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Crítica:CINE: 'BREAKDANCE'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Aficionados

Ya son legión las películas musicales que propagan las nuevas técnicas de baile. De aquella irrealidad del musical clásico se ha pasado a una directa reproducción de lo cotidiano o a un estímulo para que en la vida real se dance tal como los bailarines en la pantalla. Ahora, el break, que nació en barrios de Nueva York, es el enloquecido y fascinante medio de acompasar el cuerpo con la música. Los jóvenes de color que se especializan en este estilo se contorsionan con imaginación, se agitan, revuelven y saltan y giran en el suelo con el mínimo apoyo de sus omóplatos o sólo con su cabeza. Es un espectáculo asombroso, tal como pudo apreciarse en el pasado Festival de Cannes, donde se presentó la película Beat Street, interpretada por el grupo de muchachos que dirige Harry Belafonte: en agosto se estrenará en España.Mientras tanto, nos llega Breakdance, una película modesta, en la que los números de baile se interrumpen por un montaje sincopado que atiende antes la mínima historieta que el espectáculo de la coreografía, único que podría aportar cierto aliciente. Así, la habilidad rítmica de los protagonistas queda sólo insinuada.

Breakdance

Director: Joel Silverg. Guión: Charles Parker, Allen De Bevoise y Gerald Escaife. Fotografia: Hanania Baer. Coreografia: Jaime Rogers. Intérpretes: Lucinda Dickey, Shabba-Doo, Bogaloo, Shrimp, Ben Lokey, Phineas Newbom III. Musical. Norteamericana. 1984.Locales de estreno: Pompeya, Gayarre, Sainz de Baranda.

Es un grave error, porque el resto del filme es tan manido que no se entiende cómo los guionistas y el director han optado por entretener a la audiencia en base a la simple anécdota por la que tres amigos desean presentarse a unas pruebas teatrales mientras sus competidores, blancos, les niegan ese derecho. Puede que Breakdance pretenda ser una denuncia del racismo aún latente, pero es tal la torpeza de su realización que, como los personajes, todo parece producto de la afición y no de la profesionalidad. Tosco, realizado sin exigencia, como si el joven que vaya a consumirlo no tuviera derecho a algo más de calidadi, no sorprende tanto porque una narrativa tan vieja se aplique a un filme tan moderno como porque los medios puestos para ello apenas superen los que cualquier aficionado lograría con una cámara de super8.

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