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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La letra, con sangre entra

Parece que los amantes que se traicionan enardecen sus pasiones en momentos de crisis, y que sólo cuando más temen por su estabilidad amorosa se dan cuenta de la fugacidad de su pasión. A la libertad también le salen amantes infieles que no se acuerdan de ella más que cuando los otros reclaman la suya propia. Son amantes ocasionales dispuestos a traicionarse de nuevo. Por eso no hay que darles mucho crédito. En España, por ejemplo, que es un país en donde la libertad ha necesitado tantas veces declaraciones de amor, la pasión era traicionada y los amantes vivían gozosos de su infidelidad. Pero, ¡ay!, cuando la libertad es algo real, cuando el amor se produce como un acto de afirmación tangible que no necesita más defensas que la entrega cotidiana, entonces surgen los amantes desesperados, los novios infieles, dispuestos a llamar la atención sobre un amor que no existe, que nunca defendieron.Tal sucede ahora con el amor a la libertad de enseñanza. ¡Quién lo diría! Yo me eduqué en una época en que la invocación a la libertad de enseñanza ponía en senas dificultades a quien la hacía. En cambio, hoy, que hay libertad de enseñanza, es decir, libertad para enseñar, es cuando más la reivindican algunos. Qué raro.

Libertad de enseñanza significa en todo el mundo poder enseñar libremente, sin más dictados que' los que impone la ciencia y demanda la conciencia de quien enseña. No parece ser ésta la libertad a la que tantos amantes le han salido de pronto. Más bien se trata de una libertad económica para crear y mantener centros de enseñanza de propiedad privada sostenidos totalmente con fondos públicos y sin que los ciudadanos, que hacen tan costosos desembolsos, tengan el más mínimo derecho a saber cómo se administra el dinero.

La libertad, en estas circunstancias, se comprenderá que tiene un valor muy relativo. La libertad económica empresarial no existe más que como disfrute de beneficios, pues carece de riesgos. Y la libertad de enseñanza propiamente dicha no queda garantizada. La libertad empresarial no coincide necesariamente con la libertad docente, siendo así que una escuela gobernada con criterios de libertad económica puede impedir la libertad de enseñanza, mientras que otra creada al amparo de la protección pública, y, por tanto, en contra de la libertad de empresa, puede propiciar el libre intercambio de conocimientos.

De hecho, la libertad de enseñanza sólo se consiguió en la sociedad moderna cuando el Estado la impuso frente a sus enemigos tradicionales. Por eso es tan sorprendente que organizaciones eclesiásticas que han impedido pertinazmente que existiera la libertad de enseñanza se erijan repentinamente en defensores de una causa que nunca fue suya. Todo lo contrario. La conquista de la libertad de enseñar se la arrancó la sociedad civil a la intolerancia y al dogmatismo de la Iglesia, que había convertido el derecho de aprender en una guerra escolar permanente contra quienes defendían las ideas de la libertad y predicaban la autonomía del saber. Recordar las etapas de esta historia desdichada en España constituiría un ejercicio de masoquismo interminable. Pero una memoria relativamente cercana puede contribuir a esclarecer los hechos.

Persecución de profesores

Prácticamente desde principios del siglo XIX, el problema de la enseñanza ha estado indisolublemente unido a los procesos que se sucedían en el país. Desde el momento mismo en que el régimen absolutista fue implantado por Fernando VII, se suprimió el plan de reforma de las universidades de 1807 y se inició la persecución de los profesores que estaban "contaminados de liberalismo". El monarca, tras el corto período liberal de 1820-1823, clausuró todas las universidades españolas, dictó el monopolio de la enseñanza en favor de los religiosos y llegó incluso a prohibir la explicación de las matemáticas y de las astronomía. Pero el fortísimo. rechazo que las posturas proclives a difundir la cultura libremente encontraron en los sucesivos Gobiernos conservadores que actuaban de consuno con la Iglesia hizo que la necesaria reforma adquiriera los perfiles de una auténtica misión redentora.

