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LA LIDIA

Esplá se deja ir el mejor toro

La corrida se deslizaba en picado hacia los abismos del aburrimiento, hasta que el sexto toro, un ejemplar serio y armado, cerró las bocas bostezantes del público y desató los resortes del aplauso. En este toro hasta se lucieron en quites los matadores, a base de las vulgares verónicas de Esplá y unas apretadas chicuelinas rematadas con media verónica muy torera, que Paco Alcalde instrumentó entre las protestas de ese público ignorante que ya no quiere ver hacer quites en los toros de los compañeros.Es cierto que Juan Antonio Esplá se dejó ir al desolladero al mejor toro de la corrida, pero, al menos, propios y forasteros tuvieron la oportunidad de salir de los laberintos del tedio y enterarse de lo que se parece a una corrida normal.

Plaza de las Ventas

31 de julio.Cinco toros de Morube, bravucones con los caballos y con sentido en la muleta, a excepción del sexto, noble y pronto. Cuarto, sobrero de Campos Peña, mansurrón y con problemas. Paco Alcalde: silencio. Silencio. Justo Benítez: silencio. Silencio. Juan Antonio Esplá: silencio. Vuelta.

La faena del alicantino en este toro fue rutinaria, es decir, con los archiconocidos derechazos y naturales instrumentados sin ton ni son y de los que ninguno tuvo el suficiente mando como para que pueda decirse: que el toro fue debidamente toreado. Por añadidura, a la hora de matar en vez de irse tras el acero se dedicó a marcharse hacia las tablas abandonando la rectitud, por lo que las pinchaduras se sucedieron inevitablemente Pese a todo, el público tenía ganas de jarana y le hizo dar la vuelta al ruedo con algunos pitos.

En el toro anterior, que cabeceaba, y tenía una embestida muy sosa el pequeño de los Esplá estuvo también con una sosesría muy a tono, por lo que se fueron apagando los dos paulatinamente mientras los espectadores ya llevaban muy avanzado su camino por el tobogán del hastío.

Los otros espadas no tuvieron la suerte del de Alicante y se enfrentaron a enemigos que en la muleta no tenían facilidades ni oportunidades para despertar el entusiasmo. De los dos, destacó Paco Alcalde por su oficio y mayor veteranía. A su primer toro, que se defendía, lo muleteó con técnica hasta que las tarascadas del animal le hicieron desistir del empeño para arrearle una estocada que produjo vómito. En el cuarto, un sobrero grande y largo que desarrolló sentido estuvo aliviado a base de toreo por alto y sólo le vimos dos trincherazos con cierto gusto y temple.

Justo Benítez anduvo con torpezas explicables en un torero que torea tan poco. Sus toros no eran un dechado de facilidad, pues el primero era probón y le avisaba constantemente y en el quinto, que llegó quedado y reservón a la muleta, el aragonés estuvo con muchas dudas sin saber por dónde entrarle y hasta sufrió un desarme que le dejó todavía más desconfiado.

La corrida estaba pensada para que los tres espadas actuaran en banderillas. Por eso, Víctor Mendes, que figuraba en el cártel, fue sustituído por Paco Alcalde que también coloca palitroques. Los matadores banderillearon, pues, con muy distinta fortuna.

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