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Heroísmos olvidados

Estamos completando los españoles la delicadísima tarea, antes casi desconocida, de lograr una comprensión mutua. De las dos Españas que con espíritu belicoso se han enfrentado tantas veces y han dado lugar a tanta literatura estamos pasando, poco a poco y por primera vez en la historia, gracias a un Monarca caído del cielo, a una España concordada en que se ejerce con virtuosa tolerancia la facultad de divergir en opiniones sobre los más arduos problemas de la patria. Los contrarios en ideas ya no se miran con ojos de rencor: emplean la sonrisa como arma entendedora o terminan las discusiones en amistosa armonía y renuncian a las gesticulaciones ofensivas. Lo vemos una semana tras otra en televisión y muy especialmente en ese enorme acierto que desde hace años viene siendo La Clave de Balbín, por muchos defectos que últimamente le achaquen o tenga. Quienes hace no más de 10 años eran incapaces de sentarse juntos por considerarse enemigos (un cultivo de la enemistad alentado desde arriba) hoy colaboran en un afán de solidaridad y hermanamiento para que las generaciones próximas no vuelvan a caer en la criminal seudosolución de guerrear. Conservadores de siempre o por enriquecimientos recientes, liberales de antes o de ahora -un ahora puede abarcar una cuarentena de años-, socialistas de estirpe o novatos, comunistas de Stalin o de Mao o eurocomunistas se sientan al lado o frente a frente de sus rivales ideológicos; y de la calle han desaparecido, gracias a Dios, las manoplas, las cadenas, los puños crispados y los ademanes ineducados. A ojos vistas está que por impulsos autóctonos y por convencimiento de casi todos se desea fabricar una España de la que desaparezcan los odios enconados y los apasionamientos insultantes, para caminar en busca de una cordialidad democrática, siempre más lógica que el choque sangriento. En el seno de todas las familias ha habido siempre discrepancias políticas y no por ello los hijos dejaron de ser hijos, ni los padres de ser padres, ni los hermanos carecieron de disculpa, salvo excepciones.En los últimos días los medios de información han propalado la noticia de haberse resuelto uno de los asuntos más dolorosos que coleaba desde la guerra civil de 1936 a 1939: la situación lamentable en que habían quedado los militares profesionales y los militarizados de la zona republicana por la rencorosa y vengativa actitud de los mandamases del franquismo. ¿Por qué ese afán, mantenido contra viento y marea a lo largo del tiempo, de aplastar y despreciar a quienes por no haberse sublevado contra la legalídad vigente en 1936 (por alterada que ésta hubiera discurrido) se mantuvieron fieles al poder constituido, electoralmente corroborado? ¿Por qué se sostuvo tamaña injusticia? Las condenas impuestas a los militares profesionales de la España republicana fueron lamentablemente concebidas sobre considerandos falsos (rebelión, auxilio a la rebelión, republicanismo ideológico, etcétera) que eran jurídicamente vergonzosos. Unos fueron fusilados, otros murieron de muertes naturales tras haber sido expulsados del Ejército y vivir muy innaturales vidas. Pocos ya, desgraciadamente, pueden todavía deambular por este mundo que sólo para sus ex compañeros de preguerra, no para ellos, fue mundo de Dios.

Cuarenta y pico años expulsados de la profesión de defensores de la patria, que cada uno había elegido vocacionalmente, constituye una monstruosidad que, por contraste, otorga características de heroísmo colectivo. Fue una vulneración masiva y mantenida de los derechos humanos; pero no de ésos a que tan ostentosamente se recurre por relativas pequeñeces sociales, sino una genocídica persecución de toda una honrada clase social, que en su día estudió una carrera y fue preparada para el ejercicio profesional, al que no faltó en ningún aspecto deontológico o patriótico. Y esa persecución la hicieron hasta ayer mismo los que traicionaron a un régimen y rompieron una Constitución jurada, imponiendo sus criterios costara la sangre que costara.

