Toros cinqueños y 'pregonaos', para abrir boca
Las primarias de Valdemorillo son las corridas -apertivo de la temporada, o así las considera la afición madrileña, que acude a esta Feria con la ilusión, todo el invierno acariciada, de ver torear. La sorpresa de ayer fue que ese aperitivo lo habían convertido, para abrir boca, en rancho, lleno de huesos duros de roer. Los toros eran cuajados, carifoscos, bastotes, agresivos, cinqueños o más, y pregonaos.Nada de ver torear. La afición vivió en su lugar cuantos sobresaltos conlleva la lidia de semejante ganado, y aún temió por su seguridad personal cuando ese ganado semejante tiraba bestiales derrotes contra los tableros y coninevía la estructura de la plaza portátil. Los cinqueños o más, perseguían con saña a los coletudos, destartalaban burladeros y zarandeaban a la afición en el tendido.
Plaza de Valdemorillo
4 de febrero. Primera corrida de feriaToros de Manuel García Fernández Palacios, con trapío, cinqueños, broncos. Raúl Sánchez. Dos pinchazos, media atravesada y tres descabellos (palmas y saludos). Media estocada tendida (oreja). Pasó a la enfermería, donde fue curado de puntazos y contusiones. Ortega Cano. Pinchazo, media atravesada y estocada corta atravesada (silencio). Pinchazo y estocada trasera (silencio). Pepe Luis Vargas. Seis pinchazos y bajonazo (silencio). Estocada en los costillares, otra baja y dos descabellos (silencio).
En la liza, quien peor lo pasó, como siempre, fue Raúl Sánchez, legionario del toreo, paradigma del valor, que a un toro reservón y a otro aplicadísimo en el aprendizaje de la tauromaquia, les hizo faena. Igual que si le hubieran Puesto delante los bombones que otros paladean en las ferias de tronío, adelantaba el engaño, cargaba la suerte, pretendía embeber las embestidas en el señuelo escarlata; en fin, todo aquello que la docta afición madrileña estaba deseando contemplar. Pero los cinqueños pregonaos; no se dejaban, y el que seguía un curso acelerado de tauromaquia le hizo un agujero en la mano de un pitonazo, le tiró un derrote a la hombrera, dos a la cara, le volteó, le prendió por el pliegue del glúteo, para lanzarlo allá, coino un pelele.
Pudorosamente, Raúl Sánchez, talaverano racial, se cubría los escasos centímetros de nalga que quedaban al descubierto tirando de un girón del calzoncillo, y estaba el hombre hecho un trapo, con gesto de sufrimiento, cojeando, un agujero en la mano, dos en la taleguilla, sangre y arena por todo el terno. Así entró a matar, y mató. La oreja que le regaló la presidencia, bien regalada estaba.
Pero aún peor toro era el sexto. "¡Un tío!", decía del toro la afición, en cuanto lo vió saltar a la arena, alto, corpulento y bien armado, con el "8" en el carnedidentidá del brazuelo, lo que quiere decir que tendría sus seis añazos o más. Sobre la apabullante presencia, resultó ser pregonao, que huía de la quema en varas. El picador le perseguía ruedo a través, le pegaba lanzazos cuando podía, y la gente estaba hecha un basilisco, por la falta de formalidad del torero y del toro. En la refriega del tendido, aparte epítetos de inconcreto destinatario y difícil reproducción, algunos botes de cerveza se lanzaron (llenos), que reventaban en la arena.
El reviejo pregonao huía del castigo, pero arrollaba o iba al bulto en el cite de los banderilleros y en el menos cruento de los percales y las franelas, o galopaba hacia la barrera, lo cual helaba las calientes gargantas de la afición, pues al animal le podía dar por brincar dentro, y se hacía un tenso silencio, sólo roto por el crujir de dientes.
Por el pitón izquierdo ese torazo iba a coger, mientras que por el derecho lo que hacía era terrorismo, y Pepe Luis Vargas, su lidiador, no tenía más opción que el holocausto o librar las tarascadas mediante hábil y veloz regate. Optó por la segunda, como era razonable, y para matar, apuntó a los riñones de la fiera, lo cual presenció la afición con alivio, en descarado olvido de los cánones de la tauromaquia.
El tercero de la tarde tampoco había sido bueno. Cuando Vargas acertó a ligar unos buenos naturales y el de pecho superior, se rajó el manso, que dicen, y escapó a tablas, donde el diestro ecijano hubo de porfiarle y lo hizo con valor. En cambio, el diestro ecijano mató fatal: a la última. Lote menos malo le corres pondió a Ortega Cano, pero éste espada no parecía dispuesto a escribir en Valdemorillo las más brillantes páginas de su biografía, por lo que se aliviaba en los muletazos fundamentales y fácilmente derivaba a los accesorios, como manoletinas, giraldillas y otras suertes de escaso fuste.
"Hace faenas pueblerinas", comentaban expertos. Bueno, estábamos en Valdemorillo, que no es precisamente Nueva York. Aunque por los precios lo parecía. La entrada más barata en sombra valía 1.300 pesetas; por un refresco cobraban veinte duros y por un dedalín de cohá o diez almendras envueltas en celofán, lo mismo. Ahora bien, picadores (que no salieron en el paseíllo) sólo había dos. Alguien pretende hacer su agosto, en febrero y en Valdemorillo. Lo malo es que se lo permiten.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.