Melodrama siciliano
Alfonso Vallejo ha estrenado un sorprendente melodrama siciliano. Se llama Orquídeas y panteras -probable resumen literario del enfrentamiento entre la delicadeza y la fiereza- y está hecho como de retazos de recuerdos de películas y de lecturas.La narración -la obra tiene un estilo narrativo: se cuentan las cosas, sobre todo en estilo literario, más que se actúan o suceden en escena- tiene como tres planos esenciales. Uno es el drama de Berto Leone, que se ve morir sin sucesor masculino y que siente una cierta culpabilidad de haber asumido el imperio del machismo mediterráneo de su tradición: expulsó de casa a su mujer, enamorada de otro, y a su hija, que la defendía. Se enfrenta ahora, en la raya de la muerte, al regreso de aquella hija acusadora que no le perdona, mientras la otra hija (¿son la pantera y la orquídea?) le alivia.
Orquídeas y panteras
De Alfonso Vallejo. Intérpretes: Francisco Vidal, José Bódalo, Muntsa Alcañiz, Antonio Canal, Magüi Mira, Paco Ferrer, Fernando de Juan, Jaime Muela.Escenografía y vestuario: Miguel Narros.
Ayudantes de dirección: José Carlos Plaza y María Ruiz. Dirección: William Layton.
Estreno: teatro Español.
Todo este plano de la obra es el de una especie de rey Lear doméstico. El segundo es el de dos mujeres -las dos hermanas- que aman al mismo hombre, esposo de la dulce, amante de la dura, sometido a la clásica tirantez entre el amor y la lujuria: esquema para escenas de pasión, odio, celos, entrega, venganza.
El tercero es el conocido tema siciliano de la especulación del terreno: la hija mala vende su campo heredado para la construcción de un casino, que tapiará la casa del padre y le arrebatará la vista al mar, destruyendo así la tierra de los Leone; entra la Mafia, intervienen los jueces, la justicia resplandecerá por un momento, pero la Mafia se cobra en una vida humana.
Los tres grupos de acción aparecen mezclados y como dotados de sentido por la presencia de un narrador: un periodista de sucesos que, al principio, monologa sobre la verdadera naturaleza humana, los riesgos de un mundo con guerra, el riesgo de la extinción de la especie y algo sobre el sentido de la vida: es la forma de dar trascendencia al melodrama. Es indudable que esa trascendencia existe en la mente del autor, que es un médico humanista, pero que sólo traspasa por frases al conjunto de su texto. Frases literarias que igualan a los personajes, continuas definiciones y formulaciones. En realidad, al espectador no le llega más que lo melodramático contado.Sobre este texto han hecho un espléndido esfuerzo un grupo de actores dirigidos por William Layton, con la importante ayuda de José Carlos Plaza y María Ruiz, y con una deslumbrante escenografía de Miguel Narros. El escenario de Narros, tanto cuando es quietud bellamente iluminada como cuando se hace protagonista en los efectos finales, resueltos con inteligente simplicidad, supone todo el ambiente de la obra.
El equipo de dirección ha conseguido dar la naturalidad posible a un lenguaje que es, como queda dicho reiteradamente, libresco, más de escritura que de dicción, con agilidad en los movimientos, sensibilidad continua, riqueza de acciones menores.
Lenguaje y actores
Este problema de lenguaje asalta a los actores. Bódalo tiene una enorme humanidad y la transmite al patriarca que representa, en lo amargo como en lo violento; Magüi Mira tiene el arrebato de la pasión, la voz airada de la tragedia. El personaje de Antonio Canal es más ambiguo, más desdibujado; y Muntsa Alcañiz se reclina meramente en la dulzura. Sobre Francisco Vidal recae el desairado papel del portador de la doctrina, del narrador; pone su oficio para tratar de sacarlo adelante.El conjunto, como queda dicho, es extraordinario: interpretación, dirección y escenario ayudan denodadamente a la narración, y hasta la salvan de la caída del segundo acto. Para ellos fueron los mejores aplausos del estreno en el teatro Español, a los que el autor respondió con la lectura de unas cuantas palabras.
Babelia
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