Lo nuevo de Estocolmo
LA CONVOCATORIA de la conferencia que se reúne en Estocolmo el martes próximo fue uno de los temas que dio lugar a fuertes polémicas a lo largo de los tres años de la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa de Madrid: la idea inicial partió de Francia, que deseaba probablemente compensar, con esta propuesta, su actitud sistemáticamente negativa en otras discusiones sobre limitación y control de armas nucleares. EE UU temían que sirviese de teatro a la propaganda soviética contra los euromisiles. La decisión final se logró en gran parte gracias a una concesión de la URSS, que aceptó se considerase la totalidad de Europa, desde los Urales al Atlántico, desde el mar del Norte al Mediterráneo, como zona de aplicación de las eventuales medidas que se puedan acordar. Pero ahora, la Conferencia de Estocolmo ha cobrado una significación especial, no prevista en el momento de su convocatoria, como consecuencia de la ruptura o suspensión de todas las negociaciones que se han venido desarrollando en los últimos años sobre cuestiones de armamentos.En el mundo actual, por el volumen aterrador alcanzado por los armamentos y su capacidad destructíva, el proseguir esas negociaciones, el establecer acuerdos mínimos sobre los topes de dichas armas, se convierte en una especie de imperativo categórico. Si tales negociaciones no se reanudan, de una u otra forma, todo puede ocurrir; la ignorancia y desconfianza mutuas acentúan la loca carrera arniamentista. Por eso toda la atención mundial se centra en el anunciado encuentro en Estocolmo de Shultz y Gromiko; pero sería absurdo abrigar e xcesivas esperanzas a este respecto: ya hubo en el pasado mes de septiembre una conversación Shultz-Gromiko en Madrid; sirvió para bien poco; a las pocas semanas, se produjo la ruptura en Ginebra. Los soviéticos parecen jugar la carta de las elecciones presidenciales de
EE UU para especular con un cambio de la actitud norteamericana, aunque siempre que han hecho cálculos de ese género les ha salido mal. Pero nada indica que hayan madurado condiciones para un viraje en las heladas relaciones Moscú-Washington.
Lo realmente nuevo de Estocolmo no es tanto que ofrezca una ocasión para que Shultz se encuentre con Gromiko, sino el propio carácter de la conferencia que va a iniciar sus trabajos. Será la primera vez que 35 países europeos (con EE UU y Canadá) van a discutir, en terrenos militares, medidas concretas para crear confianza sobre la seguridad de los respectivos países. Va a comenzar una experiencia totalmente nueva. Quizá en ella lo de menos sean los discursos solemnes de la sesión de apertura. Lo verdaderamente decisivo será -según la formulación del documento de Madrid- "emprender, por etapas, acciones nuevas, efectivas y concretas destinadas a lograr progresos en el fortalecimiento de la confianza y de la seguridad, y en la realización del desarme, para dar efectividad al deber de los Estados de renunciar a la amenaza o al uso de la fuerza en sus relaciones mutuas". La primera etapa de la conferencia estará dedicada, en un plazo de meses, quizá un año, a las medidas creadoras de confianza. Su alcance puede ser importantísimo: por ejemplo, mediante la información mutua sobre maniobras y movimientos militares, sobre todo si se completa con medidas de control y verificación en el sitio, se puede ir creando un clima nuevo, de mayor tranquilidad; una sensación comprobada de que el otro lado no está a punto de lanzar una agresión. Otra cuestión esencial será la de las zonas desnucleasizadas; hasta ahora se ha hablado de Escandinavia y los Balcanes; una actitud más audaz. de la diplomacia española permitiría plantear, asimismo, el de la desnuclearización de la Península Ibérica; recientes declaraciones de Shultz dan la impresión de un ablandamiento, en este punto, de la posición hasta ahora muy cerrada de EE UU.
España ha asistido a los preparativos conjuntos de los países de la OTAN de cara a la Conferencia de Estocolmo; es una noticia sorprendente la declaración de un portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores acerca de que la delegación española no se sentirá vinculada mecánicamente a la actitud de la OTAN. Parece querer ofrecer un distanciamiento español, no visible, de la Alianza, o una singularidad en absoltit.o demostrable: la Conferencia de Madrid evitó quedar condicionada por las pertenencias a los bloques respectivos; en tal caso, bastaría que se reuniesen la URSS, EE UU y los neutra les y no alineados. Pero, aunque no haya una actitud mecánica, y sí reflexiva, carece ya de todo interés, y linda con el ridículo, insistir en un distanciamiento español de la Alianza. España es mimebro de la OTAN, y como tal nos miran los aliados y los rusos, los no alineados, y los miembros del Pacto de Varsovia. Como tal miembro, conserva su singularidad y su capacidad de iniciativa. Pero es confundir a la opinión pública sugerir que podría comportarse, o que piensa comportarse la delegación española como si nuestro país no peteneciera a la Organización Atlántica. No puede, entre otras cosas, porque no es verdad. Teniendo esto en cuenta, España podrá hacer una aportación importante a la conferen cia que se abre el próximo martes si conserva su capa cidad de propuesta desde el conocimiento de su ubica ción geopolítica real. Pensando en el futuro de una Europa hoy angustiada, mucho depende para abrir horizontes nuevos de que en la larga marcha que va a empezar en Estocolmo predomine un espíritu abierto, una voluntad de compromiso para obtener resultados con cretos. Nuestro país puede y debe colaborar a ello, sin
que sus representantes caigan en la tentación de utilizar la Conferencia de Estocolmo para el consumo de la política interna en vez de para la obtención de respuestas a los problemas de la paz.
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