Blomsday-84: una celebracíón hispánica
No será necesario desayunarse con riñones fritos ni beber el trago favorito del buen Leopold Bloom, como en efecto hacen algunos lectores literales, para celebrar hoy el día internacional de la literatura, aquel que marca sin equívoco el fin de la era gramatical. El Ulises ocurre un día como hoy sólo porque Joyce buscó perpetuar (para él las simetrías mejoraban lo casual) su primer encuentro con Nora, el 16 de junio de un verano temprano. Con parecida puntualidad haría que la novela apareciese el día de su cumpleaños, un 22 de febrero adelantado.Pero un modo más pertinente de celebrar este nuevo anivesario de la larga marcha de Bloom por la libertad de la prosa (ya se hizo camino al desandar) es comprobar cuánto debemos a la inventiva del Ulises, a sus rupturas y clausuras, a sus parodias y discordias. Por lo pronto, como para demostrar que la lectura es también histórica, hoy sus énfasis son otros, y su legibilidad es mayor.
Renovaciones
En las letras latinoamericanas este aniversario además nos encuentra al comienzo de un nuevo período de renovaciones. Este es el año de aparición de tres textos radicales, muy distintos entre ellos y ya lejos del Ulises, pero de indudable estirpe joyceana. Me refiero a Colibrí, del cubano Severo Sarduy; Galaxia del brasileño Haroldo de Campos, y Larva de español Julián Ríos. Notablemente, estos textos señalan una reorientación fecunda de nuestras literaturas, y lo hacen a partir de su noción misma de artefactos lingüísticos que se plantean rehacer el escenario pacificado de la lectura con su juego, libertad y subversión.
En este linaje de los textos que cambian el rol de la lectura, ampliando sus marcos restringidos por los catálogos del mercado, este trío con bravura recobra a su vez nuestra propia tradición joyceana. Borges en uno de sus poemas convirtió a Joyce en el paradigma del escritor del cambio, aquel cuya libertad ejercita nuestras propias liberaciones. Cortázar en Rayuela exploró tanto la ruptura de la sintaxis narrativa como el juego verbal, y lo hizo convocando al lector a la empatía y complicidad de sus operaciones festivas. Carlos Fuentes puso en práctica en varias de sus novelas un montaje simultáneo, no menos joyceano, y es de los pocos que en español manejó con provecho el monólogo interior. Pero ya Pedro Páramo, de Juan Rulfo, es como una refracción económica del Ulises: aquí también Telémaco sale en busca de su padre (para preguntar por sí mismo) y encuentra ya no a su padre equivalente en un burdel, sino a su madre sustituta en una tumba, desde donde hablan las madres que dicen que no, que no lo son, a diferencia de Molly Bloom, que en su cama prometía que sí. En cambio, Guillermo Cabrera Infante (traductor fiel del elegante claroscuro de Dublineses) construyó en Tres tristes tigres una brillante equivalencia verbal de una ciudad nuestra. Su Habana es tan laberintica como la Dublín del Ulises, y su lenguaje tan vivaz, emotivo y también cáustico como el de Joyce. Este no es un recuento estricto de nuestro diálogo con Joyce (Adán Buenosaires, de Leopoldo Marechal, quiso ser una respuesta metafísica al Ulises), pero no puedo dejar de mencionar La casa de cartón, del poeta limeño Martín Adán, un retrato del artista adolescente aligerado por Ramón Gómez de la Serna.
De Joyce, Severo Sarduy tiene el culto de la nitidez de la frase, que es en Colibrí una pauta rítmica pero también un relieve visual, una precisión vivaz del diseño. Es esta intensidad inmediata y natural lo que Pound admiró desde el comienzo en la dicción de Joyce. Haroldo de Campos (uno de los primeros traductores de fragmentos del Finegrans wake) procede a la fractura de la sintaxis y a la asociación implosiva de las imágenes, aunque de Joyce extrae un dispositivo, lo llama él, antijoyceano: la síntesis en lugar de la expansión y no es casual que en su Galaxia la prosa y la poesía son una misma escritura.
es Julián Ríos quien, en Larva, pasa del diálogo a la parodia convirtiendo a mister Joyce y el doctor Freud (sus nombres significan lo mismo) en una figura que habla locuazmente a través de un ventrílocuo. Se podría decir que el Joyce de Ríos lleva anteojos punk. Pocos textos más libres, inventivos y radícales como Larva. Como Joyce con el inglés, Julián Ríos hace que su novela hable todas las lenguas posibles al castellanizarlas con humor y desenfado. Texto también erótico y carnavalesco que nos ofrece el cuento de las sirenas a través del canto del marino. Pero no en vano Larva en lugar de un día ocupa una noche, porque en el espectáculo de la noche de san Juan la fiesta promueve las permutaciones de las máscaras 9 los lenguajes.
Estos tres libros son mucho más que su relación joyceana, pero en ella tienen una nota común que hoy celebramos como nuestra.
Si Molly Bloom, al final, fue la fuente donde se renovaba el habla, el castellano (Dama de Elche que fuese ama de leche) es el turno hoy día de las renovaciones.
Babelia
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