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Tribuna:TEMAS DE NUESTRA ÉPOCA
Tribuna
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Ecología, la nueva ética

La sociedad humana globalmente considerada no se encuentra simplemente ante un mero problema de relación entre sus componentes (grupos, clases, instituciones, etcétera), sino que, al propio tiempo, se enfrenta a una relación con todo un entorno, con la Naturaleza. Esa relación, en un principio, se manifestó en la lucha por la supervivencia de la especie, que ciertamente podría haber sido destruida por una gran diversidad de fuerzas naturales. Hoy, tras un prolongado discurrir de eras antropológicas, prehistorias, protohistorias e historias, nos encontramos en una situación en la que la relación del hombre con la Naturaleza tiene una significación radicalmente distinta. El problema es el inverso: la supervivencia amenazada de toda una serie de equilibrios ecológicos, de ecosistemas, del medio natural, globalmente considerado, como consecuencia de la capacidad de destrucción total generada por la propia especie humana. Y de ahí lo que me parece, una clave importante para el presente y el futuro: la necesidad de reconocer la existencia de lo que podríamos llamar el campo unificado EconomíalEcológia, como espacio común para comprender la relación humanidad/Naturaleza y para garantizar su equilibrio-indefinido.Para la inmensa mayoría, la, Ecología como ciencia sigue siendo relativamente nueva, aunque ya en 1868 Ernst Haeckel (1834-1919), el principal discípulo alemán de Charles Darwin, se refiriera a ella para abarcar a todas las relaciones entre una determinada población y su, medio. Un medio integrado por otras poblaciones animales y vegetales, y por una compleja serie de situaciones abiótiCas constituidas por todo un entorno ambiental de recursos naturales, clima, etcétera.

Desde el enfoque ecológico apuntado, la Economía, como ciencia de relaciones humanas de producción y de cambio en un medio de escasez y de luchas, pasaría a ser una parcela de algo mucho más amplio, de un campo más extenso, el de las relaciones río ya sólo de una población humana entre sí, sino incluyendo además a otras poblaciones no humanas -animales y vegetales- dentro del entorno gen eral.

En definitiva, lo que trato de resaltar es que no cabe una compartimentación, pues hay todo un campo mucho más extenso que abarca a las relaciones humanas recíprocas y a las de la humanidad con el resto de la Naturaleza. De este modo, si a finales del siglo XVIII y en la primera parte del siglo XIX los componentes de la peligrosa secta de los economistas pretendían -como dijo Joseph Schumpeter- revelar a la humanidad el sentido oculto de sus luchas, en la actualidad, la no menos peligrosa secta de los ecólogos y de los ecologistas aspira a revelar el sentido oculto de las luchas de la humanidad con la Naturaleza, es decir, la relación conflictiva entre el hombre y el medio, proponiendo el cambio de las propias relaciones entre los hombres para así asegurar un equilibilo indefinido humanidadlNaturaleza.

Ciencia de la ciencia

Avancemos en nuestra reflexión, y recordemos que ecología, etimológicamente, corresponde -al igual que sucede con el término economía- al tratado de la casa. Pero en la economía (uno de los neologismos de Aristóteles) se trata de la casa pequeña (la antigua economía doméstica). Y por mucho que esa visión se haya ensanchado con el enfoque macroeconómico, lo cierto es que la casa pequeña de la economía debe situarse dentro de la casa grande de la Naturaleza y, a fin de cuentas, de la ecología. Una casa, ésta última, en cuya construcción y en, cuya renovación constante, día a día, operan miriadas de organis mios, con sus ontógenias particulares dentro de una filogenia cósmica. En suma, se trata de comprender que en las relaciones vitales de las especies,con el medio hay toda una serie de normas -o si se prefiere, principios- que están por encima de las que los hombres nos hemos dado a través de la Economía o el Derecho en cada momento de la historia. Hay, pues, una superioridad de rango de la Ecología respecto de la Economía, ya que la primera ofrece un espacio científico que permite concebir un verdadero modelo explicativo del planeta, dentro del universo, con la sociedad humana subsumida,en el mismo. Todo lo cual convierte a la Ecología en una verdadera ciencia de ciencias, siendo cada vez menos los que discuten una proposición de esta clase.

