell

Castelldefels, con unos 40.000 habitantes en invierno, 150.000 en verano y 700.000 en un fin de semana cualquiera de julio o agosto, logra provocar la ira del veraneante de toda la vida que ahora la tranquilidad de hace 20 años. La aglomeración de estos fines de semana veraniegos deja estupefacto al turista alemán, al que le han vendido unas vacaciones en la costa española en "un pintoresco pueblecito, con sol, playa y vino", según rezan los folletos turísticos. Este boom hace sentir impotente al ayuntamiento porque "es una invasión casi incontrolable que, además, no deja un duro", explica un portavoz municipal.Sólo el sufrido barcelonés, cuya única oportunidad de veraneo son esos fines de semana en una playa abarrotada de sombrillas, niños, pelotas, neveras portátiles, restos de comida y latas de cola, llega a Castelldefels dispuesto a aguntarlo todo. El sábado, a las 10 de la mañana, empieza el éxodo hacia el primer pueblo que se encuentra en la costa entre Barcelona y Tarragona. Los más audaces llegarán a Sitges, pero la mayoría se rinde tras dos o tres horas de embotellamiento y se queda en Castelldefels, a 20 kilómetros de su punto de partida.

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Un interminable paseo marítimo, sin palmeras, sin aceras, sin bancos, se convierte en pocas horas en un inmenso parking. Filas y filas de coches se alinean en medio de la calle-paseo, sobre las aceras, en la arena y en los terrenos que aún quedan por construir.

La falta de higiene de los terrenos y de la playa ha sido subsanada en estos últimos años por los servicios de limpieza del ayuntamiento, pero el concejal de Turismo, Manuel Dopico, se queja de que estos visitantes de fin de semana ocasionan muchos gastos, "que deberían ser compartidos por todos: por la Generalitat, por la Corporación Metropolitana...".

La avalancha del fin de semana ha desbordado la capacidad económica del ayuntamiento de esta pequeña localidad costera. "Unicamente para mantener la playa limpia necesitamos 50 millones al año, y además hemos de construir áreas de servicios para los que vienen el domingo, sacar los escombros de los terrenos...", lamenta un portavoz municipal.

Un 'pueblecito típico'

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Una pareja de alemanes, que llegó a la playa a las nueve de la mañana para aprovechar al máximo su semana en "pueblecito típico de la costa española", contempla estupefacta como en dos horas ha sido completamente rodeada por miles de semi-turistas nacionales. La noche anterior, una tranquila noche del viernes, llegaron a su apartamento y se maravillaron de tener tanta arena para ellos solos.Los turistas extranjeros de poco poder adquisitivo, en su mayoría alemanes, siguen llegando, aunque este año el mes de julio ha sido flojo debido a las huelgas de la metalurgia alemana y minería britanica, aunque en agosto se ha podido colgar el cartel de completo.

Cuando ya, la multitud del fin de semana retorna a Barcelona, los turistas salen de los campings y apartamentos e intentan buscar la foto típica para enseñar a sus vecinos de Franckfort. Durante la mañana, salir de Castelldefels es casi imposible, ya que la autovía está abierta en una sóla dirección.

"Ya no queda nada típico, pues esto es una ciudad dormitorio y los extranjeros que caen aquí sólo vienen a tomar el sol", afirma Peter que llegó hace 20 años a Castelldefels y puso un restaurante, que se ha convertido en el gran éxito gastronómico de la localidad.

Peter y algunos otros fueron los primeros seres altos y rubios que aparecieron por la colonia veraniega. Entonces, en las mañanas de agosto de un domingo cualquiera, los veraneantes se bañaban en aguas cristalinas, durante las tardes jugaban al tenis, y por las noches acudían al cine Playa, a ver reposiciones, al aire libre. Y todos los domingos de verano, a las 11 horas, se dirigían en bicicleta a la misa campestre de la Pineda.

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