Deuda y soberanía / 2
La deuda externa de los países latinoamericanos gen era graves problemas en la actividad económica, el empleo y el nivel de vida. Plantea también, según el autor, desafíos a la soberanía de los países deudores, lo que equivale a decir al ejercicio del derecho de cada pueblo de decidir su propio destino.
Los acuerdos actuales con el FMI y los bancos acreedores son de naturaleza distinta que en el pasado. Antes eran compromisos transitorios para resolver desequilibrios, también transitorios, del balance de pagos. Ahora son exigencias de plazo indefinido, porque la dimensión de las obligaciones sujeta a los deudores a una refinanciación sucesiva de sus pasivos y a compromisos globales permanentes de su política económica.Sólo los intereses representan hoy proporciones insólitas de los recursos disponibles y de la capacidad de pagos externos. Los deudores están obligados a deprimir la demanda interna de consumo e inversión para liberar los recursos necesarios. En Argentina, los intereses representan alrededor del 8% del PBI. Como estos recursos deben transferirse al exterior, debe existir una contrapartida en el balance de pagos, que alcanza al 60% del valor de las exportaciones. Las magnitudes son comparables en los otros principales deudores de América Latina. La contracción necesaria de la actividad económica y del nivel de vida es extraordinaria.
Para que este ajuste sea posible, sin presiones inflacionarias, es necesario que el Estado aplique impuestos y deprima el salario real de los trabajadores y las utilidades de las empresas. Debe reducirse el gasto privado de consumo e inversión, para generar el excedente necesario entre la producción y demanda internas. Como esto es política y socialmente muy difícil, el Estado opera con un gran déficit y provoca una fuerte expansión monetaria. La depresión de los salarios y las utilidades se realiza entonces a través de la inflación.
En tales condiciones, la única vía para reactivar la economía y aflojar la presión externa es el aumento de las exportaciones. Dadas las tendencias del mercado mundial, esto es actualmente muy difícil. Por otra parte, la contracción de la industria, provocada por el achicamiento del mercado interno, reduce el potencial exportador de manufacturas. Los deudores van quedando, así, reducidos al simple papel de productores y exportadores de alimentos y materias primas. La estrategia ortodoxa de ajuste aplicada provoca el achicamiento de la economía, la de sindustrializ ación y mayores aumentos de precios.
La deuda adquiere, de este modo, un profundo significado político. En el orden internacional expresa la pretención hegemónica de los centros de poder internacional de subordinar a América Latina a una posición periférica y dependiente. En el orden interno implica consolidar a los grupos vinculados a las estructuras preindustriales y burocráticas, fuertemente ligadas a la especulación financiera. El conflicto Norte-Sur y las tensiones políticas dentro de los países deudores aparecen renovados por la deuda externa.
Esta significación política de la deuda externa está en abierta contradicción con la situación imperante en nuestros países y el orden mundial. En las últimas décadas, el desarrollo latinoamericano ha sido insuficiente y socialmente injusto. Pero no puede ignorarse la multiplicación del potencial económico de la región. La industrialización, la producción de bienes de capital, el acervo tecnológico, la explotación de los recursos humanos, el aumento y diversificación de las exportaciones y el crecimiento de los mercados internos han ampliado las fronteras del desarrollo latinoamericano y su capacidad de autofinanciamiento con ahorro interno. La pobreza y la injusticia siguen siendo inmensas, pero el potencial económico es mucho mayor 1 que a fines de la segunda guerra mundial.
Proliferación del poder
En el plano internacional se advierte, a su vez, una proliferación del poder. Es cierto que el sistema monetario sigue registrando una supremacía abrumadora del dólar y la dependencia de la política fiscal y monetaria norteamericana. ¿Pero cuánto puede durar esta situación, cuando los centros de poder económico real, fuera de Estados Unidos, han crecido notoriamente? Las superpotencias han perdido incluso la capacidad de disciplinar sus propias zonas de influencia. Las experiencias actuales de EE UU en Centroamérica y de la URSS en Afganistán y Polonia revelan los límites de las superpotencias y el costo de seguir ejerciendo los tradicionales mecanismos de dominación. Por último, la insolvencia actual de los países latinoamericanos compromete la estabilidad de la banca internacional. Hay una vulnerabilidad recíproca de deudores y acreedores.
No podrán subordinarse indefinidamente las economías latinoamericanas a esquemas de ajuste externo destructores de riqueza y de los logros acumulados en las últimas décadas. Estos países no se autoliquidarán ni se someterán indefinidamente a políticas de empobrecimiento que, por último, llevarán al caos y a la cesación formal de los pagos de la deuda externa. Estas políticas ortodoxas son también costosas para los países industriales. EE UU destina el 40% de sus exportaciones a los países en desarrollo, y el resto del mundo industrializado registra proporciones comparables. El ajuste ortodoxo de los deudores deprime el.comercio mundia, la economía y el empleo en los mismos centros industriales.
La situación de insolvencia internacional en que se encuentran nuestros países nos confronta, pues, con este dilema: ¿somos o no países soberanos capaces de decidir nuestro propio destino? La respuesta no consiste en pretensiones aislacionistas o autárquicas. Sí consiste en la recuperación del comando de nuestras economías para que el desarrollo y la inserción internacional respondan a nuestro potencial básico y a las necesidades de nuestros pueblos. ¿Cómo conducirse, pues, en esta instancia crítica?
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