En base a lo anterior, me parece que las relaciones de escasez, de lucha y de equilibrio que nos enuncia la Ecología -mucho más amplías que las de carácter económico apreciadas por Lionel Robbins y otros- no son meras lucubraciones. Son verificablés. Así lo hicieron posible una serie de científicos de nuestro tiempo. Tal es el sentido de la investigación, por ejemplo, de Ehrlich, La bomba de población, cuando al estudiar las tendencias cuantitativas de la sociedad humana formuló la teoría de la njo" Oerna explosión - demográfic -a y de sus secuelas. para la futura disponibilidad de recursos. Con todos los precedentes que se quiera en Malthus, y con todos sus consiguientes en los posteriores planteamientos sobre el crecimiento cero de población, el desequilibrio global tiene su primer motor en la expansión demográfica. India, con 800 millones de habitantes, y China, con más de 1.000 millones, son los ejemplos que más se citan para meditar sobre si hay una frontera entre los métodos persuasivos y coercitivos de planificación familiar. Pero ahí están también los casos de México, que el año 2000 estará llegando a los 110 millones de habitantes, o de Brasil, a 150 millones, o de Indonesia, camino de los 209 millones.

Y en la lucha del hombre contra la Naturaleza, para disponer de los recursos que aseguren !u crecimiento desbocado, se plantea el qué estamos haciendo de este planeta azul en que vivimos. Fue la gran ecóloga Rachel Carson quien, en su libro La primavera ii1enciosa, advirtió sobre la estremecedora desi 'rucción de todo un universo de, insectos y otros seres vivos por el DDT. Después siguieron muchas investigaciones en esa línea de proveer a la mejor conservación de la Naturaleza; una actividad en la que hoy destacan el WWF, la UICN, Amigos de la Tierra, la Unesco, el Programa, de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA.), étcétera. ¿Pero que podrá hacerse realmente si todos esos organismos encuentran mil trabas de desarrollismos nacionalistas (cuando no chauvinistas) y de falta de recursos a nivel internacional? En tales condiciones, el gran holocausto del patrimonio vegetal y animal del mundo prosigue día a día, año a año: en términos de bosques húmedos tropicales que desaparecerán para siempre, dando paso a la más pavorosa desertización; al igual que la sabana africana, que se ve más y más erosionada, y lo mismo que la lluvia ácida castiga a los bosques europeos y de Norteamérica. Sin olvidar los fenómenos de la sobrepesca, del sobrepastoreo, etcétera, por no hablar de recursos aparentemente tan distantes como la ozonosfera, la Antártida, etcétera, hoy en día también en grave situación de amenaza.

Hambre para mañana

El economista Kenneth Boulding fue un pionero en lo económico en relación con todos estos temas al referirse al Navío Espacial Tierra (NET), imagen con la que presentó un modelo del planeta como conjunto de circuitos cerrados con el input exterior fundamental de la energía solar. Esa preocupación global, de un devenir único, trasciende actualmente a todos los estudios sobre el hombre y la biosfera, en las que destaca. la Unesco, con su programa MAB (Man and biosphere, el hombre y la biosfera). A la postre, la idea del NET nos conduce a planteamos el origen común y el destino solidario de la humanidad. Es la nave que nos lleva en un viaje indefinido, pero en el cual todo el pasaje podría perecer a causa de sus propias fuerzas destructoras internas, no dirimícfas aún por una nueva concepción de la vida. De eso se trata, de encontrar la nueva idea.

Aparte de los precursores y pi oneros que he, venido mencionando, hoy ya contamos con verdaderos diagnósticos verosímiles, aceptables. Entre ellos hemos de mencionar los trabajos de Meadows para el Club de Roma -el célebre libro Los límites al crecimiento-, el cúmulo de documentación reunido en el Global 2.000, el ingente informe que encargó. Jimmy Carter, y que si es dramático por la información contenida en él, resulta trágico hoy por su sistemática ocultación por la Administración Reagan. Como tampoco, cabe olvidar el previo estudio de Barbara Ward y René Dubos, en el que constataron, llevándolo al propio título de su obra, el dato tantas veces olvidado de que vivimos en Una sola Tierra.

Ciertamente, se ha adelantado mucho en la senda de las formulaciones precisas que relacionan el campo de la Economía con el de la Ecología, que permiten apreciar que sí hay un campo unificado de ambas ciencias, que puede servir de nueva fundamentación a las relaciones entre los hombres, a las relaciones entre la humanidad y la Naturaleza y a las relaciones no humanas dentro de la Naturaleza. En ese sentido, E. F. Schumacher y Barry Commoner son dos autores de cita obligada. Pero es mucho lo que queda por andar. Me atrevería a proponer algunos enunciados de carácter preliminar.

1. En los modos de producción actualmente prevalecientes, y en la carrera de emulación entre el capitalismo y el socialismo realmente existente, el capital consumido (recursos no renovables) se valora muchas veces, erróneamente, como de renta. Ello hace todas las mediciones del producto social seriamente criticables, e incierto el propio futuro de tales sistemas, ambos casi por igual productivas, que ejercen sobre el, medio una fuerte erosión, que dictan a los humanos la condena de vivir para trabajar en vez de hacer realidad la vieja -y tan olvidada máxima- de que se trabaja para vivir.

