La clínica de la Concepción
Hay noticias -malas noticias- de que la clínica de la Concepción, de la Fundación Jiménez Díaz, atraviesa por una situación crítica, que amenaza, si no su supervivencia, sí, por lo menos, el que se respeten y se conserven los principios básicos que inspiraron su fundación y que son, ciertamente, el meollo de su razón de ser y la clave de su eficacia, de su éxito y de su trascendencia social.El hecho -de ser cierto- reviste singular importancia y gravedad para la medicina en España y me rece -y justifica- el que se conozca y se comente por la opinión pública. En ella me incluyo en este problema, ya que ni tengo, ni he te nido nunca, vinculación directa con la clínica. Don Carlos Jiménez Díaz ha sido un personaje singular en la medicina española, porque en él se dieron talentos, capacidades y circunstancias que concurren muy excepcionalmente en una misma persona. Durante muchos años dedicó lo mejor de su esfuerzo a poner en marcha un centro hospitalario público, no sólo mejor que los existentes entonces, sino más lógica y más modernamente concebido en su estructura fundamental y en su funcionamiento. A ello consagró -sin límite de generosidad- su talento, su saber, su trabajo, su tenacidad, su influencia, sus bienes y su tiempo. Las circunstancias que imperaban entonces -propias de un sistema político centralizado y autocrático- no permitieron desarrollar este proyecto dentro del marco de la universalidad, como era lógico, y él intentó con empeño. Por eso nació, así, la clínica de la Concepción: como institución privada, pero al servicio público; con ayuda oficial, pero al margen de la Administración.
Estas circunstancias y condiciones -frecuentes en otros países, pero excepcionales en el nuestro permitieron -a la vez que hicieron necesario- algo insólito entonces y -aún ahora- en la administración de nuestros hospitales públicos: gran libertad en las iniciativas, pero también gran responsabilidad en las decisiones. Esta doble condición de más libre, pero más responsable, muy singular, pero muy fundamentalmente condicionante en este centro, hizo posible el rápido desarrollo de un hospital en que lo determinante en su gobierno y en las iniciativas principales no radicaba tanto en la observación y cumplimiento de normas legales o administrativas como en el propósito primordial y omnipresente de lograr una medicina mejor. Y con este fin primero se aplicaron real y efectivamente principios de organización y de trabajo muy extensamente aceptados con anterioridad en otros países, pero apenas utilizados hasta entonces en el nuestro, con la excepción memorable de la Casa de la Salud de Valdecilla.Así se asociaron sistemáticamente las actividades docentes a la función asistencial, y se incorporaron a las actividades clínicas diarias servicios dedicados a la investigación. Y pronto fue evidente cómo la asistencia, la enseñanza y la investigación se perfeccionaban y se enriquecían recíprocamente, en virtud -por cierto- de su coexistencia y de su coordinación.
La creación sucesiva de numerosos servicios y laboratorios dedicados a disciplinas, especialidades o técnicas nuevas, el esfuerzo por lograr la dedicación exclusiva al hospital de todo el personal del mismo, el hacer los servicios del centro accesibles y abiertos a todos los enfermos, con independencia de su condición social o de sus posibilidades económicas, y el empeño en aprender, practicar, enseñar y enriquecer los progresos de la medicina, han sido también características muy importantes en esa casa.
La fuerza del ejemplo
Gracias a todo ello, y al esfuerzo de los que allí han trabajado durante tantos años, la clínica de la Concepción ha logrado ser algo más que un excelente hospital. Porque, al margen de la labor del propio centro, existe la que realizan en toda España un gran número de personas formadas en esta ,institución. Y hay también el prestigio logrado fuera de nuestras fronteras -y en especial en América Latina-, gracias a la actividad que desarrollan allí infinidad de médicos -españoles y americanos- que se formaron en la clínica. Hay, además, una enorme labor de irradiación cultural internacional mediante becarios, conferencias y publicaciones, no comparable a la de ningún otro centro español semejante. Y hay, por fin -y sobre todo-, el inmenso valor de la fuerza del ejemplo. Cabe poca duda de que en los últimos 30 años la clínica de la Concepción ha influido poderosamente sobre el conjunto de los médicos, de los- hospitales y de las autoridades sanitarias españolas, y ha sido uno de los fermentos más eficaces para lograr los grandes avances y róformas que ha experimentado nuestro sistema de asistencia sanitaria en este período de tiempo.
En un momento en que la sociedad se interesa tanto por los problemas relacionados con los cuidados de la salud, por el aumento galopante de sus costes y por la manera de hacerles frente, no se puede dejar de prestar atención muy especial al caso de esta clínica. Porque es muy evidente la relación causal directa que existe entre los principios fundamentales por los que se ha regido y los logros señalados. Y tampoco puede pasar inadvertida la evidente fecundidad de este hospital, considerada precisamente con criterios económicos, habida cuenta de la relativa modestia de sus medios y de sus costos, sobre todo si se comparan con los de los centros hospitalarios oficiales importantes. Es evidente que deben ser muy pocos los fondos públicos del área sanitaria que se hayan invertido estos últimos años en nuestro país con mejor rendimiento social que los que ha recibido la Fundación Jiménez Díaz.
El modelo de hospital, sus genes para nosotros, que es la clínica de la Concepción, que no es ni propiamente privada, ni estrictamente pública, ha sido hasta ahora un gran vivero del que nuestro sistema público de asistencia sanitaria y la sociedad toda han extraído múltiples y muy diversos beneficios. Merece, por sus logros, reflexión, respeto y gratitud. Por eso, cuando tantos aspectos del sistema sanitario son obviamente deficientes y están claramente necesitados de reforma, parece poco lógico modificar radicalmente los principios esenciales del funcionamiento de un centro de modelo peculiar que, gracias precisamente a sus peculiaridades, ha contribuido probablemente más y mejor que ningún otro al mejor servicio de todos sus fines sociales.
El que, cuando la sociedad española intenta modernizarse, pueda sufrir deterioro una institución que en todo tiempo se distinguió por su espíritu de responsabilidad, de libertad y de progreso, es una grave paradoja.
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