Prieto, a los 100 años
INDALECIO PRIETO -el centenario de cuyo, nacimiento se cumplió el pasado mes de abril y que se celebra ahora con algún acto aislado, y sobre todo con la memoria de su fecundidad como ministro de Obras Públicas- fue un gran socialista, cuyos rasgos, los más circunspectos y los más elegantes, se encuentran en la forma de trabajo de sus herederos de partido. Incluso con los mismos riesgos. Si la II República fue un asombroso retablo de políticos vivos y humanos, sobresaliendo por encima de disciplinas de votos y obediencias de partido, revelados por una situación real de libertad y de sinceridad de pensamiento en todos los sectores, el primitivo partido socialista ofrecía una amplísima galería de personajes, todos ellos de una sorprendente riqueza de doctrinas, anécdotas, características... Del Largo Caballero, enjuto y puritano revolucionario, al instintivo, orondo y vital Indalecio Prieto, su rival eterno, se podía pasar por nombres tan brillantes intelectual y políticamente como los de Fernando de los Ríos, Araquistáin, Besteiro, Anguiano, Saborit... Era un socialismo generalista, presente en todas las situaciones españolas, nutrido de fuentes diversas que formaban como un panorama amplio de la izquierda española, desde el kirausismo y el marxismo hasta la mera actitud republicana y enciclopedista, con reminiscencias de Rousseau, de la naturaleza buena del hombre y del librepensamiento.Prieto, vendedor de alfileres y diarios en Bilbao, lector de libros y periódicos, político nato, taquígrafo y luego orador en el Congreso, mucho más fino y más sutil que lo que hacía suponer su lenguaje deliberadamente bronco, de hombre de la calle y de periodista polémico -lo fue, hasta su extinción, en Siempre, de México-, que a veces utilizaba hasta para espantar a sus más distinguidos y melindrosos compañeros de partido, como Fernando de los Ríos, fue principalmente un socialista de clase media, inquieto por unas alianzas obreras que, según él, el país no podría soportar. Algunos de sus compañeros y los partidos de la izquierda más extrema le culparon de pesimista, de depresivo y hasta de cobarde. Más o menos fueron los adjetivos que se emplearon con Azaña, con el que estuvo muy ligado (con los idearios de los dos se podría componer un pensamiento español de la otra tradición). Algunos críticos creen que si Prieto y Azaña hubieran tenido mayor decisión, la República se habría salvado: que fue su pesimismo el que creó la situación sin salida, y no la inversa. Mera cuestión de juicios de historiadores, pero siempre dignos de examen y análisis. En todo caso, y aunque las circunstancias históricas no se repiten nunca de la misma manera, la lección de Prieto podría estudiarse ahora por quienes son prietistas sin querer recordarlo demasiado.
Prieto tampoco fue marxista. O lo fue de oído. A veces confesaba que no había leído nunca a Marx, pero nunca se supo si fue una de sus frases. La que quedó escrita (en 1935) fue ésta: "El marxismo, aun descontadas las rectificaciones que la marcha del mundo ha impuesto a su parte profética, es, por la excelsa justicia que inspira su ideario, por la exposición científica de éste y por su profundo análisis de los fenómenos económicos, algo gigantesco; pero la vida, en sus aspectos infinitos, es mucho más vasta que el marxismo, el cual no puede abarcarla enteramente". El aprendizaje de vendedor callejero, periodista y taquígrafo antes que parlamentario le dio estas dimensiones, de las que el displicente y lejano Madariaga se burlaba con la ironía del sabihondo: "Es un diamante en bruto, pero muy en bruto", aunque le concedía "una honradez a carta cabal". Otra derecha más pragmática le vio otras posibilidades. Giménez Caballero llegó a suponer en él las condiciones de un Duce, de un Mussolini español -lo cual indignaba a Prieto-, y José Antonio Primo de Rivera le veía a veces muy próximo a su propio ideario.
De todo ello vino la idea, extendida entre algunos historiadores, de que si Azaña hubiera entregado la presidencia del Gobierno a Prieto se habría evitado la guerra civil. Estas ideas posteriores son siempre improbables. En todo caso, la lectura de Prieto sigue siendo muy útil y muy esclarecedora. Sobre todo, los Discursos fundamentales y, dentro de ellos, el que ya en el exilio mexicano llamó Confusiones y rectificaciones. Un hombre que cumpliría ahora 100 años y que ofrece mucho para reflexionar sobre la España de hoy.
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