2. Igualmente, en ambos sistemas, a la hora de mediciones macroeconómicas, se considera equivocadamente que todo lo producido engrosa el bienestar. Cuando, en realidad, muchas producciones -de forma creciente- tienden a crear condiciones negativas para la calidad de vida y toda suerte de amenazas para el entorno y para el propio futuro del planeta. A la hora de valorar el verdadero bienestar económico, será necesario anotar tales elementos negativos como detracciones, y no como adiciones. Por ejemplo, en una valoración del PIB a nivel mundial, de nada sirve saber que en 1980 ascendió a 11,3 billones de dólares. De esa cifra habría que descontar unos 600.000 millones de dólares de armamento y cientos de miles de millones adicionales de producción basada en procesos de desforestación, desertización, contaminación, etcétera.

3. La Naturaleza debe ser la variable independiente en todo modelo de desarrollo, midiendo y evitando lo que potencialmente afecte al stock de capital, de recursos no renovables. En ese sentido, cabe hablar de la necesidad de un balance de la Naturaleza para apreciar cabalmente los, efectos positivos y negativos de cualquier política económica. No tener en cuenta todo ello, es pan para hoy y hambre para mañana.

4. La cooperación internacional, disponiendo de autoridades a nivel mundial con poderes efectivos, resulta indispensable para asegurarel mantenimiento de los lecosistemas amenazados. A nivel nacional, en los proyectos de cualquier tipo, deben preverse los impactos medioambientales concretos, así como las interacciones posibles de los mismos. El aforismo quien contamina, paga, debe sustituirse por una política preventiva. De otro modo, nos encontraremos ante una dramática sucesión de hechos consumados y de efectos irreversibles.

5. La solidaridad diacrónica, a través del tiempo, con las generaciones venideras, es un principio fundamental del campo unificado Economía/Ecología. No se trata sólo de promover y organizar la solidaridad sincrónica entre coetáneos, entre los ricos y los pobres, entre los países industriales y los menos desarrollados, en busca de un nuevo orden económico internacional. Además, hemos de perseguir esa solidaridad diacrónica, única base de una ética ecológica, basada en el principio de que no nos pertenece lo que hemos recibido del pasado. Es un usufructo, y hemos de legarlo a las generaciones venideras. Nacen así, en la evolución política de la sociedad humana, los derechos ecológicos como derechos de la sociedad en su conjunto, al lado de los derechos humanos de los individuos y de los derechos sociales. La burguesía emprendedora de fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX buscó las libertadespolíticas que luego, desde una pequeña minoría, fueron extendiéndose a la población en general a través de la progresiva ampliación del sufragio universal. Y desde mediados del siglo XIX, los trabajadores exigieron sús derechos sociales, que paulatinamente se difundieron a toda la sociedad. Ahora- nos encontramos en una tercera fase, ante un nuevo tipo de derechos. Se trata de los derechos ecológicos, que no corresponden, ni siquiera inicialmente, a unos grupos minoritarios ni a unas clases s ociales emergentes. Corresponden a la sociedad en su conjunto, que por primera vez lucha por una causa global, aspirando a conservar lo mejor del pasado a fin de salvaguardar el futuro para los que vengan, asegurando de este modo la conservación del soporte mismo de la vida humana y de los demás seres del planeta.

La ética ecológica se presenta, en fin de cuentas, como un nuevo enfóque superador de visiones anteriormente polarizadas por criterios de elites o de clases. En definitiva, el bienestar general a que Adam Smith se refería como trasfondo de su Riqueza de las naciones -y que ya había planteado en su previa Teoría de los sentimientos morales, con gran influencia de Locke- no cabe buscarlo, de buena fe, simplemente vía intereses individuales, por mucho que pudieran ser guiados por una mano invisible; tampoco pueden encontrarse, mediante la absoluta autoridad del Estado, erigido en omnímodo Leviatán. Es preciso plantearse que la sociedad, a través de sus más diferenciadas y libres organizaciones y asociaciones, exija de los poderes públicos, a todos los niveles, sus derechos globales, la misma seguridad de su propia conservación en asociación con la Naturaleza, y no en oposición destructora a ella.

6. La conclusión inmediata y global de los enunciados anteriores es la prioridad absoluta del movimiento por la paz, como única forma de detener la más grave amenaza, por igual.para capitalismo y socialismo, que desaparecerían ambos; para el bienestar de toda la humanidad, que en otro caso volvería a la prehistoria; para la biosfera, que sufriria daños irrecuperables; para la cooperación mundial, que quedaría sustituida por un escenario dantesco; para la solidaridad con las generaciones venideras, sin la cual dejaría de tener sentido la ética ecológica- que, cada vez más, hemos de inculcar en nuestra educación y en nuestra experiencia cotidiana, como origen de un nuevo modo de producción y de vida.

Ramón Tamames es catedrático de Estructura Económica de la Universidad Autónoma de Madrid.

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