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El día inevitable

Por desgracia, el día anterior al the day after, el día del holocausto nuclear, es un día inevitable. Los argumentos para evitarlo están muy por debajo de la tentación de poderío que su ensayo supone, un desequilibrio argumental parecido al de contra lujuria, castidad. En 1325, en la primera referencia a armas de fuego que se tiene noticia tras el invento de la pólvora, el conde Francesco de Bersanelli pronosticó que ningún caballero se rebajaría a utilizar tales artefactos para matar a distancia a su enemigo, de forma tan poco noble y elegante. Se equivocó. La historia nos demuestra que jamás un arma inventada, por innoble o excesiva que fuera, dejó de utilizarse.Todos coincidimos en que al progreso tecnológico no se ha correspondido con un progreso ético similar, ni siquiera filosófico; en lo que ya no coincidimos es en por qué esto ha sido así, es así. Uno se atreve a aventurar una causa: la perversión última de la ciencia (perdón, de los manipuladores de los avances científicos) es el renunciar a todo pensamiento de síntesis a favor del de análisis, con lo que el análisis significa de fragmentación; el objeto se desmenuza en objetivos parciales y el horizonte se nos achata en piezas exactas de un puzzle impreciso, perdemos perspectiva y aceptamos el axioma áureo del especialista, "nadie puede saber todo de todo". verdad analítica cuando se abarca del macrocosmos a las partículas subatómicos, justo lo contrario a lo accesorio para poder saber todo lo que de forma esencial concierne al hombre.

Sin un, pensamiento humanístico sintético no se puede concebir a la Tierra como una unidad de destino en lo espacial, un todo que se salvará o condenará de forma unitaria en su precaria marcha a través del espacio. Sin él, un corto viaje en el tiempo: seremos la única especie que desaparecerá por culpa de sus propios errores. Por extraño que parezca, la única teoría de naturaleza sintética aparecida en la segunda mitad del siglo XX, ética y pragmática, ha sido la ecologista, al caminar contra corriente, y puede que también por su inviabilidad como partido, sus resultados en la praxis política han sido nimios: "nuclear no, gracias", "lo pequeño es bello" y poco más.

La marcha del progreso (¿la velocidad importa más que la meta?) la da el análisis, y el ejemplo más dramático lo tenemos en el equilibrio del terror, en la geopolítica, como si el evitar la tercera guerra mundial (ya tiene sigla: III W. W.) fuera el darla por fascículos: ayer, en Afganistán; hoy, en Líbano; mañana, en Nicaragua: el fragmento como solución al, todo. Perversión a la que no es ajeno el mítico uso de cerebros electrónicos, ordenadores (¿desde cuándo una máquina ordena?), apoteosis de la fragmentación conceptual. No digo que el uso de tales artefactos no sea necesario, digo que es abusivo y, sobre todo, lo más peligroso, reverencial. Tan abusivo que nos lo quieren meter en casa; el PC tiene la culpa (el Personal Computer, no lo que estaba usted pensando), el ordenador individual no está de moda porque nos sea imprescindible, sino porque les es necesario a los fabricantes para alcanzar la cifra de su previsión de ventas: con el enemigo en casa el pensamiento humanístico de síntesis puede ir redactando su esquela.

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Todo lo que existe es posible y lo posible se utiliza cuando a uno le hace falta. Existen las armas nucleares y el primer Estado que apretará el metafórico botón será el estado de necesidad. La necesidad inunda el planeta y sólo admite soluciones globales, pero nos falta capacidad de síntesis para estudiarlas; quizá debiéramos volver a la angustia existencial para estimular nuestra imaginación con una nueva toma de conciencia. El holocausto atómico es una letra de cambio; con la mentalidad al uso, las grandes potencias, se reúnan o no en Ginebra, lo único que hacen es regatear su fecha de vencimiento, en cualquier caso, un día inevitable.

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