Flexibilidad frente a la deuda
EL ENDEUDAMIENTO exterior de los países del Tercer Mundo se constituyó en protagonista indiscutible de la cumbre de presidentes de los países más industrializados, celebrada hace pocas semanas en Londres. Por primera vez, al ya tradicional rosario de lamentaciones sobre los altos tipos de interés se unió la preocupación por la creciente deuda exterior y sus repercusiones sobre la estabilidad del sistema financiero internacional. Sin embargo, los siete no pasaron de una declaración genérica de buenas intenciones sobre el problema. Como contrarréplica de esa cumbre se han reunido durante estos días, en Cartagena de Indias, los representantes de países latinoamericanos agobiados por la realidad de su insolvencia externa. Entre ambos acontecimientos se ha producido la suspensión de pagos de Bolivia, los rumores sobre la de Ecuador y el contencioso entre Argentina y el Fondo Monetario Internacional (FMI), mediante el cual esta última nación ha roto las negociaciones tradicionales que se mantienen con el organismo y ha levantado la bandera de un plan de ajuste alternativo no centrado en la recesión económica.
Todas estas situaciones han generado un clima de nerviosismo en los principales centros financieros, y algunos bancos con abundante riesgo en América Latina han conocido el peligro de un crack ante la posibilidad de tener que llevar a morosos los cuantiosos créditos concedidos y, por tanto, de reducir sus dividendos de forma sustancial. Esta semana marca el final M segundo trimestre del año y los bancos norteamericanos -los más importantes-, sometidos a una legislación rígida, deberán reducir sus beneficios contables ante la imposibilidad de que Argentina pague los intereses de sus préstamos. La situación, que ya se dio en el mes de marzo, generará nuevas dosis de intranquilidad.
Todo ello es una prueba más de que la crisis financiera que genera la gigantesca deuda exterior del Tercer Mundo (700.000 millones de dólares, de los cuales 350.000 se localizan en América Latina) es un problema de todos: de los deudores, por serlo y porque por pagar tienen que reducir el nivel de vida de sus habitantes y renunciar a las divisas de una buena parte de las exportaciones de sus materias primas; de los acreedores, porque sin la flexibilidad con que una entidad de ahorro trata a un cliente individual, aplicada a Estados soberanos, pueden poner en peligro su propia estabilidad; y de los organismos financieros internacionales, porque la rigidez de sus esquemas puede convertirlos en inútiles dinosaurios generadores de inestabilidades políticas.
El presidente colombiano, Belisario Betancur, al recibir a los cancilleres y a los ministros de Economía de los 11 países latinoamericanos reunidos en Cartagena de Indias, tendió la idea de la moderación y de la cesión como fórmula para abordar el problema. "No hemos venido a eludir nuestras obligaciones, sino a buscar cómo cumplirlas mejor; no hemos venido a hacernos fuertes para el enfrentamiento, sino para la colaboración". Estas palabras de bienvenida desechaban a priori la idea de crear un club de deudores que se negase sistemáticamente a pagar las obligaciones contraídas en muchos años de crecimiento especulativo.
El presidente Alfonsín dijo en Madrid que Argentina estaba dispuesta a cumplir con sus obligaciones externas, pero no a costa del hambre de los argentinos. Estas ideas han sido prácticamente compartidas por todos los países deudores implicados, que en sus muy moderadas resoluciones se muestran dispuestos a pagar siempre que se flexibílicen las condiciones para hacerlo. Inclusp países como México, que ya han protagonizado la parte más dura del ajuste, se ven en el trance de perder sus conquistas debido a la elevación de los tipos de interés en Estados Unidos en los últimos meses.
John Maynard Keynes, para explicar la necesidad de la tolerancia en materia económica, utilizó la metáfora de "si te debo una libra tengo un problema; si te debo un millón de libras, el problema es tuyo". El ejemplo vale también para esta situación y este tiempo. Tanto las conclusiones de la reunión de Cartagena de Indias como los análisis menos sospechosos de antiamericanismo -¿se aceptará este calificativo para el artículo de Kissinger que ayer publicó EL PAÍS?- señalan la necesidad de que todas la partes en conflicto den una lección de sensatez. Si no se asume la necesidad de ser flexibles, el sistema financiero mundial, mucho más sofisticado que en 1929, puede tener un nuevo crack, que afectaría a las democracias latinoamericanas, pero de rechazo también a las occidentales. Y el riesgo de una nueva conflagración mundial -las guerras siempre tienen una trastienda económica- aumentaría hasta límites insoportables.
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