La noche de Juan
Diminuto y cenceño, recogido de cara, como desapareciendo para adentro de su propia y escueta persona, como insumiéndose hacia los interiores incendios de su cante, Juan Varea Segura tiene esta noche su hora grande. Rodeado por toda una corte flamenca de divos del cante, del toque y del baile , hoy va a ser el mayor quien fue siempre er má chiquito, como le decían Manolo Vargas y Pericón en el desaparecido santuario madrileño de Zambra. Pero claro, eso iba por lo de la estatura. Porque de esa menudencia de talante digno y tristón brota hoy, a sus 76 febreros, como brotó siempre, un chorreón de cante duro, parido con trabajo grande, saberes, entrega, esmaltado de poderíos chaconianos y, si viene al caso, de buenos añejos metales calorrós de Triana, Cádiz o Jerez.Nacido lejos de las áreas cantaoras, en la castellonense Burriana, Juan Barea ejemplifica uno de esos casos -no tan pocos, no- en que el arte flamenco se hace carne viva y vehemente en alguien a quien, por razones geográficas, no le tocaba. Pero el destino es más grande que las razones. Y ahí, en su cante, en su medio siglo largo de verdades flamencas, están las únicas razones del Juan Varea al que Madrid honra esta noche en el Monumental. Y en vida, como debe de ser.
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