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Aviso a atolondrados. navegantes

El autor de este artículo reflexiona sobre las dos claras victorias nacionalistas -y como contraposición, las dos rotundas derrotas del Partido Socialista Obrero Español, gobernante a nivel estatal- en las dos nacionalidades históricas más definidas de España.

La primera reflexión de las elecciones vascas y catalanas es que parece confirmarse que las victorias de los nacionalismos periféricos son tanto más contundentes cuanto la amenaza neocentralista es más potente y cuanto más civil es la comunidad que vota. En Cataluña y Euskadi, el PSOE ha pagado aquel gran error político cometido con el intento y sustento de la LOAPA, desautorizada por el Tribunal Constitucional en agosto de 1983 y, a pesar de ello, vergonzosamente mantenida en sus restos por la Administración socialista.El contubernio, o por lo menos el duopolio UCD-PSOE, montado en los pactos autonómicos de julio de 1981 para "armonizar el proceso autonómico" de espaldas a las dos comunidades con mayor -y acaso única- sensibilidad autonómica en toda España se cobró una estrepitosa víctima en todo el país: la UCD fue defenestrada por sus propias falanges de servidores públicos tras las elecciones legislativas de octubre de 1982.

Las elecciones vascas y catalanas de este año seguramente están avisando al PSOE de cómo pueden cambiar los famosos 10 millones de votos al igual que sus promesas de 800.000 puestos de trabajo y otras muestras de diletantismo político. La única ventaja del PSOE en el resto de las comunidades autónomas es que -todavía- no están organizados los partidos nacionalistas respectivos, aunque ya hay indicios por doquier, incluyendo los de Galicia, Andalucía, Canarias, Valencia, etcétera. Hasta en Castilla hay nacionalistas y, por supuesto y aparte, en el reino de León.Paradoja del centralismoLa segunda reflexión es que la gran responsabilidad histórica del PSOE -como la del otro duopolista, la UCD de hace unos años es que no ha calibrado en serio la importancia de la ransformación autonómica del Estado, que consagra la Constitución española de 1978, documento decisivo en la Europa contemporánea, ya que re conoce la crisis del Estado-nacional unitario, de ese Estado pro crusteano que pretende domeñar y homogeneizar las diferencias existentes en las sociedades libres y plurales. Pues así como España fundó -por imposición fiscal y militar, como casi todos los Estados- uno de los primeros Esta dos renacentistas de Europa hace cinco siglos, la Constitución española de 1978 consagra, como lo in tentaron las dos constituciones republicanas, la crisis y, por consiguiente, la necesaria superación de ese mismo Estado nacional unitario: éste es no sólo cada vez más insuficiente para encarar los problemas económicos y tecnológicos de una sociedad moderna, sino también es, desde hace tiempo inútil para enfrentarse con las preferencias individuales y sociales de una comunidad madura.La tercera reflexión es que algunos socialistas -seguramente quienes puedan todavía pensa por estar menos comprometido con la urgencia y arbitrariedad de poder -intuyen la dificultad abismal de la transformación autonómica del viejo Estado español. En consecuencia, hablan confusa y literariamente de "la necesidad de la utopía" y de "la conveniencia de una estructura federal del Estado". Pero no acaban de darse cuenta de que los que apuntan verdaderamente hacia la utopía y ensayan el federalismo son, precisamente, los nacionalistas periféricos, vascos y catalanes, muchos de los cuales quieren, más allá de sus nacionalidades respectivas, organizar nuevos Estados-nación cinco siglos después de los que se formaron en la Europa del Renacimiento o un siglo después de los que alentó el Romanticismo. Su objetivo a medio plazo consiste en tratar dé resolver sus propios problemas de eficiencia y equidad mejor que el Estado unitario, que, sea cual sea la ideología del Gobierno que lo ha representado en distintos momentos históricos, no los ha resuelto. A más largo plazo pueden decidirse a enfrentarse con otra utopía más ardua: convertir las viejas regiones y nacionalidades de las Españas en sociedades modernas, civiles y maduras, que ahuyenten para siempre los espasmos tercermundistas y autárquicos, indignos del contexto europeo. Esta tarea a largo plazo es lo suficientemente utópica y difícil como para que existan nacionalistas periféricos que renieguen de tan fatigosa expansión y exacerbando sus tendencias endogámicas rentabilicen tan sólo su eficiencia económica. Para tal eficiencia, las prácticas cuasi federales que estos años han exigido los Gobiernos nacionalistas periféricos y que los distintos Gobiernos centrales han concedido a regañadientes y luego generalizado a otras comunidades, no sólo responden más fluidamente a las demandas locales de bienes y servicios públicos, sino también son más elásticas a las presiones de los grupos económicos regionales, que necesitan prepararse mejor ante la mayor competencia internacional y la larga crisis económica.

El problema es que la preparación para la competencia internacional, en un contexto de autonomías financieras y descentralización fiscal, alienta también la competencia y la lucha interregional para atraer no sólo inversiones, sino también señas de identidad históricas o folklóricas. Tal competencia interregional no sólo erosiona la equidad o solidaridad en el conjunto estatal (si es que hay alguna fuerza política que coherentemente piense en tan esquivo objetivo constitucional), sino también la eficiencia frente al exterior, al no existir un proceso de planificación global que oriente a largo plazo el territorio español en el espacio económico europeo y en la nueva división iniernaci9nal del trabajo. Una primera conclusión me parece clara tras estas tres reflexiones: si alguna posibilidad queda de aunar la mayor eficiencia que, respecto a la media estatal, están teniendo para sus votantes los Gobiernos nacionalistas periféricos, con la mayor equidad territorial y social que debiera apoyar una ideología que se declara socialista, es en la colaboración y no en la confrontación donde hay que buscarla. Y así como parece confirmarse que quienes gobiernan el PSOE no han comprendido la profundidad y complejidad del nacionalismo periférico, cabe deducir que su insensibilidad acabe por pulverizar, ya que no transformar, el viejo Estado-nacional unitario. De esta irónica manera, los neocentralistas apresurados devienen neoseparatistas reales, repitiendo una vez más la cerrazón no sólo del régimen anterior, sino de otros muchos regímenes que en España han sido.

es profesor de Economía Regional y Urbana en la Universidad Complutense. Hasta diciembre de 1983, en que dimitió a petición propia, fue subdirector general de Planificación Regional del Ministerio de Economía y Hacienda.

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