Una renovación del DNI
Hace unos días fui a recoger, a la plaza de España, de Barcelona, mi documento nacional de identidad, pendiente de renovación, transcurrido ya el plazo establecido. El encargado consultó sus ficheros y no lo localizó, por lo que me indicó que debía preguntar en un despacho adjunto. Allí me atendió una señorita con la cual conversé, siempre y por falsa deferencia, en su idioma, el castellano. El impreso de solicitud apareció en seguida con el nuevo carné aún sin rellenar. Sucedía que durante todo un mes se había paralizado la tramitación de mi DNI porque había cometido la imprudencia de poner en el impreso mi profesión (archivero) en catalán (arxiver), tal como acostumbro siempre. Pregunté por qué no lo habían traducido automáticamente al castellano si así lo requería el documento, y la funcionaria me contestó que no sabía qué profesión era esa de arxiver. Para ella parecían no existir los diccionarios. Me pidió asimismo que aclarara mi nombre: Laureá y no Laureano (con acento, que deben llevar también las mayúsculas, tanto en catalán como en castellano; un acento que quiero que figure en mi carné después de verlo transformado muchas veces en doña Laura o que en los bancos me digan que no soy el titular de m¡ cuenta. También mi lugar de nacimiento: Vinyols i els Arcs, y no Viñols y Arclis. No tomo esto, pequeño pero suficientemente significativo, como una afrenta personal o como una desgraciada muestra del centralismo, siempre negativo por anulador, insolidario y marginante. Prefiero -aunque a la vez lo deploro- achacarlo a la incompetencia de unos servicios que, por cierto, cada vez pagamos más caros. /
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