Las rutas de una noche de verano
El público también es actor en los espectáculos al aire libre
El público abandona por fin sus refugios acondicionados y se aventura a las ofertas de la variada cartelera. El teatro en todos sus géneros, música de todos los gustos, danza, cine y fiestas populares se esparcen por todas las regiones de España. Cada año se queda a veranear más gente en Madrid. Las dificultades económicas determinan esta nueva costumbre, que, pese a la frustración de no salir de vacaciones, puede tratar de aliviarse con el duro ejercicio del ocio. Hoy se necesitan varias guías y un delicado trabajo de selección para poner en marcha el papel de espectador.En verano todos somos más espectadores. Los turistas que pasean sus pantalones cortos por la ciudad, viéndolo todo, como quien recorre el interior de una gran vitrina, no están solos. El espectáculo encajonado de invierno quiere convertirse en fiesta y se esfuerza en darle esa dimensión. Los responsables de los diversos espectáculos veraniegos al aire libre tienen una actitud muy definida en relación a esto. "La gente va a pasarlo bien, a buscar un ambiente festivo, y no algo demasiado trascendente", afirmaba hace unos días Antonio Guirau, director de La fiesta del Siglo de Oro, que se presenta en la plaza Mayor, de Madrid. Guirau considera que el público madrileño es mucho más crítico con los espectáculos que los extranjeros que se acercan dispuestos a empaparse de "lo español".
En esta fiesta -que ofrece, además de una obra teatral, números de acrobacia y gabinetes de observación astronómica- se forman largas colas ante las adivinadoras y astrólogos, espectáculo privado del futuro y la fantasía. Las actuaciones al aire libre distienden los ánimos y mezclan públicos que el invierno separa en asientos numerados. Los ayuntamientos que programan estas actividades veraniegas parecen considerar estos espectáculos como algo más ligero, dirigido a la diversión inmediata.
"No es lo mismo actuar en un teatro cerrado que en un espacio abierto", comentó Nati Mistral, que ofrece en La Corrala una temporada de zarzuela con La revoltosa. "El público está distraído y no es muy exigente. Es menos comprometido actuar en una situación como ésta, porque el público acepta mejor las equivocaciones, pero yo prefiero las salas cerradas", prosiguió. "Sin embargo", añadió, "esto me da la oportunidad de acercarme a un público popular con el que rara vez me pongo en contacto".
El barrio de Lavapiés se muestra muy receptivo ante esta irrupción de escenógrafos y luminotécnicos en el espacio urbano que ellos habitan. En los balcones que se asoman a La Corrala, la gente hace su vida normalmente, y es en parte el público, el escenario y los actores. Aunque no a todos les gusta. Hubo alguno el año pasado que cada día, apenas se iniciaba la función, elevaba al máximo el volumen de su televisor, comentaba uno de los músicos del espectáculo. "Tuvimos que ir a buscarlo a su casa y ponernos de acuerdo con él".
Menos pasión
"Pero, en general, el público ya no siente pasión por el teatro", opinaba José Osuna, director de la obra en La Corrala. "Antes, la gente protestaba y tiraba cosas si no le gustaba la obra. En época de Lope era como con el fútbol: había partidarios de uno y otro autor, y se manifestaban unos contra otros. Ahora, la gente va a relajarse, a pasarlo bien. Tal vez en un espectáculo al aire libre se sienten menos inhibidos que en un teatro y pueden toser o comentar libremente lo que ven".Los conciertos de música culta al aire libre, que se propagan también en este tiempo, congregan por lo general a los verdaderos amantes de este género. Se rompe esa convención que califica a un concierto más como un fenómeno de afirmación social que acaba por sustituir al interés por la música. Los aplausos son más espontáneos; las miradas ante el entusiasmo expresado fuera del momento oportuno son menos incisivas. Si la acústica es buena, la audiencia sigue el concierto atenta y silenciosa.
Más bulliciosos, con algun niño noctámbulo expresando sus preferencias entre botes de cerveza y bocadillos circulando de mano en mano, tuvieron lugar algunos conciertos de géneros musicales más populares, con algunas de las esperadas figuras que aterrizan en verano por estas tierras. "Es como en el pueblo, pero más internacional", comentaba alegremente uno de los asistentes, mientras repartía su botín de alimentos y bebidas en el concierto de Paco de Lucía. Uno de los que alegremente también perdonó la ausencia de Camarón de la Isla en ese recital sin protestar ni enfadarse.
Un pueblo internacional
Madrid se convierte en verano en un pueblo internacional, y ciudades de escasa actividad cultural en el resto del año se convierten en capitales temporales del teatro. Recintos monumentales como los de Itálica, Mérida y Sagunto se transforman en escenarios de festivales internacionales de teatro, que cada año adquieren mayor prestigio. En Barcelona, las actividades se dan todo el año, y la programación de verano se muda también parcialmente a la Plaça del Rei, a los Jardins de l'Hospital o a la carpa del Parc de la Citadella.Sin embargo, la mayoría de estos escenarios se ha ido adaptando improvisadamente, y en muchos casos no alcanzan los requisitos que harían que el público que quiere asistir a estos espectáculos lo haga cómodamente. El entusiasmo de los grupos y las ambiciosas programaciones de los ayuntamientos no contemplan con demasiada atención este aspecto, que es parte esencial del espectáculo. El desinterés que pueden mostrar los asistentes en lugares a los que con poca frecuencia llegan los espectáculos ambulantes dificulta la relación que puedan tener con ellos. En verano, la noche se convierte en recinto de la ficción y la fiesta. La gente busca esos estímulos en las calles, plazas, parques, y muchos de ellos no volverán a ver nada igual hasta la próxima temporada. En verano, el público es también un protagonista.
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