_
_
_
_
_
Reportaje:

Psicosis de 'viernes negro' neoyorquino en Buenos Aires

La virtual suspensión de pagos ha despertado a los argentinos de la ficción monetarista.

La city porteña es una agrupación de manzanas con sólidos edificios neoclásicos, que albergan uno de los muestrarios más completos de la banca internacional, toda una galaxia de casas de cambio; agencias de viajes, en las que se especula con el billetaje internacional, y oficinas de fortuna que habitan usureros y mercachifles de dinero.Hace 50 años, en estas mismas calles los precios internacionales de la tonelada de carne o de grano hacían sonreír a los argentinos, que acumulaban sus fortunas en pesos, sin molestarse en conocer las cotizaciones del dólar estadounidense o de las monedas europeas. Hace tres años, los más avivados burócratas de la city dejaron de trabajar para la correcta estabilidad de sus bancos y fundaron sus propias financieras, deslumbrados por las innumerables posibilidades inmediatas del monetarismo. Surgieron bancos, como el de Intercambio Regional, presididos por hombres de 28 años, ahora prófugos de la justicia, pero que entonces ofrecían intereses del 180% mensual a sus depositantes. Elegantes jóvenes, guapos, intrépidos, los chicagoboys porteños llegaron a levantar uno de los más exclusivos clubes de Buenos Aires -el San Juan-, a 10.000 dólares la cuota de ingreso y con sus acciones cotizándose en la Bolsa.

Más información
La deuda argentina suscita una guerra de comunicados dentro de las fuerzas armadas

Se disipa el encanto

Los rigurosos modales de la vida financiera hace seis meses ya se habían degradado hasta el extremo de ver a cambistas o a gerentes cruzar la calle en mangas de camisa, con fajos de dólares en las manos para cerrar por minutos una operación ventajosa en la oficina de la acera de enfrente. Debería ser un axioma -y acaso lo sea- que cuando en el mundo del dinero las prisas sustituyen a la lentitud y la metodología expeditiva se adelanta a la circunspección es que se aproxima una catástrofe.Hace cuatro días aquellos síntomas brotaron como ganglios en la city. El presidente del Banco Central argentino disponía desde Nueva York la suspensión de venta de divisas y era detenido a su regreso, en el aeródromo internacional de Ezeiza, por la policía federal, que lo trasladaba posteriormente al extremo sur de la Patagonia en el avión de respeto Tango 2, ofrecido como consuelo por el presidente Bignone. Un juez de mierda, según criterio del doctor Julio González del Solar, había dictado su procesamiento y prisión preventiva por presunta dejación de los intereses nacionales en la negociación que el alto funcionario estaba cerrando en Nueva York con más de 300 bancos extranjeros para refinanciar la deuda de Aerolíneas Argentinas, negociación piloto para el resto de las empresas estatales del país.

El juez Pinto Kramer, con excremento o sin él, "pateó el tablero", como se dice por aquí. De 39 años, casado, con dos hijos, ex jugador de rugby (fue suspendido federativamente por tres años por descerebrar de un rodillazo en la cabeza a un contrincante). Apodado el Loco, porta habitualmente armas, y hace dos años mató a dos delincuentes hambrientos que tuvieron la mala suerte de intentar atracar la tienda en la que el juez estaba adquiriendo una corbata. Nombrado juez por Isabel Perón, y confirmado por el proceso militar de reorganización nacional, es amigo del ala derecha de la fuerza aérea, ultranacionalista, y ahora, de alguna forma y pese a todo, el hombre que ha hecho despertar a los argentinos de su sueño financiero.

Miedo a regresar

Cuando González del Solar volaba hacia los hielos del río Gallegos, el doctor Whebe -el ministro de Economía- se negaba a regresar de Nueva York, en el temor de ser también detenido, y las prohibiciones cambiarias entraban en vigor.La locura había tocado fondo, al fin, entre la histeria de los ahorristas y depositarios, que hacían colas de varias manzanas en la city a las puertas de sus bancos, en un intento patético por recuperar sus queridos billetes verdes, estrechos y alargados con la imagen puritana de George Washington; podía advertirse el renacimiento de la cordura. Hace algunos meses también se detectó este repunte del sentido común cuando un grupo de viajeros argentinos reconoció en el aeropuerto de Ezeiza los oídos absurdamente separados en la cabeza de ave del ex ministro de Economía José Alfredo Martínez de Hoz, y le corrieron por los vestíbulos de la terminal obligándole a refugiarse en una oficina policial.

