El día más feliz de Raúl Alfonsín
Con pantalón negro, camisa blanca y una chaqueta también oscura, como corresponde a la tradición radical, Raúl Alfonsín salió al balcón del comité central de su partido en la madrugada del lunes para decir frente a la multitud que no cesaba de aclamarlo: "Ganamos, pero no derrotamos a nadie".El discurso fue breve y se notaban en la cara del líder radical las huellas del largo camino. La agotadora campaña le dejó la voz arrugada y confusa. La vigilia del día anterior infló las bolsas de los ojos y a pesar de la alegría reconoció, frente a un grupo reducido de periodistas argentinos y extranjeros, que todo lo que deseaba en ese momento era dormir. "Hagamos que esto culmine como deben terminar los magníficos triunfos de la democracia: desconcentrándonos pacíficamente", fueron sus últimas palabras en público, a las que nadie obedeció.
Su domingo lo inició 150 kilómetros al sur de Buenos Aires, en Chascomus, su pueblo natal, donde nació hace 56 años. Votó muy temprano en la escuela municipal número 1 y al salir del cuarto oscuro dijo en tono jocoso a los periodistas: "Corté la boleta". Rodeado de viejos amigos y de su fámilia, viajó a la capital y el resto del día lo pasó en una casa de fin de semana en el residencial y elegante barrio de Saja Isidro. Comió carne asada y durmió una siesta de tres horas, de la que despertó en el momento en que se daban a conocer los primeros resultados.
Cuando ya todos festejaban la victoria y él permanecía impasible echado sobre una cama en el dormitorio, una de sus hijas le preguntó: "¿Estás contento, viejo?". A lo que respondió con tonoa de político: "Esto no se mide en términos de alegría, sino de responsabilidad", pero el guiño de su ojo derecho reveló la ironía y provocó, por primera vez, una carcajada abierta y general que aflojó la tensión. Cuando se facilitó la entrada a la casa a casi medio centenar de periodistas, Alfonsín desapareció en medio de un tumulto y ya fue imposible recuperar el aire de familia.
A la una de la madrugada del lunes, ya confiado en el resultado, Alfonsín iba a encontrarse con el destino para el que había sido elegido. Detrás quedaba su esposa, María Lorenza; sus hijos Marcela, Inés, Ricardo, Raúl y Javier; sus hermanos Fernando y Ramiro; más nueras, yernos, nietos y los amigos de siempre. Con él partía también la memoria de los años difíciles, cuando comenzó su militancia radical, hasta que en la década de los sesenta fue presidente del comité de la provincia de luenos Aires y diputado nacional. Desde entonces fue considerado el delfin de Ricardo Balbín, el líder histórico. Después se alineó en el Movimiento de Renovación y Cambio, que le disputó el poder interno de la Unión Cívica Radical a la línea tradicional. Enrolado en esa corriente llegó hasta este triunfo.
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