El estado de la economía
EL RECIENTE debate en el Congreso sobre el estado de la nación se enredó en una maraña de estadísticas y comparaciones internacionales que, aunque no contribuyó a mejorar sensiblemente la comprensión por los ciudadanos de la situación de la economía española, pudo servir para ocultarla, además de para sorprender a propios y extraños sobre las peculiaridades de nuestros hábitos parlamentarios.La economía española está en el mismo punto en el que se encontraba al principio del verano, cuando muchos analistas se planteaban la posibilidad de abordar la conveniencia de una estabilización rigurosa: un fuerte déficit presupuestario, que mantiene viva la llama del consumo privado; un inquietante desequilibrio exterior, temporalmente calmado por la entrada estacional de turistas extranjeros; y, finalmente, una incapacidad casi patológica para crear empleo industrial. La otra cara de esta moneda es una arraigada predisposición de casi todos los ciudadanos, sean trabajadores o empresarios, a solicitar del Estado ayudas para casi todos sus males. Esta exigencia, por desgracia, no está al alcance de casi ninguna Administración occidental. Además, en las actuales circunstancias económicas y políticas internacionales, es prácticamente imposible suprimir las incertidumbres y las incógnitas. Aunque en los Estados Unidos se apunta una recuperación, subsisten las dudas tanto en lo que respecta a su duración como en lo que se refiere a la posibilidad de que se desparrame en círculos concéntricos como una mancha de aceite hacia el resto de las economías de los países de la OCDE. Evidentemente, España no forma parte del segundo círculo -Alemania, Japón, Canadá y, casi con toda probabilidad, tampoco del tercero. En el otro extremo, los países del Tercer Mundo, y especialmente los latinoamericanos, no encuentran fórmulas adecuadas para hacer frente a una deuda exterior que supera los 700.000 millones de dólares. Durante, todo el verano se ha temido un crack semejante al del pasado año, que llevase a una segunda cadena de suspensiones de pagos en la renegociación de la deuda.
La economía española, cada vez más interdependiente del resto de la economía mundial, se debate entre las voluntaristas aspiraciones de crecimiento, capaces de proporcionar un incremento del empleo, y la pesada continuidad de los desequilibrios financieros del sector público y del exterior, cuyo agravamiento provocaría un paro mayor. La situación todavía resulta manejable y los desequilibrios aún son corregibles, pero el margen de maniobra se va estrechando con el transcurso de los meses. En este sentido, no parece realista que el Gobierno se agarre como a un clavo ardiendo a cualquier indicador -por ejemplo, la reducción de la inflación- para vender al país la idea de que se avanza hacia la reactivación y de que el crecimiento de la deuda externa no va a llevar a nuestro país a alinearse cada vez más con los más necesitados de la ayuda de los organismos internacionales.
El presidente del Gobierno y el ministro de Economía y Hacienda han recordado que el crecimiento de las exportaciones durante los primeros meses del año se aproximo a un 5%, en volumen,(es decir, en cantidades físicas). Sin embargo, los datos del mes de julio introducen perspectivas un poco más sombrías. Ese incremento de las exportaciones se debe en buena parte a los derivados del petróleo, que incorporan al producto una importación previa de crudos, y a las ventas de automóviles de la General Motors, ventas que, en el mejor de los casos, seguirán siendo las mismas en el próximo año. Para 1984 no se vislumbran renglones de relevo que tomen el testigo de la exportación. De otro lado, las importaciones han crecido por encima de las previsiones, lo que demuestra el vigor que todavía tiene el consumo privado. Y el dinamismo importador hubiera sido mayor de no haberse aplicado una especie de eficaz tamiz administrativo. Este tipo de prácticas disuasorias dificultan, por ejemplo, la importación de bienes de consumo de Extremo Oriente, que representan en el caso de la CEE un 25% de su producción interior. También los productos siderúrgicos, los químicos y los textiles se escudan en esas formas disfrazadas de proteccionismo cuya filosofía es la de mantener el nivel de empleo, que sería incluso menor si los vientos de la competencia entrasen con menos restricciones. Por fortuna, la negociación con el Mercado Común volverá a experimentar nuevos retrasos debidos precisamente a las prácticas -proteccionistas con que los diez se hostilizan entre sí. De este modo, ese proteccionismo que todo el mundo denuncia, pero que nadie ataca, permitirá continuar disfrazando la ineficacia de una parte de nuestro sistema productivo. El retraso en la negociación con la CEE acarrea, sin embargo, incertidumbres para la agricultura de exportación, que es un sector auténticamente dinámico y competitivo.
Aunque las autoridades económicas también han afirmado que el déficit del sector público está siendo corregido, las cifras conocidas no resultan tan convincentes. La apelación del Tesoro al Banco de España, desde comienzos de año hasta mediados de septiembre de este año asciende a unos 600.000 millones de pesetas, cifra similar a la del mismo período del pasado año. Pero durante esos mismos meses, el Banco de España ha tenido que absorber ahorros de los particulares en una cantidad que es casi el doble de la retirada el pasado año.
La OCDE acaba de publicar un estudio sobre el paro en el área de sus países miembros. Las perspectivas europeas -las de España entre las más significativas- son sombrías y no presentan síntoma de mejora debido a la propia rigidez del mercado laboral. Los altos costes salariales y no salariales, la garantía de los puestos de trabajo y la inflexibilidad horaria y geográfica han convertido el paro cíclico derivado de la crisis en un problema estructural cuya corrección empieza a situarse más allá de cualquier incremento del PIB. No es ninguna casualidad que en el caso español la importación de bienes de equipo represente en la actualidad un 60%. del valor de la producción interior, con un crecimiento de 20 puntos en los últimos tres o cuatro años. Este fenómeno es una de las más claras demostraciones de sustitución de mano de obra, pagadera en pesetas, pero cara, por maquinaria pagadera en divisas, pero relativamente más barata.
Éstas son las dificultades que hoy enmarcan la situación de la economía española. Sin infravalorar su gravedad, todavía quedan oportunidades de corregirla, siempre que el Gobierno se explique con claridad y consiga ir convenciendo a los agentes sociales de que el Estado no puede resolver todos los problemas y de que cada uno debe afrontar su grado de sacrificio. Pero si los problemas se ocultan o se disfrazan con el propósito de no dejar paso al pesimismo, tal y como ha ocurrido en el debate sobre el estado de la nación, el sistema corre el serio peligro de descabalarse, y entonces la corrección de los desequilibrios resultará mucho más difícil y los ajustes mucho más dramáticos.
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