El universo
No es que uno se crea gran cosa, pero a mí el universo, incluyendo todas las galaxias, me parece una memez. Total qué. Ahí arriba no hay más que piedras, unas moles gordísimas, incandescentes o muertas, que dan vueltas ciegamente sin abandonar jamás el carril. Da igual que haya mil o mil millones, o una cantidad superior a cualquier imaginación matemática. La tabla de multiplicar sólo es un pequeño juego mental. Sucede que los astrónomos nos han comido la moral, y los representantes, comisionistas, corredores o apoderados de los dioses en la Tierra han achantado nuestro cerebro de pato con el cuento de las estrellas, con la amenaza de lo desconocido.Puede que el universo esté infinitamente salpicado de cementerios de piedra pómez. En este caso, no hay nada que hablar. Se trata de un absurdo, gigantesco e inútil, incapaz de transmitir la más mínima emoción. O que sea un conjunto de bolas de fuego, como tiovivos de verbena, bajo cuyo resplandor nace la vida en unos lejanos planetas semejantes al nuestro. Tal vez se cuenten por millones los mundos habitados y estén debidamente parcelados por el catastro. ¿Entonces, qué pasa? Uno se toma la molestia de viajar a 100.000 años luz y se encuentra de nuevo con la policía, con Galerías Preciados, con viejos jugando al guiñote, sin saber qué hacer en las tardes del domingo. A una distancia inalcanzable habrá tipos de ojos fosforescentes y orejas puntiagudas que se matan por el trapo de una bandera o juegan a los bolos o van de compras o no pueden aparcar el coche.
Es probable que a millones de años luz haya gente feroz agitada por los símbolos, escudos o emblemas, que va a misa, cree en la patria y engaña a su señora. Si existe un número infinito de planetas tan aburrido como éste, es un asunto que me deja frío.
El hombre tiene una nuez moscada dentro del cráneo, incapaz de imaginar los conceptos infinitos de tiempo y espacio. De eso le viene el gran complejo de inferioridad. Cuando se descubra el truco, se verá que el universo no es más que un tingladillo de fosfatos, carbonos y ácidos, combinado por el azar. Que sea grande o pequeño sólo depende de nuestro orgullo o de nuestro cerebro de pato.
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