Los siete pecados capitales de nuestra Universidad / 1
Las universidades españolas y latinoamericanas están en crisis. Las diferencias de opinión surgen cuando se trata de diagnosticar la naturaleza de la crisis y, sobre todo, de proponer reformas que la saquen de ella. El autor expone aquí su parecer sobre ambos aspectos del problema universitario.
En mi opinión, la crisis universitaria no es coyuntural, sino estructural: nuestra Universidad es anacrónica.En efecto, no satisface la definición de universidad moderna como centro de creación y difusión de conocimiento original en todas las ramas del saber. No es una comunidad de investigadores, estudiantes, administradores y personal auxiliar íntegramente dedicados a explorar, enseñar y aprender, o a facilitar estas tareas.
Dicho de otro modo: nuestra Universidad no es una fábrica de conocimientos, sino de diplomas. Por supuesto que aquí y allá hay algunos investigadores, e incluso equipos de investigadores, que harían buen papel en cualquier país del mundo industrializado. Pero son excepciones, y habitualmente tropiezan con dificultades precisamente porque nuestra Universidad no ha sido diseñada para investigar, sino para enseñar lo que otros descubrieron o inventaron en épocas pasadas.
Nuestra Universidad viene cometiendo desde sus orígenes siete pecados capitales íntimamente relacionados entre sí. Éstos son:
1. Escasa productividad de conocimiento nuevo.
2. Multienchufismo (o polichambismo, como se diría en mexicano), esto es, dispersión en lugar de dedicación exclusiva a una tarea.
3. Feudalismo de la cátedra.
4. Xenofobia.
5. Atomización: cada universidad está dividida en un número excesivo de facultades independientes, y cada una de éstas en un número exagerado de departamentos o institutos.
6. Elitismo social: los hijos de trabajadores manuales y de empleados modestos no están suficientemente representados.
7. Indiferencia estudiantil a los valores académicos: los estudiantes son, o bien pasotistas, o bien activistas políticos.
Que la investigación original es escasa y generalmente de nivel modesto en nuestra Universidad es bien sabido, y a menudo lamentado, por los investigadores. Por este motivo, los jóvenes que desean dedicarse a la investigación sueñan con ir al exterior en lugar de venir a nuestra Universidad. Es verdad que hay excepciones. Pero la mayor parte del personal académico se gana la vida enseñando en escuelas secundarias, traduciendo, ejerciendo el periodismo, etcétera. Se ha preferido malpagar a muchos, con el riesgo de que jamás terminen de formarse intelectualmente, a pagar decorosamente a unos pocos individuos dedicados primordialmente a explorar lo desconocido. Se ignora generalmente que la universidad moderna es intelectualmente elitista, no populista.
El feudalismo de la cátedra es bien conocido y nos viene de Alemania y otros países europeos que hemos tomado como modelo. El catedrático tiene libertad de nombrar a sus siervos y asignarles las tareas que se le antoje o aun eximirles de realizar tarea alguna. Puede adueñarse de su asignatura favorita y repetirla durante 30 años, obligando a sus alumnos a estudiar sus apuntes. Para proteger a sus barones feudales, la Universidad a menudo veda el ingreso a los posibles competidores extranjeros.
Einstein no habría podido presentarse a oposiciones en España. Por carecer de título revalidado no habría logrado siquiera un puesto de PNN.
El quinto pecado es la atomización, que a veces alcanza extremos grotescos, como el caso del departamento de ecuaciones diferenciales no lineales. Esta atomización se opone, a la idea misma de universidad y la convierte en pluriversidad o agregado, en lugar de sistema propiamente dicho. Aísla a los especialistas entre sí, en lugar de facilitar su comunicación, y permite que cada facultad designe a sus propios catedráticos de disciplinas auxiliares, en lugar de utilizar a los expertos de departamentos especializados.
Por ejemplo, suele darse el caso de que los cursos de matemática en las facultades de Ciencias Económicas sean impartidos por economistas, no por matemáticos. El elitismo social de nuestra Universidad es evidente, sobre todo en España. El cursar estudios universitarios constituye, así, un doble privilegio: porque está, de hecho, reservado a las clases alta y media, y porque éstas pagan aranceles irrisorios por semejante privilegio.
Finalmente, el séptimo pecado capital es la indiferencia estudiantil por los valores académicos. El estudiante está apurado por diplomarse de cualquier manera, o bien trae sus inquietudes políticas y transforma a la Universidad, que casi siempre es una ínsula de libertad, en un campo de batalla política.
En cualquiera de los dos casos ignora que la Universidad es, o debiera ser, un centro de excelencia intelectual. Por supuesto que los estudiantes no tienen la culpa: la culpa es de los cátedratenientes, en unos casos, y de los Gobiernos autoritarios, en otros.
Hasta aquí llega mi queja por el estado pecaminoso en que vive nuestra Universidad. En un próximo artículo trataré de averiguar las causas de este estado de cosas y desafiaré la ira de más de un cátedratemente proponiendo medidas para remediarlo.
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