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Tribuna:ÚLTIMA CORRIDA DE LA FERIA DE SAN ISIDRO
Tribuna
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El estómago de los españoles

Manuel Vicent

En el fondo, la afición a los toros se reduce a una cuestión de estómago. Hay gente capaz de hacer una perfecta digestión mientras contempla la lenta agonía de un animal cubierto de sangre, perforado por distintos hierros, con las costillas en carne viva. Yo envidio a esos españolazos que después de comerse unas judías con chorizo acuden a la plaza con un puro en las muelas y echan regüeldos de salud entre moscas en medio del matadero. ¿Acaso esto no es una hazaña? Cada día crece el número de personas que no consigue realizaría.Para desgracia de la fiesta, nuestra raza está en declive hasta el punto que se puede efectuar entre los ciudadanos de este país el siguiente apartado: una amplia mayoría que siente arcadas ante semejante espectáculo, y unos pocos señores que no vomitan por nada. La polémica taurina carece de sentido. A estas alturas sólo se trata de un problema de estómago.

No obstante, algunos teóricos, que unen una pequeña filosofía al interés del hampa en el callejón, aún tratan de elevar esta carnicería a una representación moral invocando la catarsis griega, y por su parte los socialistas, que confunden este residuo de crueldad con la cultura popular, alientan y subvencionan los festejos sangrientos en honor a los santos patronos en pueblos y aldeas. Aunque el buey Apis en persona venga en su ayuda, no hay nada que hacer. Hoy la corrida de toros se enfrenta ya con el simple buen gusto.

Ritos mágicos que cantó Homero

Existen en la historia otras bestialidades sagradas, rodeadas de misterio, que la progresiva sensibilidad del hombre ha superado. Degollar junto al ara del templo a un carnero para agradar a los dioses o descabellar una punta de novillos en el atrio e interrogar sus vísceras en el desolladero sacerdotal era un rito lleno de magia que también cantó Homero. Pero la nariz de los mortales tiene un límite. Llegó un momento en que el hedor de las víctimas propiciatorias acumuladas en el tabernáculo se apoderó del aire de la religión hasta hacerlo insoportable.

Sin duda, los empresarios del culto, los levitas que se zampaban las ofrendas y algunos idólatras castizos aún eran partidarios de aquella fiesta, que al final cayó en desuso no por nada, sino porque se había convertido en un estercolero.

En esta época la discusión de toros ya es un poco ridícula. Resulta tan aburrida como el propio festejo. Hoy Eugenio Noel no se hubiera comido una rosca. Este escritor desarrolló una campaña antitaurina con un talante de torero fracasado que se ofrecía a sí mismo en espectáculo. Daba conferencias. Agitaba las pasiones. Creía que la fiesta nacional era la causa de todos los males de la patria. Pero no tenía razón. La tauromaquia es sólo algo grotesco, una pequeña inmundicia festiva, intrínsecamente hortera, derivada de una insensibilidad de estómagos a prueba de bomba que en las nuevas generaciones levanta sonrisas displicentes.

En un manifiesto de 1917 los socialistas de entonces habían programado la abolición de la corrida por considerarla una: fiesta degradante. Eran otros tiempos. El socialismo de ahora es un toro afeitado al que la derecha ha desplomado algunos sacos terreros en los riñones, y en este asunto también ha cambiado de parecer. Ahora la izquierda fomenta desde arriba las capeas y otros pestilentes jolgorios pueblerinos donde las reses son apaleadas, arrastradas con sogas del cuello y sofritas con bolas de alquitrán.

Los ínclitos mozos les cortan los testículos en vivo para regalárselos a la novia o, en su defecto, a la patrona del lugar, y a renglón seguido los toros mueren bajo un fragor de garrotazos.

Por lo visto, a esto se le llama ahora un reencuentro con nuestras tradiciones. Pero no hay nada que hacer. Aunque el buey Apis venga en su ayuda, la fiesta está muerta. Tiene en contra el simple buen gusto. Sólo se sustenta ya en el estómago de hierro de algunos españolazos.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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