Un movimiento que hablaba de tolerancia, de racionalismo, de verdad, de moral, como el krausismo, que en una sociedad no dominada por el fanatismo hubiera sido perfectamente asumido y aun visto con simpatía, por su pintoresquismo, fue convertido en España, por políticos y eclesiásticos, en un instrumento de los poderes demoniacos, y sus miembros, que no querían más que introducir el sentido de la libertad en las costumbres y modernizar a las gentes a través de la educación, fueron perseguidos y vituperados con saña inimaginable. Sanz del Río, su fundador, auténtico eremita de la filosofía metafísica, vio cómo su Ideal de la humanidad era incluido en el índice romano en 1865, y vencidos los intentos liberales de la revolución de septiembre, el ministro Orovio dictaba un decreto, en 1875, en el que se destacaba que cuando la mayoría y casi la totalidad de los españoles es católica, y el Estado es católico, la enseñanza oficial debe obedecer a este principio, sujetándose a todas sus consecuencias".

Los principales promotores del intento renovador fueron expulsados de sus cátedras y deportados. Un año después, Gumersindo de Azcárate publicó un célebre artículo en el que defendía la libertad que toda ciencia precisa para no ahogar su actividad, "como ha sucedido en España durante tres siglos", abriendo -una polémica que cerró el entonces joven y fogoso ultramontano Menéndez Pelayo, tachando a los profesores contestatarios de "perpetuos enemigos de la religión y de la patria".

Proyecto de modernización

La vuelta del destierro y la reposición en sus cátedras de los perseguidos, en 1881, supuso también el principio de un proyecto de modernización de la educación que Giner y sus colaboradores crearon en tomo a la Institución Libre de Enseñanza. Este grupo, con todas sus ramificaciones, trató de dar una respuesta organizada y paralela a la enseñanza oficial, dominada, como estaba, por el integrismo religioso y los controles políticos. Con todas sus limitaciones, los institucionistas crearon un foco de enorme trascendencia para la reforma de la educación que, hizo concebir esperanzas fundadas en la consolidación de la libertad de enseñanza y en el respeto al saber.

Pero, de nuevo, con la guerra civil se frustraron las expectativas, y la enseñanza, como en cada ciclo de nuestra historia, corrió la aciaga desventura de los perdedores. Las primeras leyes represivas de responsabilidades políticas y de depuración de los funcionarios, de 1939, afectaron muy particularmente a profesores y a maestros comprometidos con la defensa de las libertades públicas y escolares, quienes fueron perseguidos, encarcelados y, en no pocas ocasiones, hasta fusilados. Estas leyes sancionaron también la censura civil y eclesiástica en las disciplinas docentes e introdujeron de nuevo las prácticas más detestables de la intransigencia escolar. La tentativa cerril de impedir la libre circulación de las ideas entre los estudiosos llegó hasta las más encumbradas instancias de la investigación, como el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, que fue tomado, defacto, para, según palabras de Calvo Serer, "emprender la tarea de recristianizar la cultura".

De aquellas terribles convulsiones se duelen todavía hoy la Universidad y la escuela españolas. El exilio que acompañó a muchas de nuestras mejores cabezas desertizó las aulas, pero sirvió, sin embargo, para que la enseñanza privada, especialmente promovida por las órdenes religiosas, lograra un crecimiento sin precedentes en nuestra historia. Qué extraño resulta que cuando más peligró la libertad de enseñanza en nuestra patria, cuando más represaliados fueron quienes la defendían, no protestaran quienes tan rotundamente se beneficiaron de aquel oprobio a la cultura. ¿Por qué no se manifestaron entonces contra las brutales represiones de los maestros republicanos o contra los inicuos procesos de los profesores universitarios?

La amenaza de guerras escolares no es nueva, aunque sí es sumamente peligrosa en nuestra sociedad. En realidad, la enseñanza española ha vivido una prolongada guerra de sectarismo, de intransigencia y de exclusiones., Hay una tendencia en el mundo actual a conducir el papel de las religiones hacia los problemas que conciernen a la familia y a la educación, como si fueran de su exclusiva competencia. En el caso del catolicismo, un pontificado extremadamente regresivo ha contribuido a que los sectores más sensibilizados y más afectados por los cambios en la educación consideren, no obstante, como un derecho intangible el privilegio de administrar con fondos públicos negocios privados y confundan la verdadera libertad de enseñanza con lo que solamente es una libertad económica para negociar con la enseñanza.

Luis Saavedra es profesor de la Facultad de Ciencias Politicas de la Universidad Complutense.

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