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Reportaje:La obra del prosista ampurdanés llega a su último volumen

'Imatge Josep PIa', el complejo mundo íntimo del escritor

"¿No te das cuenta de que quiero ir a morirme al mas?", preguntó Josep Pla con una voz ya débil súbitamente encrespada por la impaciencia. La escena se desarrollaba a principios de abril de 1981 en la clínica Santa Creu de Figueres y el destinatario de la pregunta era Josep Martinell, pintor de Palafrugell y uno de los más fieles amigos del escritor en los últimos años de vida de éste. "Es en el mas (el Mas Pla de Llofriu) donde he de morir", repetía Pla. Martinell trataba de convencerle de que se quedase en la clínica, lo mismo que su editor, Josep Vergés, que iba a verle asiduamente desde Barcelona o desde su casa del cercano pueblo de Pontós. 0 que Dom Maur. Esteva, abad del monasterio de Poblet cuya amistad había significado para Pla el tardío reencuentro con una fe que, en el fondo, no había abandonado nunca, por más que en algunas ocasiones le encantase adoptar -medio en broma y sólo verbalmente- el papel de volteriano rural y comecuras.De hecho, el tramo final de la vida de Josep Pla había comenzado el 27 de enero de ese año, en el Mas Pla, con la ceremonia oficial de su reencuentro con la religión: una misa en su habitación, en presencia del editor Josep Vergés y oficiada por el abad Esteva y cuatro frailes acompañantes, uno de los cuales, el padre Marc -enfermero diplomado-, sería destacado por el abad a la cabecera de Pla hasta su muerte y le cuidaría con mimo. Posiblemente, en ese momento Pla ya estaba demasiado enfermo y cansado para bromear con los frailes de Poblet acerca de una imagen de la Purísima Concepción que tenía sobre la cabecera de la cama, barroca y rodeada de pequeños ángeles, de la que solía decir "aquesta senyoreta, tret dels 'bufanúvols' (se refería a los ángeles) es bonica".

Esta anécdota, tan ilustrativa de la cotidianeidad caótica salpicada de momentos emocionantes que presidió los últimos tiempos de Pla, aparece contada por vez primera en Imaige Josep Pla, una personalísima y atractiva coda a las obras completas del escritor ampurdanés, que cierra (con el número 45 y antes del volúmen 46, enteramente dedicado a índices), la Obra Compleia de Pla, editada por Destino.

De hecho, Imatge Josep Pla es un recorrido de primera mano por los comportamientos, avatares y juicios de Pla sobre lo divino y lo humano a lo largo de su vida, y en sus distintos capítulos -incluida una notabilísima selección de fotografías, parte de las cuales ilustran estas páginas- aparece en toda su complejidad la personalidad ,creativa y humana de Pla, un intelectual que pretendía ser un "pequeño propietario rural que escribe para distraerse"; un hombre elegante y educado que hacía gala de su descuido en el vestir, o de sus repentinos exabruptos, a veces rayanos en la impertinencia. Un ejemplo casi inconcebible aparece en el pasaje del libro dedicado a la visita de los Reyes de España -a la sazón príncipes de España- al Mas Pla, el 19 de marzo de, 1975, cuando Pla le preguntó a la princesa Sofía si era cierto que la monarquía griega había caído por un enfrentamiento personal entre su madre,. la reina Federica, y el líder político Constantino Karamanlis. Luego, típicamente, Pla se enmendaría dedicando a doña Sofía su guía de la Costa Brava con un verso italiano que atribuyó a D'Annunzio, pero que podía ser suyo: 'Per onesto desiderio di vivere nel vostro cuor".

Pla dividía el inmenso inventario de sus relaciones sociales en "saludados, conocidos y amigos", y la tercera de estas categorías era con mucho la más reducida, con el agravante de que -dado el carácter mercurial de Pla- era perfectamente posible pasar de amigo a saludado por un quítame allá esa opinión política.

Pla, en sus momentos exuberantes o distendidos, era un conversador, un causeur, casi legendario. Como Oscar Wilde, George Bernard Shaw, André Gide, Jean Cocteau, Julio Camba (con quien le encantaba ir de restaurantes en sus estadías madrileñas) y tantos otros grandes escritores. Llegado el caso -y si el humor le acompañaba- Pla podía ser atento, generoso, educadísimo y considerado con sus visitantes del Mas Pla, sin distinción de rangos profesionales, políticos o sociales, pero de la misma manera que más de un estudiante curioso podía recibir el regalo de toda una velada de observaciones lúcidas entreveradas de boutades descomunales, más de un prócer político, capitán de empresa o luminaria de la vanguardia intelectual se había visto con las puertas del Mas. Pla literalmente en las narices porque el escritor estaba leyendo, durmiendo, ha ciendo las cuentas de la leche con su masover o, simplemente, sin ganas de hablar. Pla era también un menteur en el sentido stendhaliano, literario y creativo del término (como analiza perfectamente Terenci Moix en estas mismas páginas) y -para consternación de sus interlocutores- solía acompañar sus mayores desafueros -con la muletilla de Això no ho dubti ni un moment. De hecho, sobre todo si la exageración o fantasía trataba de política, convenía no dudarlo.

En el fondo -y en ello coinciden Josep Vergés y Josep Martinell- Pla era un tímido. Aborrecía los elogios explícitos a su obra, de la misma manera que soportaba muy mal a los niños, cuya falta de lógica le impacientaba. (Cuando llegaba a una casa con "criatures", cuenta Vergés, insistía en que las, "guardaran"). Pla era, fundamentalmente, un grafórnano compulsivo (y prodigioso) que utilizaba la conversación, la bebida ("el whisky no hace daño, porque se orina todo, señor ministro", le dijo en una ocasión a Gregorio López Bravo) y el tabaco como combustibles para escribir.

Pla era también un conservador paradójico. Amante del orden público por encima de casi todo (los recuerdos de la II República le habían marcado), fue un fetichista de la estabilidad monetaria -lo de la "moneda fuerte" fue una de las muletillas que mantuvo hasta el fin, y en la mesilla de noche junto a su lecho de muerte había billetes de dólar, de franco suizo y de marco alemán, sus divisas favoritas- y la obsesión le venía posiblemente de su experiencia en la República de Weimar, a fines de los años 20, cuando las cartas llevaban sellos de millones de marcos.

¿Quién era este Pla que admiraba a Gran Bretaña y a quien los sumos sacerdotes de la Cataluña in vitro tildaban de franquista, aunque jamás escribió el nombre del general Franco mientras éste estuvo en el poder? Sin duda, aunque se hubiera dejado desollar antes de admitirlo fuera de su círculo íntimo, los desaires de cierto establishment cultural catalán le inspiraban tanto dolor como desprecio. (Hacia 1980, decía "yo he sido el hombre más antifranquista del país y. ahora soy considerado un fascista").

¿Quién era, este Josep Pla i, Casadevall, de Palafrugell, escritor y propietario rural, que viajó por todo el mundo y desplegó por él su capacidad de comprender las sociedades, los lugares y los hombres en un vuelapluma, sin abandonar la boina y las raíces, bien ancladas en el país que amaba? Un ser humano contradictorio, y un escritor fuera de lo común, que hacia el final de su vida diría que "morir es fácil. Lo que cuesta es la comedia (escribir)". Por fortuna, el día 23 de abril de 1981, día del Libro, exactamente 365 años después de la muerte de Cervantes y Shakespeare, llovía sobre Llofriu mientras Josep Pla dejaba este mundo, y quienes le conocían bien afirman que sólo estaba realmente contento cuando llovía.

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