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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
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Malta y la inquietud mediterránea

La postura intransigente de Malta en la Cónférencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) pidiendo que se tenga en cuenta en el texto final la realidad militar amenazante en el mar Mediterráneo, pone de actualidad las inquietudes y anhelos de uno de los pueblos que el autor considera más heroicos y representativos de ese mundo mediterráneo, en búsqueda de identidad, seguridad y futuro.

PEDRO COSTA MORATA

A. BASTENIER

El mar Mediterráneo ha sido siempre víctima de alguna hegemonía persistente o pasajera: ninguna potencia ha querido compartir su control con otra. A principios del siglo XIX, la potencia hegemónica pasó a ser Gran Bretaña, un país ajeno a sus orillas. Después la sustituyó Estados Unidos, y desde la guerra de los Siete Días, las flotas navales norteamericana y soviética se miden y recelan en cada rincón. Todas las crisis del mundo se traducen, de alguna forma, en tensión y riesgo en el Mediterráneo.Malta plantea, desde sus limitaciones de país minúsculo, la racionalidad de considerar al Mediterráneo como un espacio saturado de tensiones, controlado por potencias hegemónicas extranjeras y sólo en parte europeo: ¿De qué sirven a Europa acuerdos sobre su seguridad sí se ignora el peligro permanente del flanco surmediterráneo? Es en el Mediterráneo donde Europa se encuentra forzada a contar con otros pueblos.

De 18 Estados mediterráneos (incluimos a Israel y Palestina), solamente seis son estrictamente europeos. El Mediterráneo es más africano y asiático que europeo.

El estadista maltés Don Mintof se ha esforzado en apelar a un socialismo mediterráneo como fórmula de entendimiento, soberanía y supervivencia. Sin embargo, no son rasgos ideológicos los que lo definirían, sino las actitudes progresistas y solidarias y, sobre todo,su necesidad imperiosa. Este socialismo tiene justificación en:

- La importancia de interponer mundos definidos e influyentes frente a la pugna de las superpotencias. La revalorización del espacio y la geografía y el impasse que vive el Tercer Mundo invitan a las alternativas regionales.

- La urgencia de resolver el subdesarrollo de amplias regiones de la cuenca mediterránea, puesto que existen recursos financieros, tecnológicos y humanos suficientes.

- La dependencia global del mundo mediterráneo de fuerzas y voluntades exteriores, tanto en lo político como en lo militar, lo económico o lo cultural.

- La degradación galopante de los recursos naturales comunes, especialmente el mar, con su vida interior en precario. Quizá sea en las acciones ecológicas donde mayor grado de acuerdo regional se ha alcanzado.

- El desconocimiento mutuo a nivel de pueblos y legados culturales. Ese resurgir cultural mediterráneo resulta incho más elitista y frustrante que solidario y concienciador.

- La acumulación de armamento nuclear día a día, mientras se abre camino la desnuclearización de los Balcanes o del Báltico.

La institucionalización de esta inquietud se ha ido produciendo desde la primera Conferencia Socialista del Mediterráneo, de Barcelona, en 1976, y se ha consolidado, perdiendo contenido ideológico, en las siguientes conferencias de partidos y organizaciones socialistas y progresistas del Mediterráneo (Malta, 1977; Atenas, 1979; Argel, 1982; y próximamente en Belgrado, 1984). Con todo, no cede el rechazo al atlantismo y al alineamiento y se considera el eurocentrismo socialdemócrata como netamente incompatible con cualquier esfuerzo de concienciación de raíz y aspiración mediterránea.

Quizá como en su día sucedió con Grecia, tras la victoria del Pasok, ese foro socialista y progresista ve disminuidas sus esperanzas de que el Gobierno del PSOE contribuya a afirmar la personalidad y los intereses mediterráneos.

Las simpatías que suscita en medios políticos el Gobierno socialista español son un reflejo de los intensos vínculos históricos existentes y de los deseos de que savia nueva contribuya a recuperar un mar en trance de degenera,ción a todos los niveles. Cualquier atención política, por otra parte, supondría la rentabilidad en lo económico. En un momento en que la identidad mediterránea se mide por la capacidad de distender, vincular y desarrollar todas las orillas, cualquier esfuerzo español en el área (hasta ahora poco menos que ignorada en lo diplomático, lo cultural y lo político) resultaría de gran efecto y consolidaría las simpatías existentes. Los obstáculos, en todo caso, son muy concretos: una España atlantista o que cediera en sus posiciones frente a Israel, por ejemplo, reduciría notablemente sus posibilidades.

Merecería la pena apoyar las peticiones del Gobierno de Malta: convocar una reunión mediterránea para dirimir cuestiones de seguridad regional.

Pedro Costa Morata es periodista.

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