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¡Cráneo 'previligiado!

Luces de Bohemia, de don Ramón del Valle-Inclán.Intérpretes: José María Rodero, Montserrat Carulla, Nuria Gallardo, Carlos Lucena, Manuel Alexandre, Paco Casares, Ayax Gallardo, Xandra Toral, Enrique Navarro, Alberto Delgado, Francisco Algora, Vicky Lagos, Félix Rotaeta, Joan Ferrer, José Hervás, Sebastián Laferia, Ricardo Moya, Manuel de Benito, Paco Pena, Enric Benavent, Juan Jesús Valverde, Víctor Fuentes, Cesáreo Estébanez, Julián Argudo, Vicente Cuesta, Juan Gea, Pedro del Río, Chema Muñoz, Pepe Segura, Juan José Otegui, Carlos Mendi, Ana María Ventura, Ana Cuadrado, María Jesús Lara, Rosario García-Ortega, Pepa Valiente, Ana Frau, Francisco Merino, Helio Pedregal, Laura Navarrete. Música: Eddy Guerín. Escenografía y vestuario: Fabià Puigserver. Dirección: Lluís Pasqual. Coproducción del Centro Dramático Nacional (María Guerrero) y el Théâtre de I'Europe (Odeón, París).

Teatre Municipal de Gerona, 27 de febrero de 1984.

En Valladolid, durante los últimos ensayos de Luces de Bohemia, le pregunté a Pasqual por el esperpento. "Mira, yo creo que eso del esperpento es una idea, una teoría literaria", me dijo Lluís. No había duda de que la pregunta, inevitable, le fastidiaba, que eso del esperpento suponía para él un engorro. Para él, lo que contaba era el texto de Valle y la teoría, lo del esperpento le importaba un bledo, aunque, la verdad, se esforzaba en disimularlo, pues sabía que era golosina de teatrólogos y algún que otro zemiótico, que diría don Ramón, más o menos cultivado, y tarde o temprano debería dar su versión del fenómeno, con el debido respeto, claro.

Tal vez lo que Lluís hubiese querido decirme en respuesta a mi pregunta es que "el esperpento de Valle es bueno porque no es absoluto". La frase es de Buero, en su admirable trabajo sobre don Ramón: De rodillas, en pie, en el aire (Tres maestros ante el público, Alianza Editorial, 1973). "Escritor rebelde, Valle-Inclán volcó en sus afirmaciones teóricas toda la exasperación que le causaba la visión crítica de una sociedad envilecida", escribe Buero. "Como teórico, quiso ser juez inconmovible y propuso el esperpento absoluto. Pero como artista fue juez comprensivo y, a veces, compasivo".

Luces de Bohemia no es, por suerte, un esperpento absoluto. De tratarlo como tal, escénicamente el texto sale cojo, deshumanizado. Y Pasqual, que está por el texto antes que por la teoría, que ama ese texto, lo sabe muy bien. Su montaje consistirá en tratar las 14 escenas y el epílogo por separado, una tras otra, dándole a cada cual su tratarniento correspondiente -zarzuelero o sainetero en la escena de la Buñolería Modernista; trágico en el de la madre con el niño muerto en brazos-, prescindiendo, repito, de todo corsé teórico. La vinidad de las 14 escenas viene dada por la escenografía y por el epílogo, en el que el escenario queda. desnudo y Don Latino -una vez finalizado el viaje de Max Estrella y su esperpéntico perro- convoca a los supervivientes de aquel mal sueño que es, en definitiva, Luces de Bohemia. Un mal sueño bien real, huelga decirlo.

La escenografía juega una baza importantísima en este montaje. El Madrid, un Madrid lumpen, de Puigserver, es negro y gris. Tiene, al decir del escenógrafo, algo de patio carcelario, y también de pozo. El escenario está lleno de vallas -telas de araña, las califica el director- que, al subir y bajar como compuertas, como imaginarios toriles, hacen que las distintas escenas irrumpan ante los ojos del espectador. Hay algo de sombras chinescas, de viejo álbum de estampas y de cuadros de sórdida casa de putas en esas escenas ahogadas en el negro esqueleto del escenario, iluminadas con una luz irreal, que brota del suelo de espejo: "La luz irreal que une el mundo de Valle con el nuestro, con el presente", como dice Pasqual. La luz de un mal sueño. En el epílogo, las vallas han desaparecido. El escenario, desnudo, es tierra de nadie. Un escenario beckettiano para congregar a los supervivientes de aquel mal sueño. Valle desnudado y a la vez arropado, actualizado por Beckett. La idea es atrevida, pero lúcida. El irlandés y el gallego tienen no pocos puntos de contacto.