En la España vencedora de aquella contienda se premiaron heroicidades a múltiples civiles y militares. Se concedió la categoría nominal de protomártir a quien había sido vilmente asesinado antes de que estallara y se concedieron honores y condecoraciones a los ganadores, mientras se calificaba de asesinos a quienes habían defendido el régimen constituido (los asesinos fueron otros, todos lo sabemos, en uno y en otro lado). Para colmo, se estableció con frecuencia un humorístico parangón entre el honorable mutilado de guerra procedente del Ejército español franquista y el puñetero cojo que era el mutilado procedente del Ejército español republicano.

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Museo con excepciones

Pero tras este largo exordio alabador de una reciente disposición benefactora y dando por olvidados ya dolores que si no se olvidaran no sé a dónde nos llevarían, quiero hablar de otro tema, también conectado con la milicia y con la guerra civil de hace casi medio siglo, del que hasta ahora, que yo sepa, nadie se ha ocupado o lo han hecho de modo que no llegó a mi conocimiento: los méritos contraídos y los heroísmos que destacaron en el Ejército de la República. Hace muy pocos días he hecho una visita al Museo del Ejército. Gratamente me sorprendió lo bien que todo lo allí existente está expuesto, proporcionando bellos recuerdos de nuestra historia militar. Pero mis sentimientos toparon con una ausencia; con que

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falta algo que, quiérase o no, forma parte de nuestra contemporaneidad: no hay ni una sola representación de las acciones meritorias (militarmente hablando) o heroicas que se dieron en los ejércitos leales al Estado republicano, ni un ejemplario de las medallas y condecoraciones concedidas por éste, que tienen interés histórico.

Comprendiendo el clima en que la Administración oficial discurrió hasta hace muy poco tiempo, ello no extraña. Otorgo todo mi respeto personal y sin cortapisas a las personas que han dirigido tal museo, pero creo que éste está para ofrecer también ejemplos de las cosas recientes de los Ejércitos españoles, y pienso que podrían ya suprimirse las exclusiones políticas, ofreciendo al visitante pruebas de todo aquello que fue digno de ser conocido. ¿O es que esa guerra civil no tuvo significación "histórica? ¿O es que en el ejército perdedor de la guerra civil no hubo heroicidades, ni héroes ni acciones de guerra. valiosas, ni ejemplaridades técnicas que merezcan ser expuestas como recuerdos museísticos?

Los vencedores sublevados tienen muchas merecidas representaciones en una todavía llamada Sala de la Cruzada (o de la guerra civil 1936-1939) -a mi modo de ver, la primera denominación podría desaparecer ya-: fotografías y retratos pintados de jefes y oficiales del Ejército nacional, prendas de abrigo de Franco, maquetas del Alcázar de Toledo y el cuartel de Simancas; estandartes, banderolas, banderas y condecoraciones, etcétera. Hay un estandarte tricolor con las letras C.O.P.T.I, nº 1. Y en una vitrina, el interesantísimo original mecanografiado de la proclama primera del propio Franco como jefe de las fuerzas armadas de Africa, en la cual "hace saber" que "...se trata de restablecer el orden dentro de la República, no solamente en sus apariencias o signos exteriores sino también en su misma esencia (sic)...", etcétera.

