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Jesus era escocés

Sigue siendo difícil convencer a los franceses de que los escoceses no son ingleses. Hace unas noches estaba yo viendo una película de guerra en la televisión francesa, en la cual una guarnición asediada oía con alivio el sonido de unas gaitas que se acercaban al tiempo que los telespectadores veíamos el balanceo de las kilts (las faldas escocesas) y las sporrans (las escarcelas). "Les anglais", se gritaban entre sí los sitiados. No sé qué se puede hacer para convencer a los franceses de que existe una nación en el norte de Gran Bretaña con la que en otro tiempo mantuvo una alianza. Es cierto que no existe frontera alguna entre Escocia e Inglaterra. Las dos naciones forman una unión política. El Gobierno de Westminster fija fuertes impuestos al whisky escocés sin consultar a sus principales destiladores y bebedores. Los escoceses siguen buscando fortuna en Inglaterra tal como lo llevan haciendo desde que Jaime VI de Escocia se convirtió en Jaime I de Escocia e Inglaterra en 1603. Los escoceses y los ingleses se llevan bien, aunque ambos son conscientes de las profundas diferencias culturales que sería estúpido querer hacer desaparecer. Y, moralmente hablando, los escoceses son la conciencia de los ingleses. El rígido calvinismo de John Knox (que llamó a la reina María de Escocia, que hablaba en francés, "nuestra señora Jezabel") ha hecho de los escoceses unas personas honradas y temerosas de Dios de una forma que los hijos de la Iglesia de Inglaterra, de vida más disoluta, consideran impresionante y ridícula a la vez. Los ginebrinos y los escoceses, creyentes ambos en la predestinación, veían en las máquinas un modelo de la ley moral, aunque mientras Ginebra jugueteaba con relojes, Escocia producía ingenieros navales. Es de suponer que todas estas diferencias no significan nada para los franceses. ¿Estarían más dispuestos a aceptar que los escoceses forman una nación independiente de los ingleses si se les dijera que, mientras que los ingleses hablan inglés, muchos escoceses hablan escocés?Y algunos escoceses hablan algo más que escocés; hablan también gaélico. Escocia tiene una lengua celta muy semejante a la lengua oficial de la República de Irlanda, si bien se halla moribunda y sólo las escuelas y los poetas pueden darle nueva vida. El escocés, Lallans, o inglés de las tierras bajas de Escocia, es, de manera reconocible, una lengua hermana de la de Londres. Se halla próxima al anglosajón que hablaba Inglaterra antes de que los normandos impusieran su versión del francés, y contiene elementos escandinavos que los visitantes de Dinamarca y Suecia reconocen rápidamente. Difiere del inglés de Inglaterra en su disposición a desenvolverse perfectamente sin demasiadas palabras de origen latino. Al tratarse de una lengua nacional, santificada por dos grandes poetas, Robert Burns y Hugh MacDiarmid, no resulta comprensible para los ingleses, a quienes los escoceses llaman sassenachs (Esc.: sajones, ingleses). Pero hay también muchos ingleses a quienes les gustaría que pudiera ser la lengua nacional de Inglaterra. Jaime I, que hablaba un buen escocés, tuvo la oportunidad de imponérselo a los ingleses. Pero aunque lo hubiera hecho, Oliver Cromwell, que ejecutó a Carlos I (hijo de Jaime I), lo hubiera erradicado, junto con sus maestros escoceses.

Una lengua esquizofrénica

J. R. R. Tolkien, autor de El señor de los anillos, era un estudioso del inglés antiguo que lamentaba amargamente la conquista normanda. Pensaba que los ingleses podrían haberse desenvuelto perfectamente sin tantos latinismos. Si los nazis hubieran invadido Inglaterra y les hubieran impuesto el alemán a los escolares ingleses, hubieran comenzado sin duda enseñándoles a los niños a limpiar su inglés materno de todo latinismo y restos de griego, convirtiéndolo en una lengua germánica pura sin corrupciones de piel morena y ajo. Así, un bus u omnibus, un autobús, se hubiera convertido en un folkwain o folskwaggon, un carro de gente, y un telephone, un teléfono, se hubiera convertido en un farspeaker, una especie de altavoz a distancia. Los estudiosos del anglosajón como Tolkien pensaban que, en principio, hubiera sido algo, excelente, aunque hubiera sido poco patriótico dejarles tal labor a las tropas de asalto que inmolaban a los judíos. Si lo que queremos es un inglés anglosajón puro es mejor irse al Norte, a Escocia. -

