Exilio y adoctrinamiento: la hambruna que castigó a miles de niños durante el franquismo
Un documental recoge los testimonios de andaluces que sufrieron la miseria autárquica y un proceso de nacionalización durante la posguerra


José Romera tenía seis años cuando se dio por finalizada la Guerra Civil, aunque para él y su familia de Terque (Almería) el hambre y la miseria se prolongó durante muchos años más. “Teníamos frutales, molíamos trigo en el molino y en la vega sembrábamos otros cultivos, pero venían los cabecillas del pueblo, pistola en mano, y la Guardia Civil y te lo quitaban”, expone este nonagenario almeriense, que con 14 años se convirtió en el hombre de la casa al morir su padre de hambre. A partir de ahí tuvo que ingeniárselas para sortear la represión franquista y sacar adelante a su familia.
El testimonio de Romera es uno de los que aparecen en el documental Voces propias. Miserias y estrategias de una infancia en dictadura, donde investigadores de las universidades de Almería, Granada, País Vasco y la británica de Leeds revelan cómo los niños estuvieron entre las víctimas más destacadas de la década de los cuarenta. Ellos sufrieron con especial virulencia la violencia, el control sociomoral, el adoctrinamiento ideológico, la miseria autárquica, los abusos en instituciones del régimen o la desestructuración familiar como consecuencia de la posguerra.
Ese escenario de hambruna y miseria fue el principal caldo de cultivo del exilio forzoso al que se vieron abocados miles de menores junto a sus madres. Desde febrero de 1939 cruzaron la frontera de Francia cerca de medio millón de personas de las que el 40% de ellas fueron mujeres y niños que tuvieron como destino Francia, Bélgica, Reino Unido, México o la URSS.
El profesor de la Universidad de Leeds Peter Anderson, especialista en los Tribunales Tutelares de Menores y que ha estudiado los casos de retirada de la custodia y la patria potestad a los padres durante el franquismo, explica cómo funcionaba el sistema para separar a los niños de los progenitores que consideraban peligrosos: “Enviaban visitadores a las familias para estudiar la situación de los niños y había jueces que estudiaban los casos, evaluando las evidencias para ver en qué clase de peligro pensaban en el que, supuestamente, estaban los niños”.
“Fue un exilio muy doloroso que se produjo en un contexto de caos, pues hubo muchos niños que perdieron de vista a sus madres. Muchos fueron conducidos a colonias infantiles, pero la inmensa mayoría fueron internados junto a sus madres en los campos y refugios que el Gobierno francés improvisó”, abunda Alba Martínez, investigadora postdoctoral Marie Curie de la University of Leeds. La autora muestra cómo, pese a la ayuda humanitaria internacional y al trabajo de instituciones como la Commission d’ai deaux enfants espagnols réfugiés en France (CAEERF), los niños refugiados sufrieron el desarraigo y todo tipo de calamidades. “Los niños crecieron en los lugares donde fueron acogidos con el consiguiente impacto emocional que padecieron”, agrega Martínez.
La escuela como contrapeso

El documental analiza también el proyecto franquista de nacionalización de los niños y de las niñas a través de la escuela como contrapeso de la experiencia “materialista y desnacionalizante” de la II República. “Los maestros eran una pieza esencial para el proceso de nacionalización y adoctrinamiento de los niños en las aulas. El franquismo ejerció una durísima depuración sobre el Magisterio republicano al considerar que habían influenciado a los niños con valores laicos y no patrióticos”, señala Claudio Hernández Burgos, de la Universidad de Granada. Un testimonio que corrobora Carmen Solbas, (Terque, Almería, 1933): “A la maestra que teníamos de pequeñas se la llevaron por ser republicana”.
Óscar Rodríguez Barreira, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Almería, se detiene en la repercusión que esta convulsa situación tuvo en las aulas segregadas del régimen franquista: “La nota más característica de la escuela de los cuarenta era el absentismo debido a la pobreza y el trabajo infantil”. Y los que iban a clase eran víctimas del adoctrinamiento ideológico del régimen. “Lo primero que hacíamos por la mañana era cantar el Cara al sol y por la tarde las niñas solo teníamos como misión coser y rezar”, indica Francisca Romera, de 88 años y vecina de Alhabia (Almería).
Las dolencias derivadas de la malnutrición que padecieron los menores acabaron reflejándose en la evolución de su estatura en los años siguientes, y derivó en una elevada mortalidad infantil. “El abandono de niños fue un elemento típico de las hambrunas, cuando la comida falta los abandonan y los entregan a otras familias más pudientes que los puedan atender”, apunta el profesor Miguel Ángel del Arco. Y su colega Francisco Jiménez Aguilar, de la Universidad del País Vasco, ha analizado los efectos tanto materiales (accidentes laborales, absentismo escolar, enfermedades, etc.) como emocionales (asunción prematura de responsabilidades, etc.) que implicaba para los menores el trabajo infantil. El autor se interroga por cuestiones como hasta qué punto el trabajo infantil acabó convirtiéndose en un problema para el régimen franquista, y señala el contexto socioeconómico y familiar de los niños como factor condicionante de sus experiencias durante la posguerra: aquellos que más sufrieron fueron los hijos de los vencidos en la guerra.
Para la historiadora Gloria Román Ruiz (Iznatoraf, Jaén, 1990), coordinadora de este documental y profesora del Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Granada, “los menores quedaron condenados a la pobreza y la marginalidad, al convertirse en víctimas predilectas de la miseria moral y económica que caracterizó el periodo”. Román, que es autora del libro Los niños de Franco, considera que muchos menores quedaron expuestos a la orfandad, el abandono, la mendicidad y las enfermedades derivadas de la falta de higiene, el hacinamiento, el frío y la desnutrición; cuando no al trabajo infantil y, en consecuencia, al absentismo escolar.
Un absentismo al que se vio forzado José Romera desde el pequeño pueblo almeriense de Terque: “De pequeño, íbamos al comedor del Auxilio Social, a los niños de familias bien les llenaban los platos pero a los niños como yo apenas nos echaban agua caliente. Mi padre se quejó ante los jefes pero no sirvió de nada, lo metieron en la cárcel”.
El documental analiza también las prácticas de resistencia cotidiana protagonizadas por los menores de posguerra así como las estrategias exculpatorias a las que recurrieron una vez descubiertos por las autoridades. Y se analiza por último la implicación de los menores en la delincuencia económica de posguerra, especialmente en los hurtos famélicos motivados por el hambre. “Se trataba de acciones que desafiaban las normativas autárquicas del régimen franquistas y que estaban inspiradas por la necesidad que padecían estos niños”, expone el investigador Óscar Rodríguez.
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