Lo absurdo de unas expulsiones
LA EXPULSIÓN de 10 sacerdotes de Nicaragua, entre ellos cuatro españoles, es una noticia que causa sorpresa y preocupación particularmente entre quienes han seguido con interés y comprensión el proceso que el sandinismo ha llevado a cabo. Es muy difícil creer que tales expulsiones, independientemente de los hechos y de las leyes que se pueda invocar para tratar de legitimarlas, sean medidas necesarias para defender el régimen sandinista ante, los peligros que le acechan. En cambio, es muy probable que se conviertan en un factor negativo para la imagen del sandinismo tanto en el interior del país como en el plano internacional.El próximo 19 de julio se celebrará el quinto aniversario del triunfo de la revolución sandinista; no es un plazo muy largo, y el recuerdo de la terrible represión que caracterizó la dictadura de Somoza está aún vivo en la memoria de una gran parte de la población de Nicaragua. En diversos terrenos -como el de la alfabetización, la superación de algunas de las desigualdades sociales más escandalosas-, el sandinismo puede presentar un balance muy favorable; en el terreno de las libertades el resultado es, en cambio, francamente desalentador. Mientras tanto, la presencia de grupos contrarrevolucionarios, organizados y ayudados desde el exterior, da lugar a un situación muy grave que repercute sobre toda la vida del país. La respuesta, quizá no sin cierta lógica de quien se siente acosado, pero inadmisible desde la ética política, es la reducción a actitudes cerriles, sectarias, el recorte o supresión de libertades, el redoblar de la militarización.
Sin embargo, y a pesar de la simplificación maniquea en la que suele caer la propaganda de signo contrario, Nicaragua no es una copia de los países del Este, ni siquiera una Cuba instalada en el continente. Todavía en Nicaragua existen otros partidos, además del Frente Sandinista, si bien muy coartados en su actividad. La propia doctrina sandinista no es un remedo de marxismo-leninismo. El Gobierno de Managua ha aceptado el reto de organizar para el próximo mes de noviembre unas elecciones, asegurando que en ellas las diversas opciones podrán presentarse en igualdad de condiciones. Precisamente en estos días se están discutiendo las medidas concretas de la campaña electoral y de la celebración práctica de los comicios. Delegaciones sandinistas han visitado España, Suecia y otros países occidentales para recabar cooperación para la realización del proceso electoral. Es evidente que si dichas elecciones se llevan a cabo en condiciones de pluralismo y democracia, Nicaragua habrá levantado un muro para frenar las injerencias exteriores y facilitará considerablemente la aplicación de los planes del Grupo de Contadora para la solución pacífica de los conflictos de Centroamérica.
Cuando Nicaragua se encuentra precisamente en esta etapa preelectoral, la expulsión de los 10 sacerdotes aparece como una decisión particularmente absurda y contraproducente. Incluso aceptando la versión oficial y la legalidad formal de la medida, cabe afirmar que la expulsión tendrá para el régimen sandinista efectos mucho más negativos que el mal que, presuntamente, se trataba de evitar con ella. Precisamente uno de los rasgos del sandinismo, que le diferencia de otras corrientes revolucionarias, es el peso que en su seno tienen los sectores cristianos. Los casos más conocidos de los sacerdotes que, como Miguel d'Escoto y Ernesto Cardenal, son incluso ministros del Gobierno de Managua expresan fenómenos colectivos en los que están involucradas masas de creyentes y un número más o menos elevado de miembros del clero. Los esfuerzos que realiza el Vaticano para combatir, incluso en el terreno doctrinal, la teología de la liberación atestiguan de la amplitud y la importancia que tienen esas corrientes religiosas adscritas a posiciones revolucionarias en la candente cuestión social latinoamericana. En estas condiciones, muy diferentes de las que se daban en otras etapas históricas, el peligro de una utilización de los sentimientos religiosos de la población contra un régimen progresista queda relativizado.
En este clima de agudización de tensiones es particularmente peligrosa la ilusión de creer que se pueden resolver los problemas recurriendo a expulsar a los disidentes, sobre todo si existe el pretexto cómodo de que se trata de extranjeros que interfieren en la vida política del país. No puede olvidarse que la presencia de religiosos extranjeros en algunos procesos revolucionarios de América Latina ha sido motivo de grandes elogios precisamente por parte de los sandinistas. No sólo la solución es improcedente, sino que es también imprudente. Nicaragua necesita demostrar que está en condiciones de preparar las elecciones a la vista de la comunidad internacional con todas las garantías que el pluralismo exige. Y esta decisión marcha exactamente en el sentido contrario.
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