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Pero, ¿por qué íbamos a querer un inglés anglosajón puro? La grandeza de nuestra lengua consiste en su naturaleza esquizofrénica que la hace ideal para la poesía. Todo lo podemos decir de dos maneras. Podemos decir: "A nod is as good as a wink to a blind horse" (1),' una expresión puramente anglosajona, o también podemos decir: "A minimal inclination of the cranium is as adequate as a spasmodic motion of one optic to an equine queadruped devoid of visionary capacity", que, conjunciones aparte, es casi latín puro. La capacidad de jugar con estos dos elementos, la forma nativa y la forma importada, convierte al inglés en una lengua no solamente elocuente, sino, además, humorística. "My son goes round kissing all the girls" ("Mi hijo va por todas partes besando a las chicas") no es nada divertido. Pero "My son indulges in promiscuous osculation" ("Mi hijo se dedica a dar ósculos de manera promiscua") le hace sonreír a uno. A Shakespeare le encantaba jugar con las palabras. En Macbeth le hace decir a la dama del criminal caballero que su mano. asesina teñirá "the multitudinous seas incarnadine" ('de carmesí la inmensidad de los mares"), y, a continuación, como la plebe se queda boquiabierta ante los incomprensibles polisílabos, le hace traducirlos a renglón seguido: "Making the green one red" ("convirtiendo el verde en rojo"). Le encantaba emplear palabras, seguramente de su propia invención, como orgulous (orgulloso) y oppugnancy (contradicción), pero casi siempre empleaba estos galicismos o latinismos como una especie de retórica puramente cómica. No eran términos naturales.

Las cosas de la vida

Y así sienten la mayoría de los ingleses acerca de las importaciones latinas (y también griegas) de su lengua: no son naturales. No son apropiadas para describir un inundo de vacas, cerdos, lluvia, tierra y hierba (cows, pigs, rain, soil, grass) (2). Un italiano puede decir piscatore de manera natural, pero no lo es para un pescador inglés (fisherman) practicar the piscatorial craft (el arte de la pesca). Lo que no es natural, es cerebral, abstracto, artificial; le falta color y olor. El latín era algo natural para los romanos y, cuando se convirtió en francés o italiano, lo fue para los franceses y los italianos. Pero jamás lo ha sido para los ingleses. El inglés latinizado está bien en las ciudades, donde hay ciudadanos cultos y sofisticados y la vida se desarrolla contra la naturaleza. Pero no sirve para describir las cosas básicas de la vida: el cultivo de alimentos (growing food) (2), la crianza de los hijos (raising children) (2), el nacer y el morir (being born and dy¡ng) (2). La gente muere (die)(2), no expira (expire)(3). Me estoy muriendo (I am dying) (2), pero no estoy moribundo (moribund) (3).

El inglés, latinizado o no, es una lengua rica y compleja, pero sólo cuando se habla en las ciudades. Cuando digo inglés, me estoy refiriendo a determinado dialecto del inglés, el del sureste de Inglaterra, el inglés de los Home Counties (los condados, que rodean a Londres), el idioma de la capital y de las universidades, con gran disposición para dejarse infectar por el francés, el latín o el griego. Los otros dialectos del inglés, que están muriendo o se encuentran moribundos, si es que no están ya muertos o extintos, son las lenguas vernáculas de las poblaciones rurales o de los mercados, sin pretensiones en cuanto a complejidad o cultura. Ya es imposible escribirlas y han perdido sus literaturas. Sólo sobrevive el escocés, principalmente por el deseo de supervivencia de Escocia, y Escocia lo llama lengua nacional y no un dialecto rural del inglés. Cuando Robert Burns escribía sus versos en esa lengua, lo hacía como si fuera un campesino, aunque atemperaba su sabor plenamente rural con las abstracciones de la cultura. Cuando MacDiarmid, para quien la lengua ya no era natural, aprendió a escribirla, la convirtió en un lenguaje poético capaz de absorber un alto grado de intelectualidad. Pero sigue siendo una lengua de una simpleza rural directa, recta, honesta, adecuada, se podría decir, para expresar las tradicionales virtudes escocesas.

