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Recuerdos en el paisaje desolado

Manuel Rivas

"En esta casa de mister Trulock, en la Iria-Flavia, nació un 11 de mayo de 1916 el novelista Camilo José Cela Trulock, cronista de Padrón y académico de la Lengua". En la fachada semidestruida, en este paisaje de desolación, permanece la placa. "Ardieron", dijo Cela cuando recibió la primera noticia, "los muebles y las paredes que me vieron nacer". En las cercanías en este verano gallego de lluvia y fuego, alientan con verdor algunos de los árboles a los que se subió el niño Camilo José, con la sangre gallega de los Cela, inglesa de los Trulock e italiana de los Bertonini, para "ver el mundo". Hace unos días, desafiando quizá, los exacerbados localismos que atenazan la hora gallega, les había hecho una ecuánime concesión: "Me honro en tener raíces en las ocho provincias gallegas, a saber las siete que contó don Juan López en 1916 -La Coruña, Betantos, Mondoñedo, Lugo, Orense, Tuy y Santiago y la marinera y literaria Pontevedra que el cartógrafo- olvidó". Pero en Iria-Flavia estaba la casa. Y muy cerca, bajo un olivo, las tumbas de los más directos antepasados. La tierra y los muertos. La patria de la infancia.

Más información
Jorge Trulock, tío de Camilo José Cela, murió a consecuencia del incendio de la casa del escritor

Aquí llegó mister Trulock para construir un tren. Y lo hizo. La línea férrea Santiago-Carril, una de las primeras de Galicia, comenzó por revolucionar la vida de la comarca y acabó siendo un elemento más en el ámbito mágico de una naturaleza desbordante.

Y allí está la casa, pegada a los raíles del abuelo, entre el rumoroso Sar y el verde Ulla y, como dice Cela, "en el confin del mundo". El antropólogo Lisón Tolosana, en sus andanzas por Galicia, quedó impresionado por el sentido de la casa. Va mucho más allá del abrigo y cobijo para una historia personal: en ella laten los sueños del pasado y el eterno retorno.

Parte del dolor de Cela en este momento puede ser entendido en la lectura de su obra, sobre todo en aquella más inspirada en las vivencias de la infancia y el recuerdo de la saga familiar. Pero ese dolor sólo puede ser comprendido enteramente con los ojos del nativo, con sus propias raíces. Algo grande se quemó en Iria, "en el confin del mundo."

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