La tentación de Hassan
LA ALOCUCIÓN personal del rey Hassan Il tiene pocas posibilidades de contener, Sin el redoblado empleo de la fuerza, la agitación en el norte de Marruecos. Hace unos días, enfrentado con circunstancias parecidas, el anciano presidente de Tunicia, Habib Burguiba estaba obligado a responder con una retirada de las medidas impopulares de alza de precios. Solución puramente coyuntural, porque la economía tunecina, como la de Marruecos y la de Argelia, se viene abajo velozmente. En Libia la existencia del petróleo sostiene la situación, pero los despilfarros de Gadafi, su enorme aventura imposible de gran dirigente del mundo árabe y de agente revolucionario en todos los conflictos, mantienen la vida cotidiana siempre al borde de la angustia.Hace algo menos de un año, en febrero de 1983, Hassan II y el presidente argelino se encontraban por sorpresa -una sorpresa preparada por numerosos contactos internos- para tratar de reducir sus problemas mutuos. El principal es, como se sabe, el del Frente Polisario, en guerra con Marruecos y apoyado por Argelia. Poco después Tunicia se sumaba a esta corriente que trataba de restablecer unas relaciones deterioradas desde el final del colonianismo. Libia no quería quedarse al margen de este movimiento: Gadafi no estaba nada satisfecho de su situación de aislamiento creciente y temía la posición firme de Estados Unidos. Este mosaico de regímenes distintos y opuestos de antiguo ha tratado durante todo este año de buscar una forma de dañarse lo menos poisible entre sí: la noción de su vulnerabilidad es cada vez mayor. Si Marruecos está amenazado desde fuera y desde dentro -con una fuerza que se está viendo en estas jornadas-, Argelia no puede dejar de contar con el mundo de Occidente, Libia considera seriamente el riesgo de una invasión y Tunicia depende de lo que le quede de vida a Burguiba, a quien se acaba de ver en público, prácticamente sostenido por sus próximos para poderse mover. Pero, al mismo tiempo, los cuatro países del conjunto magrebí sufren la amenaza del integrismo musulmán, que va mucho más allá de los poderes establecidos en la zona (Burguiba, ateo; Gadafi, intérprete personal de las leyes coránicas; Hassan II, imán de los creyentes que han perdido la fe en él; Benjedid, laico).
Hace años era el modelo nasserista el que inundaba el norte de África, apoyado por la vieja irradiación de la cultura árabe cultivada en Egipto. Ahora es la estampa del imán Jomeini la que asoma su antiguo turbante y su mirada fanática en miles y miles de litografilas, y la fe chiita la que se enfrenta con los antiguos y cerrados ritos malekitas. El nasserismo se'centraba en un mundo árabe unido y lo sostenía una idea de la nación árabe; pero Nasser, que había iniciado su cruzada contra el comunismo, estaba bastante contenido por su propia situacion y por una capacidad política de viejo jugador de ajedrez. No es así Jomeini ni sus próximos, a los que no parece contenerles ninguna clase de temor. Entre otras diferencias, había muchas posibilidades de dudar de la fe musulmana de Nasser, a pesar de sus ritos externos y de sus cumplimientos. Tenía más contactos con la realidad. Un factor que parece decisivo es el de que Jomeini es, sobre todo, un ídolo de la juventud, y todo el Magreb, muy especialmente Marruecos, tiene hoy una población juvenil enormemente mayoritaria, como consecuencia de una demografia galopante a la que se han podido superponer medios contemporáneos de contener la mortalidad infantil.
No es preciso recordar la historia reciente de Marruecos, cruzada de atentados, complós, conspiraciones, juicios precipitados, represiones vomitadas directamente por la artillería y los tanques, fusilamientos que han diezmado la oficialidad superior, para constatar su inestabilidad. Es una consecuencia de una situación social sostenida únicamente por la fuerza de las armas. Hassan Il consiguió la unidad mediante una causa nacional, que fue la guerra del Sáhara, uno de los ejemplos más característicos de cómo el fervor nacionalista puede envolver en una situación inútil desde todos los puntos de vista -la conquista del Sáhara no puede procurar bienes materiales, sino todo lo contrario; en cuanto a su capacidad estratégica, vale más para otros países que para el propio Marruecos-; pero, la causa nacional, de la que formaron parte todos los restos de oposición conglomerados en partidos parlamentarios, se ha ido perdiendo poco a poco. Si la pobreza era ya endémica, la guerra del Sáhara la ha multiplicado, y los triunfos diplomáticos de Hassan II en los últimos tiempos no han conseguido más pan ni han devuelto brazos al trabajo. El paro afecta al 35% de la población activa.
Sin embargo, es impropio suponer que los disturbios continuados vayan a derribar repentinamente un régimen tan coriáceo como el del monerca alauita. Hassan sabe que los países vecinos o próximos no prestarán ayuda a los revolucionarios marroquíes y que Occidente le apoya. No sólo Reagan: también Francia y España han manifestado consistentemente, a lo largo del año pasado, su inclinación por Marruecos. No le van a dejar caer.
Lo que puede inquietar ahora -y muy especialmente a España, por su posición geográfica y por su relación especial: el conflicto ha estallado junto a Melilla y a Ceuta- es que se entre en un largo y confuso período de agitación. Una extensión hacia el nortede África de los conflictos de mezcla social y religiosa que arden ya en el Oriente Próximo podría conducir a una situación explosiva. La tentación de la fuga nacionalista por parte del rey, agitando a las masas contra los españoles en Ceuta y Melilla, reavivando el conflicto del Sáhara, es algo permanente en la política de Marruecos. Por lo demás, la solución no es meramente local porque el conflicto no lo es tampoco: problemas en los que la miseria de los musulmanes, la sujeción de esta miseria por las dictaduras y el irredentismo religioso se mezclen se están viendo en todo el mundo islámico. El norte de África es ahora vulnerable.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Archivado En
- Ceuta
- Melilla
- Hassan II de Marruecos
- Frente Polisario
- RASD
- Muamar el Gadafi
- Revueltas sociales
- Opinión
- Habib Burguiba
- Regularización inmigrantes
- Libia
- Marruecos
- Sahara Occidental
- Túnez
- Política migratoria
- Relaciones internacionales
- Magreb
- Malestar social
- Migración
- Partidos políticos
- Islam
- África
- Conflictos políticos
- Política exterior
- Defensa