Todos estos pensamientos han sido provocados por la publicación de un libro muy importante en escocés, nada menos que una traducción del Nuevo Testamento. Su autor es el fallecido William Laughton Lorimer, un catedrático escocés de Griego; el libro, que no estaba listo para publicación a su muerte, en 1967, ha sido editado meticulosamente por su hijo e impreso y encuadernado en una hermosa edición por la editorial Southside de Edimburgo. Se pensaba que, lógicamente, una obra de esta naturaleza tendría un público muy limitado, pero la primera edición se agotó en poco más de una semana, y hubo que preparar apresuradamente una segunda edición. Las críticas a ambos lados de la frontera anglo-escocesa fueron muy entusiastas, y todas parecían sugerir que el libro no tenía únicamente importancia filológica y literaria, sino que de una forma no definida o definible plenamente, presentaba una nueva imagen de la cristiandad, o de su fundador, altamente satisfactoria tanto- para escoceses como para sassenachs.

Una lengua física

El profesor Lorimer se preparó para su ejemplar obra de traducción leyendo antes más de 180 traducciones en más de 20 idiomas. ¿Con qué precisión conseguían todas ellas transmitir- la calidad del discurso de Cristo y su personalidad? Como especialista, conocía el original griego, y podría contradecir la opinión de los no especialistas de que se trataba de griego común de una pureza academicista. Su opinión de que Cristo no hablaba, de todas formas, arameo común corrientemente, sino que hablaba el dia-

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Jesús era escocés

Viene de la página 9 lecto de Galilea, debe considerarse como una fantasía subjetiva que, sin embargo, mucha gente aceptaría. Cuando hace algunos años escribí una novela titulada Un hombre de Nazaret, para una serie de televisión, transformé de manera instintiva a Tomás en una suerte de escocés, un hombre terco de las colinas, de Galilea, de habla directa y con una visión escéptica. Si Cristo fue un auténtico galileo, pudo muy bien tener esas mismas cualidades, aunque su niñez en Egipto y el profundo estudio de su adolescencia y primeros años de la edad viril le hubieran dado cierto barniz cosmopolita, la capacidad de hablar las tres lenguas de la provincia de Judea (arameo, latín y griego), y la capacidad de ajustar la técnica de su misión a su público (san Pablo tenía esta misma versatilidad). Sin embargo, si se acepta que Cristo, donde quiera que fuera, llevaba la actitud misionera de un hombre de Galilea que despreciaba la fina urbanidad del Jerusalén romanizado y helenizado, no se podrá sentir uno satisfecho al oírle hablar en el inglés común de Wyclif, Tyndale, las compañías de traducción de 1611, o de la New English Bible. Se sentirá uno mucho más feliz oyéndole hablar en escocés.

Veamos un ejemplo. Cristo acudió al templo y se enfureció al verlo abarrotado de prestamistas y vendedores de bestias para el sacrificio. Cogió un látigo y les sacó de allí a latigazos. Justificó esta acción diciéndole a la gente: "¿No está escrito en las escrituras 'Mi casa será una casa de oración para todas las gentes del mundo'? Vosotros la habéis convertido en un refugio de ladrones" (traduzco libremente del griego) (4). En escocés dice: "Is it not written in the Bible 'Mi houss will be caa'd a houss of prayer for all the fowks o the yird'? But ye hae made it a rubbers' howff". Ese fowks o the yird es extraordinario. Con fowks entramos plenamente en la herencia germánica, y con yird saboreamos el geard anglosajón que, según se fue desarrollando la lengua, fue disminuyendo su significado de earth, la tierra, a yard, un trozo de tierra en la parte delantera de una casa (un yard sigue siendo un jardín en Estados Unidos; en Inglaterra, la tierra ha quedado oculta por el pavimentado, es un patio). Esta recuperación de acepciones antiguas es uno de los placeres de leer en escocés.

