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Dos formas de protesta contra el poder de Indira Gandhi

Cuenta la leyenda que el mítico guerrero sij Baba Dip Singh reconquistó el Templo Dorado de Amritsar, el lugar más sagrado de su religión, y entró en él sujetándose con una mano la cabeza semicortada y blandiendo con la otra su espada, para morir apenas conseguida la victoria. Su decimocuarto descendiente en línea directa, Sant Jarnail Singh Bhindranwale, de 34 años, murió el miércoles en el asalto al templo por el Ejército indio.Bhindranwale era el líder más radical del movimiento sij y el enemigo público número uno del Gobierno de Indira Gandhi. Vivía dentro del recinto sagrado del Templo Dorado y cada día predicaba la morcha o guerra santa a los fieles con encendidas soflamas. Vestía una túnica blanca y portaba una pistola, con una canana llena de balas cruzándole el pecho.

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Hace poco más de un año, EL PAIS entrevistó al santón sij en una azotea del Templo Dorado, ante el respetuoso silencio de cientos de fieles que, sentados en el suelo y bajo un sol de justicia, escuchaban las respuestas de Bhindranwale en punjabí, el idioma oficial de la religión sij, y su traducción al inglés.

El dirigente radical habló del sufrimiento que, en ocasiones, tendrán que pasar los creyentes para defender su religión, del amor al mundo que inspira la fe sij, de que la muerte es una celebración más para los sijs, como el bautismo o el matrimonio. Cuando se le preguntó cómo conciliaba su sermón de amor universal con la pistola que llevaba en la cintura, respondió: "Los gurus ya nos dijeron que un hombre sin pelo y sin armas es como una oveja: cualquiera puede hacer lo que quiera de él. Yo no permito a los que vienen a escucharme que se presenten ante mí sin pelo y sin armas. El poder depende de las armas".

Bhindranwale, con ojos de iluminado, mostró una actitud desafiante hacia el Gobierno central de Nueva Delhi y pronosticó que la lucha de los sijs por una mayor autonomía en el rico Estado de Punjab, donde viven la mayoría de los fieles de esta religión sincrética entre la hindú y la musulmana, desembocaría, tarde o temprano, en la violencia. Soldados del Ejército indio vigilaban, a una prudente distancia, el conjunto de edificios del Templo Dorado. "Que entren si se atreven; les recibiremos como se merecen", nos dijo entonces el líder extremista mientras golpeaba significativamente la culata de su pistola.

Cumplió su palabra

Ha cumplido su palabra. Según los primeros y aún confusos informes que llegan de Punjab, incomunicado del resto de la India, su cuerpo apareció en un recinto interior del Templo Dorado acribillado a balazos. "Ya sé que en Occidente la mayoría de ustedes nos consideran algo así como fanáticos religiosos", nos declaró el año pasado. Engalanados con cintas amarillas, el color de los sijs, cientos de manifestantes se preparaban para salir alas polvorientas calles de Amritsar a gritar "Sat sri Akal" ("Dios es la verdad") y ser, inevitablemente, detenidos. Era una campaña de desobediencia civil que llevó a la cárcel a cerca de 100.000 sijs.

A sólo unos metros del lugar donde predicaba Bhindranwale, ,otro de los principales dirigentes del movimiento sij, Sant Harchand Singh Longowal, de 52 años, predicaba una postura más moderada.

Las disputas internas y la radicalización de las reivindicaciones de la minoría sij (un 2% de la población del país) fueron inclinando la balanza a favor de Bhindranwale en detrimento de Longowal, el presidente del partido confesional sij Akali Dal (el Partido de Dios), creado en los años veinte para luchar contra la dominación colonial británica y que contaba con cinco diputados en el Parlamento de Nueva Delhi.

En una entrevista concedida á EL PAIS en sus habitaciones del Templo Dorado, Sant Harchand Singh Longowal habló con desprecio del presidente de la India, Zail Singh, que también pertenece a la secta sij. "Zail Singh es un hombre de escasa educación y preparación. No sólo no es un honor para los sijs el que ocupe la jefatura del Estado, sino más bien todo lo contrario".

Longowal aseguró entonces que contaba con 100.000 hombres "dispuestos al sacrificio" para presionar al Gobierno de Nueva Delhi para conseguir la extraterritorialidad de Amritsar; para lograr que el kirpan, el cuchillo que cada miembro de la secta debe portar día y noche, fuera permitido en los aviones de línea; para alcanzar, en fin, todas las reivindicaciones religiosas y políticas de los 12 millones de sijs que viven en el subcontinente indio.

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