Feliz Nochebuena, señor presidente
A LO largo de la conferencia de prensa celebrada ayer, el presidente del Gobierno hizo gala de su capacidad de comunicación y de su facilidad para encontrar una salida de emergencia ante preguntas comprometedoras o exigentes. Sus respuestas abandonaron el tono de crispación y la actitud defensiva de algunas de sus últimas comparecencias públicas, para diluirse en el poso de la nada. Felipe González declaró que su primer año de poder no le ha deteriorado anímicamente ni le ha privado de tranquilidad y sentido del humor. La confianza en sí mismo, el gusto por el trabajo realizado y la satisfacción por los resultados obtenidos constituyen un equipaje altamente recomendable para quien desempeña las tareas de gobierno, y estamos seguros de que le van a ayudar a la hora de entender rectamente que las críticas que su gestión suscita y las indudables que han de surgir tras sus declaraciones de ayer son fruto no de una campaña contra el Gobierno instrumentada por la masonería y el judaísmo, sino de un análisis de sus aciertos y de sus errores.Aquellas cuestiones planteadas por los periodistas que no llevaban ninguna carga crítica potencial o que no exigían el anuncio de decisiones concretas fueron replicadas de forma pedagógicamente pormenorizada, confundiendo sin duda el auditorio adulto de la opinión con el aula de una escuela. Las generalizaciones de Felipe González cansaron a la audiencia por su farragosidad y su escaso interés. El compromiso electoral de crear 800.000 puestos de trabajo a lo largo de esta legislatura no fue ni ratificado ni rectificado, o sea que hay que suponer que estaba siendo eludido. Las cifras sobre el crecimiento del PIB y la contención de la inflación en 1984 confirmaron datos ya conocidos. Los problemas sociales de la reconversión industrial dieron ocasión para algunas críticas del presidente a las centrales sindicales. Al referirse a las perspectivas económicas del año entrante, citó el comentario de un andaluz a propósito de la victoria de nuestra selección en el partido contra Malta y expresó su creencia de que a los españoles se les tienen que poner las cosas muy difíciles para ser capaces de hacer algo importante. Esta apelación a la furia española está en lo mejor de nuestras tradiciones políticas. La voluntad de contener el déficit, de ajustar los gastos y los ingresos presupuestarios y de aplicar mejor los fondos públicos animará -según dijo- la acción futura de la Administración. En cualquier caso, el presidente fue tajante al afirmar que, en el supuesto de que la situación económica empeorase, el Gobierno adoptaría de manera voluntaria las eventuales medidas estabilizadoras sin aguardar el ultimátum del Fondo Monetario Internacional.
Ante las preguntas referidas a cuestiones concretas o de contestación comprometida, González mostró renovada tendencia a escaparse por los márgenes. Manifestó sus preferencias por la continuidad del equipo gubernamental y también hizo suya la vieja doctrina autoritaria de que a los ministros no se les debe dar la oportunidad de dimitir sino que es preferible echarlos, sistema por el que la figura del que los echa es siempre reforzada y la eventual dignidad del que dimite nunca reconocida. Aunque extremó la prudencia al hablar de nuestras relaciones con Francia, confirmó su intención de utilizar valoraciones no sólo técnicas sino también políticas en el comercio de Estado con el país vecino. Repitió, sin modificar una coma, la nebulosa doctrina oficial sobre la OTAN, Gibraltar y las relaciones diplomáticas con Israel. Fueron, en cambio, más claras sus referencias al viraje de nuestra política en Guinea. Una pregunta sobre la reforma militar fue despachada con la respuesta de que se trata de una medida modernizadora. En el ámbito de las autonomías, propuso distribuir las responsabilidades de los errores entre la Administración central y las instituciones de autogobierno e insistió en que el ritmo de construcción del Estado de las Autonomías ha sido demasiado rápido. Mencionó de nuevo, siempre con extrema cautela, la posibilidad de que el Gobierno se replantee la autorización de televisiones privadas.
Pero las cuestiones que centraron la atención y que merecieron las respuestas más elusivas se refirieron a la lucha antiterrorista y al respeto de los derechos humanos. Con destemplanza, el presidente del Gobierno se negó a adelantar las intenciones del Consejo de Ministros sobre la petición de indulto para Xavier Vinader. A estas alturas parece claro que la actitud gubernamental viene a apoyar las tesis de la sentencia por la que se le condenó: de donde se desprende que no se ha avanzado para nada en materia de libertad de expresión con el Gobierno del cambio, ni a niveles teóricos ni a niveles prácticos. Al hablar de la lucha antiterrorista, los anteriores rechazos de González a las medidas políticas quedaron dulcificados por la mención a la conveniencia de un mejor entendimiento con el Gobierno de la comunidad autónoma vasca y al carácter heterogéneo del electorado de Herri Batasuna. Al igual que en París, emparejó artificiosamente la afirmación de que el Gobierno nada sabe de la guerra sucia en el País Vasco francés con el recordatorio de los atroces crímenes perpetrados por ETA a lo largo de la transición. Según el presidente, los policías españoles que pasan la frontera, con pasaporte y sin armas, ejercen simplemente su derecho a satisfacer la curiosidad y a tomarse unas copas. Ante la alusión de un periodista belga a los informes de Amnistía Internacional y de la Asociación Española Pro Derechos Humanos (en cuya directiva han figurado destacados militantes del PSOE) sobre la persistencia de la tortura en España, prefirió marcharse a los cerros de Úbeda y amenazar a los activistas del nacionalismo radical -por completo ajenos a esas dos beneméritas organizaciones humanitarias- que presenten falsas denuncias de malos tratos. Respecto al proyecto de ley antiterrorista dijo, sin miedo a la contradicción, que esa norma es a la vez difícilmente aceptable y difícilmente eludible.
En resumidas cuentas, una conferencia de prensa que no aclaró nada y aburrió mucho. Feliz Nochebuena, señor presidente. Y que 1984 resulte verdaderamente mejor.
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