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Tribuna
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Famoso , rebelde, ético

"Quien para ser libre derroca al poder, no asume la libertad sino el poder". Terrible pensamiento: ¿qué puede hacer con el poder quien quiera ser tan libre que hasta desee la libertad de los demás? Max Frisch escribió aquel pensamiento en uno de sus Diarios, y su ya larga obra no es otra cosa que la puesta en tela de juicio de todos los falsos mitos de la sociedad posindustrial, tecnológica e hiperdesarrollada.Max Frisch viene de una familia alemana y suiza, artesanos estos últimos y artistas los primeros. Él mismo fue arquitecto durante bastantes años y los problemas formales siempre le han fascinado. Es un escritor comprometido, a pesar de todo, pero no un escritor partidista: los problemas políticos los aborda sobre todo en su teatro, posbrechtiano y cívico -Andorra, Biedermann y los incendiarios-, mientras reserva sus textos más subjetivos e íntimos para sus novelas y relatos. Pero ya hace mucho tiempo que tiene las cosas claras: "Hoy sólo vale lo verdaderamente artístico".

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El escritor Max Frisch se considera "pesimista existencial" y duda de que la situación del mundo tenga hoy un futuro

Como narrador, el triunfo de Stiller -la negación de la identidad- fue inmediato y fulminante. Homo Faber retrató cruelmente a un alto ejecutivo internacional al que su pasado convierte en víctima de una moderna tragedia griega: el incesto y la muerte. Digamos que me llamo Gantenbein volvió al tema del rechazo de la identidad, pero mediante la parodia y la multiplícación, y abordando el del amor y los celos.

Ya famoso, crítico, rebelde y ético, en sus últimas obras Frisch adelgaza sus libros y concentra sus temas: la identidad primero -Montauk-, la muerte después -El hombre aparece en el Holoceno-, el amor, el sexo y los celos siempre: Barba Azul. Se ha casado dos veces, se ha divorciado otras tantas; su madre le dijo cuando tenía 50 años: "No escribas sobre las mujeres. No las entiendes". Amar a la mujer no significa conocerla, y el amor -es Frisch quien lo dice- termina cuando el conocimiento se completa. Hoy habría que escribir Madame Bovary de otra manera: "Hay que reescribir todas las historias de amor". Al final, sólo queda la soledad, la terrible soledad del señor Geiser o del doctor Schaad, el asesino imposible, la soledad de Walter Faber esperando la muerte en el hospital y soñando todavía en resucitar la vida que él mismo mató. La obra prosigue su desolada exploración, más allá de la poesía y del miedo.

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