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LA LIDIALAS VENTAS

El rollo

Plaza de Las Ventas. 14 de agosto.Dos toros de Celestino Cuadri, dos de Lisardo Sánchez y dos de García de la Peña, para rejones, que dieron juego.

Luis Miguel Arranz, palmas. Diego García de la Peña, aviso y silencio. Luc Jalabert, silencio. Carlos Arruda, silencio. Por colleras: Arranz-Arruda, vuelta. De la Peña- Jalabert, división. Los forcados Aposento de Moita, vuelta y ovación.

Manuel Chopera ya tiene asegurado un año más de explotación de Las Ventas y con tan fausto motivo monta el rollo. Por contrato, los domingos debería organizar corridas de toros o novilladas picadas. Es una cláusula que se hizo valer cuando salió a concurso el coso con el fin de evitar aquellos circos que se inventaban Diodoro Canorea y Martín Berrocal para abaratar el presupuesto, dándosela con queso a la afición de Madrid.

A la afición de Madrid no le gusta el rejoneo ni tanto así, menos aún cuando los de aúpa son inexpertos, como sucedía ayer. Pero Chopera le hace un guiño a la cláusula, a la comunidad autónoma, a, la afición, a la fiesta, y lo impone. Según se esperaba, los rejoneadores dieron el rollo a base de bien, y sólo tuvo interés la actuación de unos forcados debutantes en esta plaza. Una vez producida su última pega, el público, indígena y foráneo, abandonó precipitadamente los tendidos, porque más rejones, más galopadas, más caballazos, ya no se podían soportar.

Forcados de Aposento de Moita de Ribatejo, se anunciaban los bravos portugueses, quienes tuvieron la fortuna de medirse con dos nobles toros. En el primero de ellos, el pegador de caras se llevó un serio revolcón, pero en la siguiente intervención ya consiguió reducir al animal con la colaboración del resto de la cuadrilla. En el segundo -sexto de la tarde- el pegador templó maravillosamente fa embestida, y como el toro le lle gaba humilladísimo, le fue fácil agarrarse a los pitones. Le fue fácil, a cambio de salir con un ojo a la funerala, maticemos.

Tanto tiempo como hemos tardado en contarlo duraron las pegas, y por tan parva golosinilla tuvimos que soportar una insípida guarnición de dos horas y tres cuartos. Dos horas y tres cuartos de carreras, frustradas reuniones polvo a mantas, banderillas prendidas donde cayeran, fárpas, rosa y cuanto arsenal de madera y hierro ingenian los caballeros para su particular gozo, laceración de la fiera y castigo del público, son demasiadas horas y tres cuartos.

Mirábarnos en torno, y no parecía que cuantos permanecíamos en el cemento tuviéramos culpa de nada. Orientales se miraban con aturdidos ojos oblicuos, pues lo del arre-arre no coincidía en nada con lo que decía su libro sobre la tarde de toros tipical. Occidentales afloraban los benditos derechazos que se denostan y no se deberían denostar, porque aún hay peor martirio taurino, que es la galopada rejonera. Supo a delicia, en consecuencia, la brega afiligranada del peón Antonio Gregorio y cualquier lance a pie se agradecía en el alma. José Luis Benavente, por un trapaceo largo que dio, hubo de saludar montera en mano; así estaba ayer la moral del públicó.

Luis Miguel Arranz exhibió sobriedad, nervioso y desacoplado actuó García de la Peña, Luc Jalabert toreó bien y clavó mal, Carlos Arruda sufrió una caída del caballo al ser éste alcanzado por el toro y a partir del accidente estuvo deslucido. El rollo preparado por Chopera tocaba fondo. Este empresario, puesto a hacer las cosas bien, es único, pero puesto a hacerlas mal, no hay quien le gane.

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