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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Las palabras y la OTAN

PARA QUE la confusión reinante, propiciada o no impedida por el Gobierno, acerca del futuro de los nexos entre España y la OTAN pudiera ser disipada, resultaría indispensable no sólo que el Ejecutivo resolviera hablar claramente a los españoles sino también que el PSOE se lanzase a una discusión abierta sobre esos problemas. El régimen de ducha escocesa adoptado por el PSOE, con la brusca sucesión de chaparrones anti-OTAN y aguaceros pro-OTAN, sólo puede conducir al enloquecimiento colectivo.Por lo pronto, parece necesario un mínimo esfuerzo de rigor terminológico a fin de plantear sin equivocidad los términos del dilema que presenta el futuro de nuestros nexos con la Alianza Atlántica. Porque resulta inexcusable recordar que no se trata de escoger entre la entrada y la salida de la OTAN, sino entre la salida y la permanencia, en la misma. -Hablar de la entrada de España en la Alianza Atlántica es un anacronismo inútil que sólo engendra confusión. Guste o disguste, nuestro país es miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, como consecuencia de una decisión adoptada por las Cortes Generales durante la pasada legislatura. Las dos únicas posibilidades genéricas que se nos plantean, con España dentro de la OTAN, es continuar ligados a ese pacto o romperlo. Ambas opciones globales encierran, por supuesto, variantes específicas de realización. La salida de la OTAN puede desembocar en el puro neutralismo o ser compatible con el mantenimiento de los actuales vínculos defensivos bilaterales con Estados Unidos. La permanencia en el seno de la Alianza Atlántica también puede adoptar diversas formas, desde la plena integración al desenganche de la organización militar, desde la instalación de misiles en suelo hasta la desnuclearización de nuestro territorio. Ahora bien, la encrucijada con que se enfrenta el Gobierno tiene sólo dos caminos, la permanencia o la salida, aunque cada una de esas sendas ofrezca luego sus propias bifurcaciones.

La incorrecta utilización del término entrada está cargada de implicaciones, en buena medida inconscientes. Quienes emplean esa expresión creen, en el fondo, que la permanencia de España en la OTAN es sinónimo de su entrada, y que su salida equivaldría a su no entrada. No se trata de un simple juego de palabras, sino de realidades políticamente -geopolíticamente- muy diferentes. Porque las opciones realmente comparables, en una perspectiva de riesgos y costes, serían nuestra ya realizada entrada en la Alianza Atlántica, decidida por el Gobierno Calvo Sotelo, y nuestra eventual salida, promovida por el Gobierno de Felipe González. Ambos escenarios -uno producido en el pasado y el otro todavía hipotético- tienen en común la alteración del statu quo internacional y la modificación de los nexos de España con el exterior. Cuando el Gobiemo Calvo Sotelo resolvió forzar la entrada de España en la OTAN no existía ninguna razón nacional de peso que la hiciera inevitable y se ignoraban los costes que tal decisión pudiera acarrear al equilibrio entre los dos bloques. Si el Gobierno de Felipe González decidiera ahora la salida de la Alianza, ello no supondría un simple regreso al estado previo a nuestra entrada, cuando España permanecía vinculada a la defensa occidental a través de los pactos con Estados Unidos y nada urgía, aparentemente, a la alteración de ese statu quo. La decisión de abandonar la OTAN implicaría novedades específicas, entre ellas la nada despreciable de¡ acto ejemplar: la demostración de que se puede abandonar la Alianza generaría a corto plazo tensiones rupturistas en Grecia y quizá en otros países aliados, más aún en pleno despliegue de los euromisiles. Nada de esto hubiera sucedido con la simple y elemental decisión de no entrar.

Éste es, a nuestro juicio, un primer punto crucial del dilema con el que se enfrenta el Gobierno. A la sociedad española le falta información, que únicamente el ¡Gobierno puede facilitar, acerca de los riesgos que puede tener para España su salida de la OTAN, lo mismo que sobre las eventuales ventajas que obtendría. Ventajas en la entrada ya se vio bien claro que no obtuvo ninguna, siendo aquel acto uno de los más sonrojantes del sonrojante período en que este país tuvo la desgracia de guiarse otra vez por el apellido Calvo Sotelo. A la hora de ser consultado el pueblo sobre la salida de la Alianza, éste debe tener plena conciencia de las consecuencias globales de su voto, sea afirmativo o negativo. Y sería un engaño a los electores y a los ciudadanos seguir ocultando por más tiempo las enormes dificultades objetivas con que el Gobierno y los altos responsables del PSOE, incluso alguno de los más conspicuos y conocidos antialiancistas, se encuentran, para suponer que es posible salirse de la Alianza en las actuales condiciones internacionales y en el alineamiento occidental de nuestra política. En cualquier caso, el comienzo de un gran debate nacional, dentro y fuera del Parlamento, es una necesidad urgente que el Gobierno y su partido deben acometer, aunque sólo sea por respeto a la soberanía nacional.

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