En Gerona, al rodaje parisiense -ocho días- se sumó la presencia de un público familiarizado con el texto o que cuando menos comprendía el castellano. En contra, el Teatre Municipal de Gerona no se ajustaba a las exactas medidas del decorado, al que hubo que recortarle un metro.

Tres generaciones de actores

Hablar de la compañía del Centro Dramático Nacional es hablar de tres generaciones de actores, gentes de una gran profesionalidad y con muchas horas de vuelo. Es hablar de una compañía con vocación de estable, con su vocación de repertorio, vamos, como Dios manda. Con decirles a ustedes que un Manuel Alexandre es el librero Zaratustra, que Juan Gea es el preso catalán, que Pedro del Río es Don Filiberto, que Vicky Lagos es la Pisa Bien y Paco Algora un borracho y sepulturero, ya se harán una idea de cómo las gasta el Centro Dramático. En total son 40 intérpretes que bordan el texto, como solía decirse. O, si se prefiere, son una auténtica formación teatral europea, la compañía que precisa un centro que quiera entrar en el mercado común del teatro, a nivel institucional.Del estreno en Gerona yo quisiera resaltar la escena en los calabozos de la Delega, entre Max Estrella y el preso catalán. En primer lugar, porque la vi mucho más sólida que en el Odeón. Juan Gea muestra una energía de la que carecía en el estreno en París. Ahora es ese paria al que van a dar el paseo y que se pregunta: "Van a matarme... ¿Qué dirá mañana esa Prensa canalla?". A lo que responde Max: "Lo que le manden". Hay arrogancia y rabia en su gesto. En segundo lugar, porque me acordaba de cuando vi Luces de Bohemia en Barcelona, en el montaje de Tamayo, con Ulloa, un dignísimo Max Estrella, y esa escena fue censurada. Entonces, de haberse dado, hubiese levantado al público de sus butacas. Todavía vivía el general y, como dice el preso catalán -el mal sueño duró lo suyo-, se divertían dando tormento. En Gerona, mientras se desarrollaba esa escena, no se oyó ni una mosca. Al final no hubo aplausos; en París sí, aplaudieron a Rodero. Ese silencio pesaba. Una de dos, o el público tenía el corazón en la boca o, reconfortado por la presencia del presidente Pujol, rodeado de un Solinake catalán y un delegado del Gobierno que, lo que son las cosas, tiene una tirada, en el físico, al ministro de la desgobernación valleinclanesco, se tragó dócil, culturalmente, las palabras del poeta ciego: "¡Barcelona es cara a mi corazón! ( ... ) Yo le debo los únicos goces en la lobreguez de mi ceguera. Todos los días, un patrono muerto; algunas veces, dos... Eso consuela".

Es lo que dice Buero: "La aceptación tardía de un autor -como es el caso del teatro de Valle- envuelve, más que el reconocimiento de su vigencia, la solapada esperanza de que la haya perdido y de que, inquietante ayer, se haya vuelto al fin tranquilo: clásico".

De esa numerosa compañía de cómicos hay que destacar, claro está, a Rodero, a Rodero y a Lucena. Rodero está soberbio; la escena con el preso catalán, su reacción frente a la madre con el hijo muerto, son sobrecogedoras. Me dicen que Rodero se retira, me dolerá no volver a verle, no volver a aplaudirle después de tantos años, más de 30, que le sigo.

La escena de la muerte de Max Estrella, entre Rodero, Lucena y Don Latino, es de antología. En Broadway, una escena así dura la tira de años, a taquilla cerrada. ¡Y qué epílogo el que nos ofrece Lucena! Si quieren saber lo que es el esperpento, fijense en lo que hace Lucena en ese epílogo.

Cuando el borracho suelta su último grito, antes de que caiga el telón: "¡Cráneo previlegiado!", yo tenía en la boca un gusto a almendras amargas. Luego se encendieron las luces y todos nos pusimos en pie, a aplaudir y a lanzar bravos. Fue una larga y cálida ovación. Valle se había vuelto al fin tranquilo. Clásico.

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