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Gabriel Celaya, ante su homenaje: "La poesía crea amistad"

Gabriel Celaya, poeta de 72 años, se dispone a recibir esta noche, a las nueve, un homenaje que sus amigos y colegas le tributarán, en el transcurso de una cena que tendrá lugar en el Gran Hotel Victoria de Madrid. Arcángel y Gabriel, el poeta tiene ojos que parecen no haber conocido la desdicha: reidores, humedecidos por lo que sería la buena vida. Es decir, la vida buena de quien no ha hecho daño y ha olvidado el que le pudieron hacer. La vida, sobre todo, de quien cree que hacer versos es lo mejor de todo, que ayuda más a la felicidad que la política, "porque la poesía crea amistad".

Del homenaje de hoy le gusta a Gabriel Celaya, sobre todo, que van a acudir amigos que siguen arrimándose a su calor sean cuales sean sus ideas. "Personal mente, siempre me han querido todos, de todos los bandos. Ya te digo, cuando la poesía está sustentada por una actitud humana consecuente, crea amistad, y eso está por encima de las diferencias, que a pesar de que a los políticos les parecen muy graves, son en realidad muy pequeñas ¿Quieres saber una cosa? No, no te la digo", coquetea. "Bueno, sí. Que he comido con Gerardín (Iglesias), que tenía muchas ganas de hablar conmigo, pero yo le dije, no, al homenaje no ven gas, porque van a estar Ignacio Gallego, y Bandrés, y el PSOE, y el PNV, y sólo me faltas tú para el lío. Je, je".

Celaya "es" Amparo

Dice que los organizadores le vinieron a consultar, y que querían hacerlo en el Ritz, pero al final decidieron un hotel que saliera más barato. "Del Ritz me han echado por no llevar corbata, no hace ni dos meses, cuando se hizo la cena en memoria de la Residencia de Estudiantes. Suerte que los camareros, que son todos de Comisiones Obreras y me conocen, me dieron corbata y de todo".Resulta obvio, a estas alturas decir que Amparo Gastón, compañera de Celaya durante 36 años y esposa legal desde hace uno, está presente en la entrevista. Porque Celaya es Amparo. Ella, como quien dice, acaba de salir de la peluquería: "Huy, me han hecho transparencias en el pelo, me van a dar unas hormonas para la cara, y me dejan un bonito vestido. Porque yo ahí quiero estar como es debido". Amparito apostilla, interrumpe, carcajea, llena los vasos, increpa a su marido -le reprocha con sorna su origen burgués, "yo era hija de obrero"- y parece absolutamente imprescindible. "Nos levantamos juntos, comemos juntos, hacemos la siesta, tomamos el yogur -se refiere a la copa de la tarde- juntos, cenamos juntos, vemos la tele juntos y nos acostamos juntos. ¡Qué aburrimiento, mi chica! Estoy harta, harta de este viejo".

Celaya se encoge de hombros e intenta contarme las dos veces que cogió la puerta y se fue, pero le digo que esa historia ya es conocida y que, al fin y al cabo, dos fugas no son tanto en 37 años. Entonces la mira formando un ceño de algodón y dice: "No cuentes que hacemos sólo eso durante el día, ¿no ves que creerá que no trabajo?".

¿Y trabaja?, pregunto. "Sí, de cinco a siete de la tarde, o así. Pero mucho menos que antes. Porque me canso y porque me falta entusiasmo, me falta fe. También me da vergüenza, porque he publicado tanto a lo largo de mi vida, hay que dejar que publiquen los otros". Sin embargo, es el poeta vivo que más vende. "Sí, eso es verdad, porque yo suelo mirar los libros y leer las ediciones, y sólo venden mucho, siguen vendiendo mucho, Miguel Hernández, Antonio Machado y Blas de Otero".

Dice que todavía ' le conmueve escuchar a Paco Ibáñez cantar sus versos, "aunque yo pienso, y lo escribí así, que la poesía tiene su propia música y hay que leerla en intimidad. No obstante, comprendo que aquello marcó a mucha gente. Sabes, el hermano cura de Paco Fernández Ordóñez, que estuvo con los guerrilleros en Brasil, me contaba que cuando llevaban a algún detenido a fusilar, sus compañeros de la cárcel se ponían a cantar Estamos tocando el fondo. Y eso me pone la piel de gallina". Escribe con un vaso cerca y música de Beethoven, Bach, o incluso electrónica, aunque esta última tiene que ponerla cuando Amparito está fuera. Y piensa. En el futuro. "Lo veo mal", dice, y entonces su mujer gruñe: "Brrrr, todos los viejos veis el futuro mal. Claro, como que se os acaba". Y él se yergue en la silla, hermoso y patriarcal, y busca el lado amable con sus ojos de niño: "Hay una cosa que está bien, y es el pacifismo, ese sentimiento internacionalista sin partidos. Lo que ha fracasado -mi fracaso- es la Internacional como idea. Y los grandes poderes ejercidos como ideología. Pero hay esa necesidad de paz, de convivir con todo el mundo, con todas las ideas. Y eso está bien".

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