Martínez de Hoz, profesor de economía en la Escuela Militar, fanático del monetarismo de Milton Friedman, jefe de filas de los chicagoboys argentinos, autor del plan económico de los militares que derrocaron a Isabel Perón, empedernido cazador en Suráfrica y coleccionista de trofeos cinegéticos, enamoró a su país sobrevalorando el peso tras el rodrigazo de Celestino Rodríguez -ministro de Isabel Perón-, que a lo largo de junio de 1975 lo devaluó en un 347%.

Malos recuerdos

Pero para el común de los argentinos, Martínez de Hoz y su monetarismo -entre 1978 y 1981- son el símbolo del mago enloquecido capaz de cualquier despropósito. Hizo su trabajo a la perfección con el dólar barato; respecto al peso, los argentinos llegaron a ser conocidos como los mejores comerciantes del mundo, como los d-m-2. Los electrodomésticos, los relojes, los vídeos, los automóviles raramente se adquirían por unidad en las tiendas más costosas de Europa o Estados Unidos. El personal de tierra de la Braniff, Pan Am, Aerolíneas en Buenos Aires descargaba retretes americanos de los vuelos procedentes de Miami. La clase media asalariada, devenida en d-m-2 gracias al monetarismo de Martínez de Hoz, se encontró ganando entre 2.000 y 4.000 dólares al cambio artificial, y se marchó de vacaciones a Europa para esquiar en Gstaad, desdeñando la maravilla de Bariloche, en la cordillera andina. Se importaron masivamente los autos japoneses, y la línea blanca (la tradicionalmente excelente producción argentina de artículos para el hogar) quebró cuando los argentinos optaron por cambiar de televisor o de equipos de sonido. "Este fin de semana nos vamos a Nueva York". René Favaloro, uno de los mejores cirujanos cardiovasculares del mundo, diseñó una válvula aórtica sin soldaduras, de fabricación argentina, masivamente adoptada por la cirugía estadounidense y que ahora no puede adquirir el país para sus enfermos en Buenos Aires. Durante la plata dulce, en los años del dólar barato, Estados Unidos vendió a bajo precio en Suramérica las obsoletas válvulas con soldaduras, mientrasfabricaba para el consumo interno las de diseño argentino.Tras apenas tres años de plata dulce, durante la que los argentinos viajaron por el mundo con las maletas repletas de dólares, haciendo oídos sordos a los rumores desagradables ("Ha desaparecido fulano", "No se sabe nada de tal familia"), la realidad económica se impuso con toda la violencia y crueldad que Fontanorrosa (famoso humorista de Clarín) retrataba en uno de sus dibujos: dos argentinos haraposos se disputaban los restos comestibles de un cubo de basura, y uno interrogaba al otro: "Yo a usted le conozco de algo". "Sí", respondía su interlocutor; "nos vimos el año pasado durante nuestras vacaciones en Suiza".

El mago del monetarismo se vio obligado a devaluar antes de abandonar su ministerio, aunque cumplida ya su misión histórica de ofrecer un paraíso de consumo a quienes los militares estaban privando de los más elementales derechos. La misma historia brutalmente repetida en Chile y, con menor énfasis, en Uruguay.

El mercado paralelo del dólar -prohibido y penado- sigue constituyendo el aspecto más sólido y moral de la economía argentina. Honestamente, los diarios dan puntualmente información de las fluctuaciones diarias del dólar paralelo.

La bicicleta financiera fue la herencia del monetarismo de Martínez de Hoz. El dinero, como la bicicleta, caía en el caso de detener su movimiento. Era preciso ponerlo a trabajar, extrayéndole hasta sus últimas posibilidades mediante tarjetas de crédito, imposiciones a plazo fijo, adquisición de bonos, especulación bursátil, compra y reventa de billetes aéreos internacionales; cualquier cosa que diera réditos.

Todo se derrumbó a cámara lenta desde la década de los años treinta, y frenéticamente bajo el segundo peronismo y el último proceso militar. Un juez patagónico paraliza una negociación económica internacional, y un presidente de un Banco Central le tilda de juez de mierda. El alto funcionario es detenido, interrogado y liberado, y el juez le reputa de ladrón de gallinas. El ministro de Economía pregunta desde Nueva York si lo detendrán a su regreso al país, y el administrador general de Aduanas permanece preso por supuesto contrabando de gambas. Con los años, Cambalache ha demostrado ser algo más que un sentido tango. Discépolo era un vidente que supone pronosticar acertadamente que "los inmorales nos han igualado" y que "el que no llora no mama, y el que no afana es un gil". Al menos así lo fue hasta el hartazgo en la República Argentina.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_