Pero del ejército que defendía a la República nada hay en el museo. Ni ejemplos de heroicidad aislada, ni demostraciones del honesto espíritu con que hacían la guerra, ni novedades técnicas. ¿Y puede dudarse de que quienes dieron sus vidas, jugándoselas, o recibieron heridas o tuvieron éxitos en actos memorables y por ello merecieron citaciones oficiales y condecoraciones en la España republicana y en el extranjero, lo hicieron con sano ideal patriótico? ¿No pasó a la historia la gran persecución, en perfecta escurribanda, de toda una importante unidad italiana en tierras de Guadalajara? Pues fueron españoles quienes les hicieron correr con oportunísimas decisiones. ¿No constituyó un triunfo con eco internacional la defensa de Madrid al grito de "¡No pasarán!..., ¡y no pasaron!? ¿Y el aguante en el cerro de Garabitas? Pienso que en el museo de que hablo podría asimismo haber fotografías de altos cargos y de los principales jefes militares, profesionales y no profesionales, que intervinieron en hechos importantes. Miaja, que simbolizó, por las razones que fueran, la resistencia de Madrid; los generales Rojo, Matallana, Prada, Escobar, Casado (que organizó como pudo la entrega de la capital a los vencedores); Líster, Tagüeña, Mera, Modesto, Vega y otros, que provenientes de la vida civil llegaron a alcanzar serios prestigios. Y las docenas o centenares de españoles (tan españoles como el que más) cuyas actuaciones heroicas o sus bien organizadas operaciones fueron silenciadas por los vencedores. Pero lo que más deseo hacer resaltar está en el terreno de las heroicidades individuales; podrían tener algún recuerdo allí héroes que dejaron memoria de su valentía individual, procedieran de la vida militar o de la vida civil, que hasta los pertenecientes al bando contrario elogiaron con verdadero asombro después de 1939.

Yo he oído, en Asturias, relatar a quien había sido oficial del ejército franquista enfrente, el temple insuperabie de uno de ellos, cuyo nombre no recuerdo. "¡Aquél sí que era un tío de c...!", decía de él. Con tres balazos ya en el cuerpo seguía tirando bombas y dando patéticos gritos de patriotismo para alentar a sus compañeros. Fue un héroe en cuerpo y alma, representante anónimo del hombre del pueblo, con las cualidades temperamentales más idóneas para pasar a la historia.

Dignos de mejor suerte

Además, ¿es posible que no haya allí constancia pública de ¡o que en la sanidad mundial significó el método del doctor, José Trueta para las heridas de guerra, cuya técnica fue ideada y puesta en práctica en el Ejército republicano y después en la última guerra mundial? Si esto tuvo en su día una formidable acogida internacional y acarreó la concesión de nombramientos y condecoraciones, por ejemplo, en Inglaterra, ¿por qué no se hace constar en el Museo del Ejército como uno de los grandes avanpes en la sanidad militar de todos los tiempos debido a un español?

¿No merece figurar en el mismo centro, junto a los documentos allí presentes de la E-spaña franquista, el discurso que don Manuel Azaña pronunció desde el Ayuntamiento de Barcelona" que terminó con estas palabras desgarradoras: "Si..., otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres que han caído embravecidos en la batalla, luchando magnánimamente por un ideal grandioso, y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor y nos envían, con los, destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: paz, piedad y perdón"? Justamente lo que varios millones de españoles no encontraron al terminar la guerra.

Pues bien, esos hechos brillantes y esos heroísmos que acaso pueden estar consignados en las tumbas -y si éstas no se conocieran habría que inventarlas para que allí figurasen- y en los libros de historia militar no aplrecen en el Museo del Ejército, donde podrían estarlo. Porque son heroísmos esenciales, no tergiversables ni susceptibles de politizar pasados ya tantos años.

Al perder los republicanos la guerra civil, las condecoraciones creadas y concedidas por los Gobiernos quedaron en nada; ni muestras de las mismas hay en el museo, que saciarían la curiosidad de los visitantes. Las valentías, los hechos de guerra que habían sido timbres de gloria del Ejército de la República fueron callados. Es posible que los familiares transmitan sus recuerdos de generación en generación; pero no basta, porque llega un momento en que suenan a cuentos de abuelitos. El tiempo, ciertamente, lo difumina todo; pero en las decisiones de los gobernantes y en la voluntad de los dirigentes del Museo. del Ejército Español, sin banderías políticas, podría encontrarse una vía de buena voluntad para subsanar los olvidos y las monsergas cainitas. Sería grato que el museo pudiera demostrar que también en el Ejército leal a la República hubo hombres dignos de pública admiración, aunque hasta ahora no hayan sido dignos de una mejor suerte.

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