Historia de un hallazgo
El singular azar de haber quedado yo como prácticamente el único testigo de visu desde el principio hasta el final de esta historia, que empezó el 10 de enero de 1940 con el arresto de mi padre y de todos nosotros en Pyla-sur-Mer y terminó el 26 de enero de este año con el hallazgo en Madrid del archivo familiar de los Rivas Cherif, mis padres, y del matrimonio Azaña, mis tíos, me permite ofrecer una visión global de los sucesos tejiéndola con mis recuerdos personales directos y con la información recabada a lo largo del tiempo de mis propios padres. Es mi intención aclarar algunos puntos oscuros y muchas inexactitudes que el descubrimiento mencionado ha provocado.Mi memoria de niño de nueve años registra la imagen de mi madre entrando de madrugada en nuestro cuarto, la cara tensa, diciéndonos: "Aprisa, niños, levantaros; nos tenemos que ir". Desde lo alto de las escaleras, asomados al vestíbulo de la casa, lo vemos lleno de soldados alemanes. Es la Gestapo. Entre ellos, unos hombres de paisano. Se acercan a mi padre y preguntan en castellano: "¿Dónde está Azaña?". Son policías españoles. Mi padre contesta: "En Montauban". Miran un mapa y comentan: "No es nuestra zona". Francia había sido dividida en dos por el armisticio franco-alemán: ocupada y libre. Unos días antes, el matrimonio Azaña, muy grave ya él, había pasado a zona libre en una ambulancia. Me veo caminando con mis hermanos, mi tía Adela -dueña de la casa- y mis padres hacia un autobús. También vienen José y Epifanio, chófer y cocinera de la familia. Cogida de la mano de mi padre, mi hermana de tres años pregunta: "Papi, los alemanes, ¿son buenos o malos?".
Llegamos a una gran ciudad: es Burdeos. Y a un gran edificio: la universidad, convertida en Kommandantur. Mi madre y nosotros cuatro, el mayor de 10 años, estamos en una habitación. Entra un soldado alemán conduciendo a mi padre. Mi madre se levanta. Se besan. Sin palabras. Es la despedida. Luego, desde la gran ventana, vemos llegar a otros amigos de la familia: don Miguel Salvador y don Carlos Montilla. Tendrán el mismo destino que mi padre. El oficial alemán nos regala caramelos, dulce botín de guerra: "Son buenos. Ingleses. Cogidos en Dunkerque". A los tres días nos devuelven a casa. Recuerdo un gran desorden: armarios y cajones revueltos o vacíos, maletas destripadas, platos y copas sucias de vino encima de muebles y por el suelo... Luego, un soldado montando guardia en la puerta. Hasta aquí la memoria.
Recuperación de la historia
Mientras tanto, los hombres, esposados, han viajado de la cárcel de Burdeos a la de Irún. En Hendaya, la Gestapo convirtió el secuestro en expulsión oficial mediante un documento allí ímprovisado. En la madrugada del 13 de julio, emprenden los prisioneros viaje hacia Madrid. Según ha contado mi padre, "en un camión con toldo casi completamente lleno de cajones y maletas, que al punto reconocí como mías y de mis hermanas" (*). Al caer la tarde de ese mismo día, ingresaron hombres y cajones en la Dirección General de Seguridad de la Puerta del Sol. Siete años después, mi padre, indultado, salía de España, pero no los cajones.
