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La salida del Partido Comunista Francés rompe un equívoco histórico

Los tres años largos de participación del Partido Comunista Francés (PCF) en el Gobierno socialista del presidente de la República, François Mitterrand, no han dejado rastros indelebles. Su fidelidad a la solidaridad gubernamental es lo que se ha resaltado. Sobre el terreno, su central sindical, la Confederación General de los Trabajadores (CGT), la más potente del país, en alguna medida, y sobre todo en un primer momento, controló los problemas sociales. No es posible calibrar el paso del PCF por la Administración sin tener en cuenta el equivoco histórico en general -y con Mitterrand en particular- que ha caracterizado siempre las relaciones socialistas-comunistas.Desde que en 1922 la escisión de los socialistas, en el congreso de Tours, dio a luz al PCF, las divergencias ideológicas de los dos partidos nunca han desaparecido. Ha habido algunas lunas de miel en esta historia de rencillas. La más reciente e histórica fue la que en 1972 unió a los dos partidos en torno al programa común. Pero incluso por la misma época, Mitterrand puso las cartas boca arriba al declarar ante la Internacional Socialista, en Viena, que su unión con los comunistas estaba destinada a favorecer el robo de tres millones de electores al PCF. Y así lo ha demostrado el tiempo.

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Tenía que ocurrir, y en 1977 se disolvió el matrimonio. Pero en 1981, tras la victoria socialista, fundándose nuevamente en razones, generalmente falaces, de coyuntura y de fidelidad a la unión de la izquierda, comunistas y socialistas se embarcaron en el Gobierno. Toda la estrategia política de Mitterrand en este terreno ha consistido en reducir al PCF a un grupo testimonial, con objeto de que se radicalice, se acerque aún más a Moscú y pierda, en consecuencia, definitivamente su peso en la vida interior francesa. Por el momento, el proyecto de Mitterrand se está cumpliendo en buena medida.

De los cuatro ministros que en estos tres años han pertenecido al Gabinete, Mauroy ha dicho que son buenas personas, trabajadores, que no escatiman esfuerzos, que son puntuales en el trabajo y que respetan la solidaridad gubernamental. Todo esto es norma para los hombres que se dedican a la vida pública en este país.

En los tres años de vida común, en cuanto pasaron los primeros meses de estado de gracia, los comunistas y socialistas no han hecho más que salir de una enganchada para retroceder, reponer fuerzas y enfrentarse de nuevo. La reindustrialización, los recortes de empleo en la siderurgia, en el automóvil, en la minería, en los astilleros, han sido las excusas del PCF para atizar el fuego del obrerismo, con el que, en definitiva, no apunta más que a un objetivo: rehacer su electorado, que en la reciente consulta europea quedó reducido al 11%.

Toda su estrategia gubernamental ha sido ésa: tratar de reconquistar votos apoyándose en la espada de Damocles que es la CGT. Su fracaso electoral, a pesar de gobernar, es lo que ha determinado su decisión de no participar en el Gabinete Fabius. Así, desde fuera del Ejecutivo, basándose en la CGT, es como piensa el PCF volver a ser una fuerza política importante en Francia, cosa que no se considera fácil, ni muchísimo menos.

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