Gutiérrez Mellado, en pliego de cordel
En este tiempo de pollinos y electrónica, el vídeo del 23 de febrero, en el Congreso de los Diputados, se ha convertido en un pliego de cordel o en un cantar de ciego y los espectadores han podido admirar en vivo, transformado en materia de consumo, un gesto de gallardía y otros detergentes. Los cuatreros entraron disparando al aire con el típico jolgorio de un asalto al poblado. El general se levantó del escaño y trató de imponer su autoridad con los gritos de rigor, aunque no lo consiguió. Entonces se puso en jarras dando la espalda a un fregado de pistolas, y cuando las balas le silbaron por detrás de la oreja él no se permitió siquiera el deshonor de un reflejo condicionado. Gary Cooper no lo hubiera hecho mejor, si bien era más alto. Alguien quiso derribarlo con una zarpa en el hombro, pero él se apalancó en la cornisa del banco azul con toda la elegancia que permitían las circunstancias y así quedó congelada para la posteridad la imagen instantánea, de un soldado ejemplar. Hay algunos que un lunes se levantan de la cama y mientras se afeitan canturreando en el cuarto de baño aún ignoran que por la tarde matarán a un prójimo, resbalarán en una piel de plátano o tal vez pasarán a la historia. Después de la refriega, al general Gutiérrez Mellado le preguntaron su opinión acerca de aquella sesión. académica del 23 de febrero en el Congreso. Se limitó a contestar que le había causado cierta pena contemplar a unos guardias civiles con la guerrera desabrochada. Sin duda, el general es un caballero cuya estrategia mental se ha fraguado en el juego del bridge.Logró huir en un caballo en llamas
Parece un militar secularizado por un toque anglosajón, uno de esos flacos con gafas, rubios por dentro, que en los países tecnificados acuden al despacho en traje gris y no acostumbran a perder las guerras. Desde la época de Esparta no ha cesado de repetirse la lección: cualquier nación regida por su ejército es una nación militarmente débil y probablemente indefensa, ya que la gloria resulta una carga muy pesada y resta ligereza al brazo en la hora veloz del combate. Se dice que la avioneta de Sanjurjo capotó sin poder álzar el vuelo a- causa de un baúl repleto de sables, condecoraciones, antorchas y uniformes de gala. Eso nunca le hubiera pasado a Gutiérrez Mellado, aquel escuálido teniente que en julio de 1936, rebelado también contra la República con su cuartel de Campamento, cerca de Madrid, logró huir en un caballo en llamas, después de la derrota, atravesando el asedio como en un lance del fuerte apache. Gutiérrez Mellado tenía un instinto solitario. Había sido un niño huérfano, criado por abuelos y otros familiares, alumno interno en un colegio de escolapios, y en la adolescencia anduvo por las pensiones y billares de Atocha mientras se preparaba para ingresar en la Academia General de Zaragoza, un mundo de sopa de ajos, cesantes con bufanda cruzada, escupideras en el rellano, pescadillas con coliflor y lechuguinos que leían los chistes de Gedeón en los tranvías jardineros. En una casa de huéspedes convivía con un albañil y un cabo de asalto, llevaba esa clase de existencia que te obliga a tener la nariz afilada.
-Fue el número uno de su promoción.
-No se trata de eso.
-¿Entonces?
-Lo importante es que desde joven ya tenía mucho olfato.
-¿Y buena estrella?
-También.
He aquí el fragmento de una película de indios. El teniente Manuel Gutiérrez Mellado se apeó el cigarrillo de su enteco perfil y eiscapó cabalgando malherido entre el humaredón del bombardeo de su regimiento de artillería en Carabanchel como único superviviente de la gesta. Cayó extenuado en medio de un sembrado de Castilla, donde fue auxiliado por unos labriegos del lugar, aunque no tardó en ser capturado por una partida de milicianos con alpargata y escopeta que lo llevó preso a la cárcel Modelo de Madrid. Iba vestido con harapos de ocasión y nadie acertó a descifrar si era un rebelde fugitivo o simplemente un pobre diablo con boina. Él tampoco hizo nada por desvanecer la duda. En aquel ardiente verano de 1936 en Madrid no se matizaba demasiado Según cuentan los cronicones, te podían pegar un tiro sólo por llevar los zapatos limpios. Pero Gutiérrez Mellado no los llevaba y eso le ahorró el primer golpe. Arrumbado como un menesteroso en el rincón de una galería, podía asistir cada noche a la celebración de una saca, esa especie de lotería de Babilonia que solía terminar al pie de un .yesar. Alguien reparó en él.
-¿Quién es éste?
-Uno.
-¿Qué ha hecho?
-No se sabe.
-Oye, tú, largo de aquí.
Al servicio de la quinta columna
Salió absuelto debido a aquel barullo reiriante, que a unos arrastró al amanecer hacia Paracuellos y a otros, agraciados por la pedrea, dejó incólumes en mitad de la calle. El teniente enmascarado buscó refugio en la Embajada de Panamá y allí se hizo su composición de lugar con los ideales intactos. Al parecer, la vida le había concedido ciertas habilidades, había hecho equilibrios con éxito en el filo de la navaja, burlando dos veces al enemigo; de modo que estaba claro: con un mono de miliciano y una documentación falsa con muchos sellos y tampones, este linve podía realizar algunas maravillas. Dentro de la capital sitiada se puso al servicio de la quinta columna. Con una camioneta de víveres se dedicó a pasar gente en peligro a la zona nacional, manejó una emisora de radio desde la azotea del Ministerio de Marina, y cuando no funcionaba hacía señas con los brazos a los moros, cuya ristra de turbantes energía por las zanjas de Móstoles. Fue un especialista en saltar controles. Iba y venía, como quien lava, de uno a otro lado del frente, dando información al coronel de Franco que encontraba más a mano. Algunos adalides del honor llaman a esto un trabajo de espía, no sin desprecio. Pero en los países cultos toma el nombre de servicio de inteligencia, una virtud del cerebro, el arma más fina con la que al final se gana una guerra. La sutileza del informador puede ser la forma más agresiva del arrojo.
