El Salón Internacional del Libro
A DIFERENCIA de las populares ferias callejeras del Retiro o del Paseo de Gracia, que se limitan a poner al alcance de los curiosos una abigarrada oferta de novedades, el primer Salón Internacional del Libro, que será oficialmente inaugurado mañana en Madrid, se propone mostrar, de forma ordenada y coherente, la producción completa del sector editorial español, estimada en más de 200.000 títulos vivos. Si bien el objetivo básico del Liber' 83 es difundir la obra y la figura de los escritores españoles, promover los contactos dentro del sector (editores, libreros, distribuidores, agentes literarios, bibliotecarios, especialistas en nueva tecnología de artes gráficas) y enseñar a los profesionales de otros países (fundamentalmente latinoamericanos) los perfiles de esa oferta global, los madrileños, a partir del próximo martes, podrán visitar por las tardes el Pabellón de Cristal de la Casa de Campo.Madrid y Barcelona se alternarán, cada año, como ciudades huéspedes del Salón Internacional del Libro, cuyo calendario ha sido proyectado para que resulte compatible con la importante Feria de Francfort. La iniciativa es tan elogiable que sólo cabe preguntarse por las razones, de que su puesta en marcha haya tenido que aguardar hasta el otoño de 1983. La doble dimensión del libro, mercancía y bien cultural, producto industrial y vehículo de transmisión de conocimientos y valores, convertía en inexcusable la organización de una muestra de esas características en España, que ocupa el quinto lugar en el mundo occidental por el número anual de títulos editados. Si la cantidad de obras publicadas fuera el único indicador significativo para este sector, los 32.000 títulos de 1982 demostrarían una salud envidiable. Ocurre, sin embargo, que las tiradas medias de los libros españoles se hallan por debajo de las habituales en los países europeos, en gran parte como consecuencia de la ridícula cobertura suministrada por la demanda institucional. Mientras las adquisiciones de bibliotecas y centros públicos en Europa oscilan entre el 20% y el 30% de las ventas totales, en España ese porcentaje desciende espectacularmente al 1%.
Cualquier reflexión en torno al significado cultural de la tarea editorial remite obligadamente, tanto a las condiciones sociales que favorecen la vocación literaria, la investigación científica y el pensamiento libre como al marco institucional, que fomenta, desde la escuela primaria hasta la programación de Televisión, el hábito de la lectura. Así pues, los catálogos editoriales son a la vez el resultado de la capacidad creadora de los españoles y el reflejo de la sensibilidad de nuestra sociedad para interesarse, a través de las traducciones, por las ideas que circulan más allá de nuestras fronteras. Pero la actividad editorial en España ha dado nacimiento, además, a un sector industrial de notables características, en línea con ese talante modernizador que se necesita para salir de la crisis mediante una mayor competitividad en el mercado internacional. Con un marcado predominio de las pequeñas y medianas empresas (el 73% tienen menos de 40 empleados), una sorprendente juventud (casi la mitad de las 550 editoriales en activo fueron creadas durante la última década) y una elevada cualificación laboral (con 20.000 empleos directos y 130.000 indirectos, el sector da empleo a gran número de jóvenes titulados superiores), los editores españoles exportaron 35.000 millones de pesetas en 1982, pese a las graves dificultades por las que atraviesan sus mercados tradicionales. Con una cuota de participación en el comercio mundial del 10%, España es el cuarto país exportador de libros, y el primero si se atiende a las relaciones entre la actividad exportadora y el producto interior bruto.
De añadidura, esa penetración comercial exterior, al tener como principal punto de destino Latinoamérica, contribuye a fortalecer la presencia española en los demás países de habla castellana mucho más que la retórica de juegos florales que en demasiadas ocasiones sustituye la acción continuada y enérgica que debería correr a cargo de las instituciones estatales. Se cierra, de esta forma, el círculo del libro como mercancía, que ocupa un estimable lugar dentro de nuestros renglones exportadores y como, bien cultural que asegura los vínculos comunes con las repúblicas americanas. No es una casualidad, así, que los catálogos españoles incluyan a los escritores de esos países en pie de igualdad con los creadores de ciudadanía española, forjando de esta manera una nacionalidad literaria común, que cruza el Atlántico y prefigura el lejano futuro de una comunidad iberoamericana de naciones. Aunque sólo fuera por esa importante función, que la inauguración de este primer Salón Internacional del Libro se encargará de testimoniar, los editores españoles son acreedores de estímulo en la defensa de unas posiciones exteriores difícilmente conquistadas y amenazadas ahora por los embates de la crisis económica mundial, que está castigando con especial dureza al continente latinoamericano y poniendo en peligro la continuidad de nuestras exportaciones.
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