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Sitges, un escaparate multicolor con vocación de Costa Azul

Rosa Cullell

Sitges tiene un casco antiguo casi intacto y un aristocrático paseo, con palmeras incluidas, que hace soñar en aquellos años veinte cuando muchos catalanes volvieron de Cuba y se hicieron sus torres en primera línea de mar. Pero quienes pasean ahora bajo las palmeras ya no son fundamentalmente las señoras y niños de industriales catalanes -los primeros veraneantes de la villa- ni los novios ingleses -los turistas pioneros-, sino parejas de gay.

Hace 15 años, un grupo de gente, en el que se encontraban algunos homosexuales, llegó a Sitges y abrió pequeños bares en la calle del Dos de Mayo, que pasó a conocerse como la calle del pecado. Las terrazas de los bares de esa calle se convirtieron en un escaparate donde se reunía la gente más guapa y extravagante. Ahora, la calle del pecado ya no es lo que era, quizas porque todo el casco antiguo de Sitges es un gran escaparate y no hace falta disimular detrás de un helado de Los Italianos para mirar a los que pasan.

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Las parejas de gay que visten pequeñísimos shorts y suben cogidos de la mano por las escalinatas de la iglesia ya no escandalizan a casi nadie. Sólo algunos vecinos de la localidad se quejan: "Que hagan lo que quieran en sus sus bares, pero no en plena calle delante de nuestros hijos". Las pretendidas orgías nocturnas en los espigones de la playa han provocado algún que otro comentario, pero, como anuncia un folleto de viajes holandés: "En Sítges, nadie se escandaliza".

La iglesia del Viñet separa el caso antiguo de la zona de los veraneantes. Enormes torres construidas en los años pujantes de la industria catalana se levantan majestuosas para recordar que ésta es zona de gente bien. Aquí no llegan los gay, ni los turistas alemanes de tour-operator. El campo de golf, situado al final del paseo, es el punto de encuentro de los propietarios de esa área sin bares ni ruidos, sin heladerías ni casetas de frankfurts. Sólo esos jardines donde el césped se ha vuelto hierba hablan de decadencia y crisis.

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'Cannes a la catalana'

Cuando se construyeron estas casas, Sitges tenía vocación de convertirse en Costa Azul. La falta de plazas hoteleras de lujo -la mayor parte de las 3.000 existentes se reparten en hoteles de menos de tres estrellas- ha impedido que ese sueño se convirtiera en realidad. Ahora, el consistorio quiere impulsar un plan general que fomente la creación de complejos hoteleros de alto standing y que convierta a Sitges en "un Benidorm sin aberraciones urbanísticas" o, mejor aún, "en un Cannes a la catalana".El turismo que sigue llenando las 2.000 plazas de camping, los apartamentos y los hostales es joven y con poco dinero.

Los turistas de fin de semana, que el domingo invaden las calles con sus coches, los extranjeros que duermen en la playa, y los gitanos, que llegan en verano procedentes de Extremadura, forman parte de las preocupaciones del ayuntamiento. "Se pasean por la playa, ofrecen helados a los chavales y, cuando el niño ya lo ha mordido, se lo hacen comprar a la madre por el doble de su precio", dice un portavoz municipal.

La gente del pueblo lo mira todo con un cierto escepticismo. Sabe que en septiembre se acaba. Entonces, el museo del Cau Ferrat vuelve a ser aquella casa del acantilado escogida por Russiñol para refugiarse y pintar el mar.

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