Con el indulto, el juez de Responsabilidades Políticas ordena la devolución de los bienes de Cipriano de Rivas Cherif. Lo mismo hace el juez a quien compete ocuparse del expediente incoado contra Dolores de Rivas Cherif de Azaña desde 1939, declarada exenta en. 1945. Consecuente con la legalidad establecida, don José Valverde Piñal, amigo y apoderado de la familia, logra el cumplimiento de lo ordenado por los jueces, salvo en lo que respecta al archivo familiar, cuyo paradero nadie parece conocer. Su devolución queda, pues, en espera de que se encuentre. Largos años de silencio, apenas roto por intentos infructuosos de mi padre, realizados al amparo ole la amistad incluso con personas allegadas al antiguo régimen -por encima del foso abierto por la guerra fratricida-, nero cuvo comportamiento honorable es digno hoy de mención, acaban por cubrir las pesquisas de la familia. Pareciéndose abrir nuevos horizontes, ya desaparecidos mis padres, somos mi tía, la viuda de Azaña, y, yo quienes hacemos, sin ruido, gestiones varias. Las últimas en 1973, 1978, 1981 y 1983. Alimenta nuestra esperanza de que los papeles no han sido quemados saber que hay cartas a mi padre o a mi tío que aparecen en subastas; que un gran lote ha sido adquirido en 1976 por la Biblioteca Nacional, algún que otro rumor... Paralelamente, buscamos los textos de las Memorias políticas y de guerra que corresponden al período del 23 de julio de 1932 a 28 de febrero de 1933 y del 1 de junio de ese año, hasta el mes de noviembre. Los rumores, propagados principalmente por historiadores e investigadores, no conducen tampoco a nada. Aquellos cuadernos de Memorias escritas a modo de diario, pero no siempre tal, sus traídos del consulado de Ginebra en 1937 (donde Manuel Azaña los había depositado para protegerlos de tirios y, troyanos) en una clara operación de guerra con múltiples complicidades todavía no del todo aclaradas, se han esfumado. ¿Los ocultan intereses crematísticos con vistas al futuro? ¿Han sido destruidos por lo que contenían? Nadie puede afirmar su paradero con certeza. España es tierra de bulos. También de azares venturo sos, como el que condujo a la resu rrección, cual fénix polvoriento, del archivo familiar Rivas Cherif Azaña en el antiguo local de la Escuela Superior de Policía de Madrid el pasado 26 de enero. Yo quiero creer que, en un futuro no muy lejano -si esos cuadernos de Memorias, que completarán las existentes no han sido quemados-, la más profunda conciencia patriótica que anima a toda alma española que se precie de tal tentará a su actual posible depositario a realizar un clamoroso acto de verdadero patriotismo cultural, restituyendo -incluso en forma de fotocopia- este texto, por cuya larga retención podrá entonces considerarse moralmente absuelto a la luz del último legado que Manuel Azaña, su autor, dejó a todos los españoles en su discurso del 18 de julio de 1938: "Paz, piedad, perdón". Y ese día, este restaurador de la historia escrita de España será acreedor al mismo agradecimiento que la perspectiva del tiempo permite otorgar hoy a la memoria del señor Comín Colomer, comisario de la policía bajo un Gobierno, franquista que salvó de la destrucción o total dispersión a nuestro archivo familiar, al esconderlo en un armario, de donde lo ha rescatado la secreta némesis de la historia por mano de otro ilustrado director de la Escuela Superior de Policía, ahora bajo un Gobierno socialista. Al cual Gobierno, paradójicamente, toca hoy completar la orden de devolución de bienes emitida por los jueces bajo el antiguo régimen a favor de Cipriano de Rivas Cherif y de la señora viuda de Azaña, restituyendo este archivo familiar al estado de hecho y de derecho en que se encontraba hasta la madrugada del fatídico 10 de julio de 1940. Para cerrar este círculo legal disponemos de la misma persona que entonces lo abrió, ya mencionada: don José Valverde Piñal, apoderado nuestro y testigo vivo de esta larga historia que está por concluir.
