Fellini en París: la novela de la ópera
Hace años tuvieron mucho éxito ciertas óperas filmadas directamente. Para muchos, El caballero de la rosa, con Karajan, y el Don Juan, de Furtwangler, fueron una auténtica revelación, y es necesario añadir la discutida delicia de La flauta mágica, de Bergman, única en su género. Luego vinieron las versiones cinematográficas de las óperas: el Don Juan, de Losey; La Traviata, de Zefirelli, y ahora esa Carmen, de Rossi, todavía no estrenada en España. El juicio es muy problemático: en ese Don Juan, de Losey, la vista de las maravillas arquitectónicas del Palladio luchaba contra el oído; en La Traviata, de Zefirelli, el lujo desaforado, la aglomeración de comparsas, robaban a la obra de Verdi su mayor fuerza. En ambos casos se ve tan clara la discordancia entre lo grabado y el gesto que sólo la enorme inteligencia de Plácido Domingo salvaba la esencia frente a las contorsiones de la Stratas. En la Carmen, de Rossi, los números que podríamos llamar airosos -romanzas, dúos- quedan suficientemente aislados y la estudiada sabiduría de Plácido Domingo como actor es hermoso testimonio, pero todo lo demás va enmarcado en tanto movimiento, en tal marco de frenesí en el grito, que uno acaba aturdido. Ningún director de cine ha manejado la gran música como Visconti -buena relectura es el reestreno de El Gatopardo-, pero colocando escenas de ópera, como la inicial de Senso, que son antología del respeto a la situación y a la grandeza de Verdi.Un mundo absolutamente distinto es el de un filme, La nave, de Federico Fellini, a la que llegué después de colas clamorosas en el Balatino. Quisiera situar esta última obra de Fellini en ámbito más amplio. No se ha escrito la gran novela sobre la ópera, salvo la aproximación de Franz Werfel en su ya antiguo Verdi.
El cantante de ópera, tanto el divo como el divo frustrado, es una especie que no se extingue, por lo rara, intemporal, inclasificable. Cuando yo explico en clase que a partir de la invención del melodrama la humanidad se divide en hombres, mujeres y cantantes de ópera con los tres géneros de masculino, femenino y neutro -no me olvido a los castrati-, hay primero, risas y después comprensión. Pues bien, esto es lo que nos presenta Fellini en La nave cuando ya ha muerto el músico de casi todas sus obras: Nino Rota, al que evoca en su último libro.
Resumen apurado
Necesito dar el resumen de la obra por apurado que sea: en vísperas de la guerra de 1914, embarca toda una compañía de ópera para rodear las cenizas, no cadáver, de una grandísima diva que quiere que se avienten frente a la isla italiana donde nació. Durante el viaje, Fellini va presentándonos con humor agudo y con la ternura que nunca le falta a todas las figuras: tenores que se desaflian en el agudo, diva que no se quita la máscara ni para dormir, empresario que discute, bajo ruso que desafia al trueno, empresario que espía, director de orquesta dialogando desde la batuta a los pelos de punta, admirador absolutamente chalado. Para colmo, el barco recoge a un grupo de serbios que se escapan al declararse la guerra. Para cada situación hay el Verdi preciso, hasta que un buque austríaco los cañonea y los manda al limbo que merecen. Federico Fellini les saca a todos la lengua metiendo como casi leitmotiv lo menos operístico: el Clair de luna, de Debussy.
Si ya señalamos con el mismo Federico Fellini la influencia de Charles Chaplin, que la hay y también en La nave, la otra influencia, no menos importante, es la de Borges con su mundo radicalmente imaginario, casi astral, pero con lo que no es rincón: sus poemas. Federico Fellini recrea la época un poco a lo Woody Allen; también escenas de gran circo, pero con la luz acentuada para los niños. No quiero creer lo que me dicen grandes especialistas como Carlos Colón: que no está previsto su contrato para España. Espero la gestión de los Amigos de la ópera.
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