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Estados Unidos frente a la Argentina democrática

Tras el triunfo de los radicales y de Raúl Alfansín en las elecciones, Argentina se encuentra -en opinión del autor de este trabajo- ante un doble problema: convertir en derrota el repudio electoral de la dictadura y del sector fascista del peronismo, y conseguir la necesaria ayuda norteamericana para que se estabilice la democracia.

La historia humana de Argentina suele conmover y entusiasmar más que su historia política. Por ejemplo el denodado esfuerzo de un hombre, Raúl Alfonsín, durante la reciente campaña electoral, por convencer a sus compatriotas que no todo estaba perdido, instándolos a salir del letargo suicida a que los había arrojado la dictadura militar. Conmovedor también el acto electoral en sí, en el cual Raúl Alfonsín fue electo presidente: un masivo repudio popular a esa misma dictadura y a la mafia peronista de derecha. No entusiasma menos la decisión de cientos de miles de peronistas, de votar a Alfonsín por encima de su identidad partidaria, porque estimaron que así convenía a Argentina; este gesto aseguré el triunfo de Alfonsín y es el símbolo más significativo de la nueva etapa.

Derrota definitiva

Pero de ahora en más, ¿cómo convertir el repudio a los militares y peronistas fascistas en derrota definitiva? ¿Cómo transformar aquellos episodios humanos, incluso humanistas si se quiere, en una sólida estrategia política y económica; el gesto patriótico de los peronistas que votaron a Alfonsín en una coalición de objetivos comunes y enemigos comunes?

El acto electoral no ha sido una real medición de fuerza entre la Argentina repudiada y la que emerge. La dictadura militar no fue arrinconada y obligada a convocar a elecciones. Se derrumbó carcomida por su ineficiencia y corrupción; a manos inglesas sufrió su única derrota. No hubo en Argentina lucha orgánica contra. la dictadura militar: no la hicieron los líderes políticos, la Prensa., la Iglesia, los sindicatos, los intelectuales, los académicos, los artistas. Apenas un valiente núcleo de activistas por los derechos humanos se atrevió al enfrentamiento; salvaron muchas vidas, pero no amenazaron la estabilidad de la dictadura. Este silencio y pasividad de quienes debieron organizar la lucha debe servir de advertencia.

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Sindicalistas fascistas

Porque ahora el país tendrá que resolver una serie de acuciantes problemas que enfrentará al pueblo democrático con los militares y sindicalistas fascistas, esta vez actuando desde la oposición. Cada uno de esos problemas será terreno fácil para que los repudiados intenten la desestabilización del Gobierno democrático: la aplicación de una justicia civilizada a quienes asesinaron y robaron más allá de lo que una mente civilizada puede comprender; la reducción del poder militar a límites compatibles. con una sociedad democrática; la organización de la Administración pública, en manos de numerosas estructuras expoliadoras que han sistematizado la corrupción.

Finalmente, el caos económico y financiero. Por su gravedad, es difícil de catalogar. La hiperinflación y el endeudamiento simultáneos de Argentina fueron fenómenos desconocidos en las naciones civilizadas en los años posteriores a la segunda guerra. La criminalidad de quienes destruyeron las bases de la salud económica argentina no es inferior a la de quienes hicieron desaparecer a 30.000 personas en las cárceles y campos de concentración.

Sería un error creer que una discusión sobre condiciones de pago con los banqueros acreedores puede resolver el problema de un país a quien quedan unas pocas reservas en divisas, sólo para importar los medicamentos más necesarios. Pero es factible plantear la crisis como un desafío político a Estados Unidos. Sucesivos Gobiernos de Washington han acudido en socorro de países más problematizados que Argentina, cuando éstos decidían abandonar la órbita o semiórbita soviética e ingresar en el campo occidental. El caso más explícito ha sido el de Egipto bajo la presidencia de Anuar el Sadat. Argentina está en el campo occidental, y además ha pasado al campo democrático; su importancia geopolítica en América del Sur no es inferior a la de Egipto en Oriente Próximo.

De los 14.000 millones de dólares que insume la ayuda exterior norteamericana, todo un tercio se destina a Israel y Egipto. Argentina necesita el "sino trato, y una correcta estrategia política argentina en Washington puede lograrlo. Europa poco y nada puede hacer cuando se trata de los volúmenes financieros que se manejan en este caso -40.000 millones de dólares de deuda exterior-, aunque sí puede establecer pautas de conducta que sirvan a Buenos Aires de antecedente en Washington.

Momento difícil

No es el mejor momento para que un país latinoamericano democrático encuentre receptividad en la Casa Blanca, dada la militarización de la política exterior del presidente Reagan. Pero el Congreso norteamericano difiere en este campo con el jefe del Estado, y tiene capacidad decisiva en cuanto a ayuda exterior y compromisos financieros a largo alcance. La casi totalidad de los principales senadores o miembros de la Cámara de Representantes han participado en la lucha por el respeto a los derechos humanos en Argentina. Estiman que el triunfo de Raúl Alfonsín es la cubninación de ese ,esfuerzo que realizaron, y para verificarlo basta leer en las páginas del Congressional Record, de los últimos años, el texto de sus intervenciones.

La situación económica argentina discutida a nivel de financistas, banqueros y economistas es un buñuelo envenenado, una nueva trampa, un pantano. Convertido el caso en un tema político, llevado en esos términos a los parlamentarios norteamericanos tiene posibilidades. Nada más que en la poderosa Comisión de Relaciones Exteriores del Senado el Gobierno democrático argentino se sorprenderá de encontrar senadores como Claiborne Pell, Paul Tsongas y Christopher Dodd con un conocimiento tan cabal del problema argentino y tan leales al pueblo argentino.

Las relaciones de Estados Un¡dos y Argentina son orientadas por la señora Jean Kirkpatrick, embajadora ante la ONU. Pero toda su política se redu o a silenciar los actos homicidas que se cometían contra el pueblo argentino por lo que ella llamaba "Gobierno autoritario amigo". Esta política fue denunciada y repudiada por el Congreso en Washington, el mismo Congreso que podría convertirse en el principal aliado de Buenos Aires y permitir que por una vez la ayuda a un país sea determinada no sólo por su retorno a la órbita de Occidente, sino también por su retorno a la democracia.

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