Valor y destino del hallazgo
La selección y reparto hechos en 1940 del archivo Azaña-Rivas Cherif, para los que existe minuciosa prueba documental, demuestra que la gran masa del material no privado o íntimo pasó, a partir de marzo de 1941, a diversos ministerios y archivos del Estado. A los investigadores toca ahora demostrar su habilidad profesional para sacarlo a la luz. Lo más probable es que sí den con ello, a juzgar por lo sucedido el 27 de enero en la Dirección General de Seguridad: bastó mirar bajo la ficha Azaña para encontrar 10 legajos más que añadir a los 16 del armario de la Escuela de Policía. De los 26 legajos hallados, la mitad o más contiene correspondencia, borradores y manuscritos de mi padre, así como cartas de mi madre, mías y de mis hermanos y de toda nuestra familia. Son clasificables, no sólo como material privado, sino íntimo. Su valor literario e histórico-social, todavía por decidir, está supeditado por tanto a lo que estipula el artículo 18 de la Constitución española de 1978, que garantiza el derecho "a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen". Lo mismo se puede decir de la mayor parte del resto del materíal, propiedad privada del matrimonio Azaña y de la señorita Adelaida de Rivas Cherif, hoy fallecida, de quien es heredera única y universal la hoy señora viuda de Azaña. Los manuscritos (inéditos) de Manuel Azaña -que, obviamente, él escogió no publicar-, la correspondencia dirigida a él y a su esposa por amigos y parientes en tanto que tales suyos y no en su calidad de presidente o ministro, sino a título personal, está igualmente protegida por el inciso 3 del mencionado artículo 18.
El resto del material que don Manuel Azaña escribió sin darle el carácter de íntimo o privado, en su mayoría copias mecanografiadas y duplicadas de obras publicadas, pruebas de imprenta, primeros y segundos borradores de unas y otras, etcétera, conferencias no impresas, tendrá el enorme valor de hacer posible una verdadera edición crítica de sus Obras completas, y su destino último ha de ser, pues, darlos a conocer al gran público interesado. El escollo aqui será otro: ¿existe verdaderamente la voluntad de acometer en tierra española la magna empresa de publicar sus Obras completas? Las que existen vieron la luz hace más de 15 arlos en el destierro, en México, por voluntad y esfuerzo -contra viento y marea entonces- de la viuda de Manuel Azaña, que vigiló minuciosa y personalmente cada página que había de imprimirse para garantizar la fidelidad a la letra y al espíritu de la obra de su marido. En los últimos 10 años, las obras de Azaña han ido viendo la luz poco a poco, con fortuna varia. ¿Qué les reserva el inmediato futuro? El Ayuntamiento de Alcalá de Henares ha anunciado su intención de erigir un monumento a Manuel Azaña. Si la patria chica se digna emparejarle con sus otros dos ilustrísimos hijos, Cisneros y Cervantes, perpetuando su imagen física, ¿será utópico pensar que la patria grande sea capaz de hacer otro tanto, prestándole a su palabra escrita global el molde o vaso definitivos que garanticen la perennidad de su más profundo legado espiritual haciéndolo asequible, por fin, a su legítimo destinatario, que es todo el pueblo español?
En resumen, la recuperación de la historia en la parte que le toca a Manuel Azaña como figura pública pasa por el trabajo que investigadores e historiadores realicen en los lugares oficiales donde ahora se sabe que fue a parar la masa docurnental de su archivo en 1941; los papeles de naturaleza íntima y privada y los borradores de obras de juventud inéditos podrán enriquecer el conocimiento de su vida personal y de creador literario, pero han de ser protegidos por sus legítimos depositarios de manipulaciones egoístas o con fines crematísticos; la divulgación de todo ello, en la medida que sirva para acrecentar el acervo histórico cultural del pueblo español, es una empresa que atañe a la colectividad, la cual, en instituciones y organismos varios, ha delegado democráticamente la capacidad de realizarla.
* Tiempo de Historia, "Tres mártires", por Cipriano de Rivas Cherif, año IV, número 42, mayo de 1978.
Enrique de Rivas, hijo de Cipriano de Rivas Cherif y sobrino de Manuel Azaña, es escritor, residente en Italia.
Babelia
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