Veamos también lo que Cristo le dice a Pedro en Getsemaní, cuando el primer apóstol se duerme en lugar de vigilar. "El espíritu es fuerte, pero la carne es débil" (5) se convierte en escocés en "Tho the spirit be freck, the flesh is feckless". Lorimer pensó detenidamente la frase. ¿La mejor traducción de willing, o de su equivalente griego, era fain, sillint o reithe? ¿Y weak debería ser waik o bauch? La solución final es genial, empleando la rima de raíces y la asonancia para unir la frase en una unidad de sonido. Cuando se acerca el momento de su traición, Cristo les grita a los discípulos: "Ey sleeping? Ey takking your rest? Lang eneuch hae ye sleepit. The hour is comed: see, the Son o Man is eenotí tae be betrayed intil the hauns o sinners! Rise ye up, an lat us gae meet them..." (6). El grito del populacho que quieren que se deje libre a Barrabás y se crucifique a Jesús es brutalmente directo: "Tae the cross wi him!" (7). Crucify (crucificar) es un cultismo importado, un latinismo colonial, inapropiado para la plebe de Judea. Cuando, a la muerte de Cristo,. el velo del templo se rasga de arriba a abajo, leemos: "...the courtain o the Temple screddit atwá frae heid tae' fit" (8), una imagen violentamente física. El escocés es una lengua esencialmente risica.

Época de nacionalismos

Resulta presuntuoso por parte de este escritor inglés pensar que un lector no inglés se pueda interesar en la lengua inglesa, y qué decir de la escocesa. Pero doy la noticia de una excelente, y probablemente grandiosa, traducción al escocés de las Sagradas Escrituras, como una información por lo menos tan interesante como cualquier nueva noticia de la carrera armamentística o de las riñas entre la Unión Soviética y Estados Unidos. Tiene una importancia general además de específica: es una afirmación de la importancia de los pequeños grupos regionales en cuestiones de cultura o incluso de la Realpolitik. El escocés es una lengua por lo menos tan grande como el catalán, y puede jactarse de una literatura tan importante como la provenzal. La resurrección de los dialectos regionales, o, en el caso de Italia, su continua vitalidad, constituye uno de los rasgos más alentadores de una época que sigue creyendo en los nacionalismos (y que encuentra el internacionalismo, únicamente en los grandes conglomerados industriales). Y en una nueva traducción a un dialecto de las Sagradas Escrituras, la alegría secular queda englobada dentro de algo superior. Este algo superior no es otra cosa que una nueva visión de la personalidad y las enseñanzas del fundador del cristianismo.

Cuando Martín Lutero tradujo la Biblia al alto alemán le dio a Alemania una lengua y sembró la semilla de un nacionalismo que se haría agresivo con el paso del tiempo. Pero cuando asociamos las Sagradas Escrituras con un idioma nacional cualquiera, le robamos al mensaje bíblico su calidad de revolucionario. La Biblia se convierte en un código de las clases superiores y a Cristo se le reduce a una figura aceptable para los estadistas y funcionarios. "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" es una tautología, pues César y Dios son ya lo mismo. En Inglaterra, a la Iglesia establecida se la describe como el Partido Conservador rezando, y Cristo ha sido transformado en un miembro de los mejores clubes que juega al críquet. Pero Cristo era un tigre, un subversivo con garras. Hablaba, no figurativamente, sino literalmente, un dialecto que las clases dirigentes no aceptaban. El galileo popular va contra el suave arameo del Sanedrín y el griego y latín del procurador y de sus ayudantes. La versión escocesa del Nuevo Testamento parece restaurar el aspecto subversivo del mensaje cristiano.

El hecho de que la lengua escocesa sea subversiva es una cuestión de historia y de literatura. Robert Burns, el campesino que se hizo poeta, escribió fieramente a favor de la Revolución Francesa y en la esfera no política cantaba las virtudes del whisky y la fornicación. Hugh MacDiarmid, su sucesor del siglo XX, escribió himnos a Lenin. Desde la última fallida rebelión jacobita de 1745, cuando el duque de Cumberland masacró a los escoceses en Culloden y fue saludado por Handel con "Ved, llega el héroe conquistador", la lengua escocesa le ha gritado a la clase dirigente de Londres. Cuando se lee el Nuevo Testamento en el inglés del rey o de la reina se contrasta un suave Cristo británico con un duro Cristo escocés, que tiene dificultad para expresarse y aguarda la facilidad de expresión que le ha sido al fin concedida poco antes de la celebración de su nacimiento en 1983. Se han abierto sus labios y se ha revelado como un auténtico escocés de las Tierras Bajas. Bebe whisky con los taberneros y los pecadores, pasea descalzo por las laderas de los montes y camina sobre las aguas de los lochs. Su música no es la tuba o bucina de las clases altas sino el salvaje sonido de las gaitas. El velo de la finura se ha rasgado de la cabeza a los pies y a través de él resplandece la palabra vital y terrible.

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