Una novillada sin pitones
El trapío de los toros que salieron ayer al coso complutense hace suponer que el reconocimiento previo tal vez se hace con amplia y holgada manga. Aunque la categoría de la plaza permite que los veterinarios no se, pongan severas barbas para realizar su labor, el hecho de que se encuentre a 30 kilómetros de Madrid y el que acuda a ella la muy exigente afición de la capital, debería llevar a los responsables a mayores exigencias.La corrida de Gavira salió escandalosamente chica, con suspicaz apariencia cornicorta y con energías de convaleciente pachucho. A la mayoría del público esto le importó un pimiento, pues solo protestó con fuerza durante la lidia del quinto. Aparte de ello apenas se divirtió, por lo que no se entiende bien por qué se es fuerzan autoridades y facultativos en aprobar animalitos de ese jaez.
Plaza de Alcalá de Henares
24 de agosto, Corrida de feria.Cinco toros de Antonio y Salvador Gavira, anovillados, de escasos pitones, muy blandos. Quinto, sobrero de César Moreno. Mejor presentado, manso, inválido. José Mari Manzanares: Silencio, división. José Antonio Campuzano: dos orejas, silencio. Pepe Luis Vargas: vuelta, vuelta.
Cuando sobre la arena trotan bestezuelas como las aludidas los toreros se limitan a estar ahí, ofreciendo la muleta por uno y otro lado, para sacar medios pases y ringorrangos de escasa calidad. Así le ocurrió a Manzanares, que no pudo acoplarse con el primero, un torito sin fuerzas, que punteaba y apenas pasaba. Trató de refrescar al cuarto con muletazos suaves y templados que el público no tuvo en cuenta porque le salían con cuentagotas y sin garra alguna.
José Antonio Campuzano fue el incansable pegapases de toda las tardes. Un torito muy suave y algo corto de embestida le permitió hacer una faena larga, aburrida y sin emoción, lo que no fue obstáculo para que recibiera el generoso obsequio de las orejitas. El quinto, un sobrero que sustituía al manso devuelto, fue medio paralítico. Se lo quitó de encima enseguida.
Pepe Luis Vargas tuvo los toros más enteros y con más fuerza del encierro, gracias a que los cambió con leves arañazos de sus picadores. Anduvo con ellos a la deriva, dando pases en todos los terrenos, atropellado y valentón. Cuando serenaba los nervios, le salía algún pase templado, del que estamos seguros que el primer asombrado era él mismo. El sevillano es torero pajarero, saltarín, con todas esas maneras que han dado en llamar algunos despistados escuela sevillana, pero cuando baja la mano y obliga a los toros, torea con cierta perfección. Si persiste en esta faceta de torero mandón, puede llegar a conseguir circular por este planeta taurino.
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