-En todo caso es una labor un poco sucia.
-Pues no.
-Yo prefiero matar cara a cara.
-Es usted un antiguo.
Los detractores reaccionarios del general Gutiérrez Mellado dicen que combatió en el bando rojo. Algunos compañeros de armas, que lo admiran, afirman que fue él quien dio a las tropas de Franco un soplo de oro: el día, la hora y el lugar en que el Ejército republicano había decidido la ofensiva de Brunete. Así se las ponían a Fernando VII. Pero estas cosas sucedieron durante la guerra. Ahora corría la paz y la Cibeles tenía un chusco de serrín bajo el brazo. Incorporado Fisicamente a los vencedores, después dé los abrazos, medallas y trienios de rigor, el capitán Gutiérrez Mellado comenzó a ascender por el escalafón mientras en el túnel del silencio otros españoles de paisano escalaban también el suyo, es decir, iban del bo niato a las lentejas, de las gachas al cocido con cuellos de pollo, de la cola del aceite a la del Cristo de Medinaceli, del abrigo raído a los zapatos de Segarra, del biscúter a las primeras gambas al ajillo, del gol de Zarra en Maracaná al only you de Los Platters, del Seat 600 al bikini de Elke Sommer, del frigorífico a la parcela en la sierra. En el año 1942 Gutiérrez Mellado se había diplomado en Estado Mayor. En 1970 era ya general de brigada. Había trabajado de especialista en los servicios de información del Ejército y en la instrucción de la oficialidad. Durante este tiempo, su nombre no sonó para nada. Se trataba de un buen profesional, de talante modesto y trabajador, que acudía puntualmente al despacho como aquellos ejecu tivos del maletín. Al iniciarse la década del setenta la política comenzó a romper aguas sobre el huevo de la libertad y la carrera de este oscuro general que estaba al pie de su oficio, sombreado por Díez Alegría, tomó un despegue vertical hasta alcanzar la jefatura del Estado Mayor Central del Ejército, y entonces vino aquello, la media verónica de la reforma, los primeros bajonazos de la transición con algunos pistoletazos en los portales del Madrid galdosiano. Al frente de la democracia iba un encantador de serpientes con la flauta. Adolfo Suárez es un tipo que por muchos esfuerzos que uno haga no consigue que le caiga mal. En un tiempo tan arduo, sembrado de trampas para zorros, tuvo el valor ladino de echarle cara al asunto. Llamó a su lado a Gutiérrez Mellado y en ese momento los españoles conocieron a este general: era ese señor delgadito, de silueta aguda, con el pitillo humeándole el bigote de escobilla, que aparecía sentado en silencio en el banco azul del Congreso. En cada sesión parlamentaria, los analistas interpretaban las facetas de su rostro como un código de señales.
-¿En qué pensará?
-No se sabe. Pero hoy sonríe. -La cosa va bien.
-Ayer parecía más cabreado.
Una larga travesía
Todo el mundo sabía que en la trastienda militar estaban cayendo chuzos de punta. Fue una larga travesía. Gutiérrez Mellado tenía que presidir por la mañana el patético funeral de un compañero de armas abatido por el terrorismo y asistir por la tarde a una velada en el Parlamento, donde se hablaba del derecho de los ciudadanos. Por un oído le entraban insultos de los mastuerzos reaccionarios y por otro le inoculaban halagos los demócratas de pasillo, y así iba y venía, entre zarandeos y palmaditas, moviéndose con la. habilidad de antaño, con idéntico arrojo, por la raya de los frentes. Durante la guerra manejó una camioneta de víveres llena de refugiados, o manipuló una emisora clandestina, o se jugó la figura pasando información al bando nacional. Ahora hacía el mismo equilibrio sobre otra clase de foso, repleto igualmente de cocodrilos. ¿Quién dice que esto no es valor? Algunos creen que la hombría consiste en sacar el pecho de gallo por encima de la trinchera. En cambio, otros opinan que existe un instinto más sutil y eficaz; por ejemplo, ponerse al lado de la Constitución y utilizar tenazmente el ardor de la inteligencia y el arte de la moderación para defenderla. Gutiérrez Mellado pertenece a ese tipo de enclenques que sonríen pero no se doblegan fácilmente y que al final, pidiendo mil perdones, siempre ganan la partida.
Mientras tanto, él estaba de pie en el circo, sin mover una pestaña, de espaldas al tablón de corcho, y algunos manazas arrojaban cuchillos contra su silueta.
-Le vana dar.
-No creo.
-Por mucha suerte que tenga, un día se lo calzan.
Pero ésta no es la biografía de un militar constitucional, sino el famoso caso de una buena estrella. Gutiérrez Mellado es el único general de lahistoria a quien el destino le ha dado la oportunidad de exhibir masivamente su gallardía como un bien de consumo. Hoy es un tiempo de pollinos electrónicos, de imágenes, dígitos, marbetes, diseños, envases, y toda la filosofía existencial se reduce a un anuncio por televisión. En cierta ocasión los consumidores pudieron contemplar en la pantalla, entre una catarata de perfumes, licores, refrescos y jabones activados, un bello gesto de valor. Aquel vídeo del 23 de febrero es ya un pliego de cordel o un cantar de ciego. Y allí había un general que hizo una gran oferta, en plan Gary Cooper. Por ello pasará a la posteridad.
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