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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Madrid y la paz

MADRID SE convierte estos días en el centro de las principales negociaciones internacionales. Hoy se reúnen los ministros de Asuntos Exteriores para el acto solemne de clausura de la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE), que se venía celebrando desde hace casi tres años. Pocas veces, España ha sido teatro de un acontecimiento internacional de tal envergadura: cabría recordar la Conferencia de Algeciras, a principios de siglo y la reunión en Madrid, en los años treinta, del Consejo de la Sociedad de Naciones. La feliz conclusión de la CSCE es tanto más satisfactoria porque se ha desarrollado en un período en que el clima internacional ha sufrido un gravísimo deterioro: la casi guerra de América Central, las guerras en Oriente Próximo, Chad y Afganistán, los euromisiles y ahora el derribo del avión civil surcoreano son sólo algunos de los hechos que definen una situación mundial bipolarizada por la confrontación Este-Oeste, y en la que los factores militares se sobreponen cada vez más a la diplomacia y a la política.

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Sobre este trasfondo, bastante desolador, la Conferencia de Madrid ha sido en los últimos años, el único caso en el que con muchos esfuerzos y dificultades, que se han prolongado hasta el último momento por las objeciones de Malta, se ha llegado a resultados concretos, plasmados en un documento aprobado por las 35 delegaciones. No se trata, como ocurrió en la reunión anterior de 1978 en Belgrado, de unas cuantas frases vagas para salir del paso: representa un progreso serio en relación con la Declaración inicial de Helsinkil, contiene nuevas obligaciones concretas -asumidas por los Estados europeos- en materia de cooperación, respeto a las libertades y derechos humanos, lucha contra el terrorismo, etcétera; establece, en sucesivas reuniones, formas para seguir la aplicación de lo acordado. A la vez, se convoca para el próximo mes de enero, en Estocolmo, una conferencia sobre medidas creadoras de confianza y sobre desarme.

El éxito de la Conferencia de Madrid se debe en no escasa medida a que ha evitado dos tentaciones: la de deslizarse por el camino de la pura propaganda y la de encerrarse en el escueto enfrentamiento de las dos superpotencias. Ha habido, sin duda, etapas de intensa propaganda y muchos discursos se hacían para uso interno; pero ese método empezó a morderse la cola: la propaganda devenía contrapropaganda, el hastío de la opinión pública se hacía patente. Y la diplomacia tuvo su hora: solamente con largas y difíciles negociaciones fue posible precisar los puntos sobre los cuales el acuerdo era posible. Es evidente que la seguridad y la cooperación en Europa no son algo que se obtiene con un acuerdo puntual; no pueden concebirse de modo estático: es un proceso lleno de obstáculos. Por eso es tan importante que en la reunión de Madrid se haya elaborado un plan muy concreto de futuras conferencias y mesas redondas.

Sería absurdo disminuir el peso, en la CSCE tanto de EEUU como de la URSS, pero no han estado solos. El papel de los países neutrales y no alineados ha sido fundamental: ellos presentaron en marzo de este año el ployecto de documento que ha servido de base al consenso global. Pero además ha habido cierto juego, opiniones propias, no sólo entre los occidentales, sino en el bloque del Este. Ha sido un factor importante para el resultado final. Se ha manifestado así una tendencia de fondo de la actual coyuntura mundial, un descenso de la capacidad de hegemonía de las superpotencias, una mayor pluralidad del protagonismo.

Algunas voces, cegadas por el partidismo, desearían restar importancia al papel desempeñado por el Gobierno de Felipe González, pero los hechos son muy claros contrariamente al criterio del Gobierno de UCD, que interpretaba el lugar de España simplemente como el de un miembro del bloque occidental y un anfitrión maitre d'hôtel, el ministro Morán asumió en su discurso del 18 de febrero, para la delegación española, una misión específica en los esfuerzos por buscar la concertación. En un momento decisivo, con acierto y con valentía (pues el éxito no estaba asegurado y un fracaso hubiese sido costoso), Felipe González propuso el 17 de junio las soluciones imprescindibles para lograr un acuerdo, y asimismo que los ministros de Asuntos Exteriores se reúnan en Madrid para la clausura de la conferencia. La capacidad de España de actuar con independencia ha sido, pues, un factor muy importante para una conclusión positiva de los tres años de esfuerzos conjuntos de las 35 delegaciónes.

Además de la clausura de la conferencia, el encuentro en Madrid de los ministros de Asuntos Exteriores va a dar lugar a numerosas discusiones, tanto en las sesiones públicas como en entrevistas privadas, sobre los grandes temas internacionales del momento. Uno de ellos es, sin duda, el derribo del avión civil surcoreano por cazas soviéticos y la pérdida terrible de vidas inocentes. Sin disminuir en nada la gravedad de este hecho, cabe temer que algunas delegaciones intenten convertirlo en el tema central para lograr efectos pasionales y propagandísticos. No parece que tal actitud pueda ser muy eficaz para que la reunión de Madrid dé los resultados más favorables. Lo importante es impulsar un proceso internacional susceptible de superar el clima de agudo enfrentamiento no sólo político, sino premilitar o militar -al borde muchas veces del conflicto- entre los bloques. La Conferencia de Madrid ha dado, en ese orden, un ejemplo.

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