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Final de tango y alma de carmín

Con las uñas siempre brillando en escarlata, la cara pálida o sonrosada, cubierta de maquillaje, los labios como pétalos de geranio, y el minino perfecto y rococó pegado a la frente (¿volverá a haber alguien que lleve, así, en su vida diaria, un minino flamencón como los antiguos toreros llevaban la coletilla?) Estrellita Castro era la estampa de un mundo ardoroso y ya inexistente. Como las obras de los Álvarez Quintero, como los carteles turísticos que imaginan Sevilla entre echarpes con flecos, ojos moros, y Maderas de Oriente.

Había tenido todo el éxito, tonadillas, cine, condecoraciones, pero todo se muda, y el arte escénico además (sea canción, interpretación o danza) es especialmente efímero, volátil, transitorio... Así es que esa mujer menudita, pizpireta, popular y decidora, con todo el glamour años treinta y cuarenta de la Andalucía de Merimée o de Pierre Louÿs, se había ido quedando arrinconada y sola.

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Emoción en la despedida a Estrellita Castro en el cementerio de la Almudena

Las antiguas matronas gustaban mucho, antes, de moralizar sobre tales finales, y les decían a las niñas frunciendo el bigote: "Te das cuenta, aprende, así acaban las artistas"

Siempre recuerdo, hace no pocos años, un reportaje sobre la muerte, en una mísera buhardilla, creo que de Niza, de Carolina Otero, la bella Otero, diosa de la belle époque cupletista requerida entre brillantes por todos los Grandes Duques, que moría vieja, sola, y más pobre que las ratas. A Estrellita le echaron una mano de vez en cuando (siempre con escasa generosidad) pero el final, algo patético, no ha sido muy distinto: Pobre, pero altiva y pintada, como una heroína, un poco caricaturesca, de sí misma. Parecía -en sus últimos tiempos- un personaje de Colette o de Jean Rhys en Los tigres son más hermosos.

Imagen de la decadencia

Es posible que Estrellita Castro no recurriese a la química ni a otros estímulos ni anestésicos, pero era la imagen misma de la decadencia, del final de su mundo de copla y jazmín, de la mujer del tango celebérrimo de Discépolo, que salía (aunque no lo hiciese) sola, fané y descangayada del cabaret.

Tenía la pobre Estrellita Castro, la desgarrada, buena y verbenera Estrellita glorificación del kitsch nacional, y reina de un país sin geografía, el dramatismo y la perdedora grandeza final, de todos cuantos -en el efímero arte- sin ceder, se sobreviven. Descanse en paz.

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