Casi isla, ruido de barco
También La Magdalena santanderina es, como España, una península en cuya frente han dejado arrugas los siglos. Puerta para mirar a lo lejos, a la que un pueblo unamuniano, sordo a programas, sean de renovación o de rescate, tardó en llegar. Puerta de entrada o de salida, invisiblemente hermética, como velada por un ángel exterminador (Buñuel estuvo aquí, la atravesó en el 33, hace 50 años, como Lorca, "interrogando lejanías", como Guillén, como Ortega, como Zubiri, como Paul Valéry).Pedro Salinas, primer secretario general de esta universidad de verano, desde la que partió al exilio mediado el curso de 1936, decía que su instalación en la península de La Magdalena tenía un sentido traslaticio, expresivo del doble sentido de la obra renovadora de los institucionistas. Salinas, sobre todo poeta, tenía al mar presente por un vasto elemento sin fronteras en el que iniciar entusiasmados una internacional de la cultura, sujeta, por un lado, a lo nacional, realidad irrefutable, y sujeta o tendida por el resto de la costura a la ciencia y la cultura universales. Allí, la conciencia nacionalista de Menéndez Pelayo, el resto lo puso Giner de los Ríos: sus discípulos, el fundador Fernando de los Ríos, Salinas, el primer rector Menéndez Pidal...
El fundador de la Institución Libre de Enseñanza quería que España bebiese la savia europea, traer Europa a España, y el autor de Los heterodoxos soñaba, trabajando sin cesar, con descubrir una España exportable, una ciencia nuestra que pudiera servir todavía a un sueño imperial. Dicen que estos sabios de las dos Españas se cruzaron en el camino santanderino un día del verano de 1890. Y cuentan que se saludaron con respetuosa cordialidad y que don Marcelino comentó más tarde haber hallado a Giner "muy curado de sus antiguas preocupaciones contra la ciencia española". Pasaron los años y las dos tendencias se fundían en el proyecto de una universidad internacional en la que habría de tener cabida La ciencia española (título del curso que dirigió Ortega y Gasset aquel primer verano de 1933) y la ciencia y el pensamiento europeos de la mano, entre otros centenares de pensadores, de Karl Vossler, de Maritain y de Marcel Bataillon.
Lo que fue lo quiso ser la universidad internacional en aquellos primeros años (lo que es y tiene que ser en los próximos) merece la atención de los estudiosos y explica que el proyecto, entonces como ahora, haya contado con la oposición de no pocos españoles amantes todavía del oscurantismo y de la ciencia domesticada. La última manifestación contra esta universidad, convocada por el alcalde de Santander el año pasado, elevó las objeciones al mundo de la política, ese otro fantasma. Sin embargo, los fundadores de hace 50 años se adelantaron al concepto orteguiano de universidad, ya clásico. Una universidad libre y autónoma, que forme profesionales útiles a la sociedad, que desarrolle la ciencia y que extienda y democratice la cultura.
¿Habrá tiempo de vacación para este empeño? La Magdalena en verano ha demostrado que no, que vacación y trabajo intelectual pueden y deben ir parejos. En el mundo pedagógico hay otros ejemplos de universidades de verano, los había ya en los años treinta. Uno de ellos, el suizo, sirve al intercambio de ideas entre las figuras prominentes de la ciencia internacional en lo que Pedro Salinas llamaba "planos horizontales que sólo cogen a las cumbres". El otro ejemplo, más común en Europa y muy extendido en Estados Unidos, se desarrolla, aplicando la metáfora geométrica anterior, por las bases, y atiende fundamentalmente a fines de divulgación. En La Magdalena, los fundadores buscaron la convergencia de los dos planos, es decir, hicieron posible que acudieran a la península santanderina las grandes mentalidades de España y de Europa y América para que las figuras predominantes de la cultura moderna convivieran y dialogasen (el plano de las cumbres); al mismo tiempo se organizaron estudios intensivos para profesores de universidad o cursos para alumnos avanzados (el plano de las bases); y, además, se programó un curso general para todos los curiosos de la cultura y en busca de lo que los institucionistas y los renovadores gustaron llamar Ia aristocracia de la cultura".
Juan G. Bedoya es periodista, senador y presidente de] Grupo Parlamentario Socialista de la Asamblea Regional de Cantabria.
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